Revista Cine
Después de haber ganado el Oscar a Mejor Película en Idioma Extranjero con Una Separación (2011), el cineasta iraní ya internacionalizado Ashgar Farhadi se ha arriesgado a dirigir una cinta ubicada en Europa y hablada casi totalmente en francés. Se trata de El Pasado (Le Passé, Francia-Italia, 2013), su sexto largometraje, filme con el que ganó el Premio del Jurado Ecuménico en Cannes 2013.Desde la primera secuencia, queda claro que estamos en manos de un cineasta/guionista en pleno dominio de sus recursos narrativos. Un hombre barbado y de rostro amable llega al aeropuerto Charles de Gaulle. Una guapa mujer, al otro lado de un grueso cristal, lo saluda. Ninguno de los dos escucha lo que dice, pero es obvio que se entienden a la perfección: no necesitan más que unos cuantos gestos para comunicarse. Ya fuera del aeropuerto, sabemos cuál es la relación que tienen y a qué ha llegado el tipo a París. Él se llama Ahmad (Ali Mossafa), es iraní, y ha viajado desde Teherán para firmar el divorcio con Marie (Bérénice Bejo, Mejor Actriz en Cannes 2013), a quien abandonó cuatro años atrás. En cuanto los dos se suben al auto, entendemos que los problemas, resentimientos y reproches siguen ahí, a flor de piel, en esa relación (dizque) terminada. Así, solo con un par de escenas y una de ellas sin diálogos, Farhadi nos ubica en un fascinante terreno minado. No necesita más para atraparnos.A Marie le urge el divorcio porque tiene un nuevo novio, Samir (el siempre espléndido Tahar Rahim), con quien quiere casarse. Marie y Samir viven en la casa que fue de Ahmad con tres chamacos amontonados: la adolescente Lucie (Pauline Burlet, que parece una jovencita Marion Cotillard) y la niña Léa (Jeanne Jestin), hijas de ella; y el niño Fouad (Elyes Aguis), hijo de él con Céline (Aleksandra Klebanska), su esposa que, para rizar el rizo, está tendida en una cama y en coma. Ahmad llega solamente a poner una firma en un papel y, por lo menos legalmente, no tiene otra responsabilidad -las hijas de Marie son de otros dos matrimonios, también fracasados-, pero llega a su vieja casa y encuentra siempre algo que hacer: reparar una bicicleta, arreglar el fregadero, preparar la cena, ponerle un curita en el dedo al ingobernable Fouad, hablar con la rebelde Lucie. Durante la primera parte del filme, el protagonista es este tranquilo y articulado tipo que parece haber llegado a París a resolver todas las broncas con las que se encuentra en su antigua casa, en su antigua vida que no puede -¿o no quiere?- dejar. Sin embargo, he aquí que en la segunda parte del filme, la historia empieza a enfocarse en el otro hombre de la casa, en el moroso y melancólico Samir, que tiene sus propias dificultades, a saber, un chamaco difícil y una esposa en estado de coma.Como en Una Separación, El Pasado va desarrollándose como una suerte de thriller melodramático o, si se quiere, como un melodrama con elementos narrativos provenientes del thriller. Además de las dificultades normales que esta nueva familia en construcción puede tener -Marie se ha casado tres veces, sus dos hijas son de matrimonios distintos, llega un nuevo padrastro con todo y su hijo-, la realidad es que hay un problema aún mayor, una suerte de elefante moral en la sala: la razón por la cual Céline está en coma. Este misterio irá desvelándose poco a poco en la medida que avanza la película, casi como si estuviéramos en algún episodio de Miss Marple: un detalle que parecía insignificante nos lleva a la verdad que luego resulta que es más compleja que luego se presenta como... Bueno, como la vida misma: complicada, irresoluble.Farhadi termina este agotador melodrama con un notable plano secuencia de más de cinco minutos que, más allá de la perfecta ejecución técnica, se queda en la memoria porque nos deja en suspenso, con más preguntas que respuestas. Y es que, por más que Samir se quiera convencer que "el pasado está muerto", esto no es así: el pasado nunca nos deja por completo y se pega a nosotros como la pintura en la ropa de Ahmad, como la terca mancha de cierto vestido, como las decisiones que tomamos, como la conciencia que no nos deja descansar.