Revista Cultura y Ocio

El presente de su pasado

Por Humbertodib
El presente de su pasado

5Sabía que estaba cayendo muy bajo, pero creí que se debía a que me encontraba exhausto, a que necesitaba un descanso, nada más. No me había dado cuenta de cuán grave era el asunto hasta que ella entró en la oficina para pedir que le hiciéramos ese trabajo. La reconocí de inmediato: era Claudia. A pesar de que ya no era una jovencita, se veía tan hermosa que sentí lástima de mí y de toda la horda de feos que habitamos este planeta. Avanzó golpeando los tacones contra el parqué y se sentó en el sillón de los Clientes, frente al escritorio. Sin demasiados introitos, me dijo que, después de haberlo meditado mucho, deseaba ejecutar el Procedimiento, pero exigió que estuviera excelentemente realizado y que nadie debía enterarse. Me aseguró que nos pagaría muy bien si lo conseguíamos, y si no, bueno, que nos conformásemos con quinientos euros, los cuales arrojó sobre mis hojas de anotaciones. Los miré como si nunca hubiera visto dinero en mi vida, eran cinco billetes nuevos, de un verde casi tan atractivo como el de su vestido. Por algo nos dieron la matrícula de Detectives del Tiempo, le dije con cierta arrogancia, sin embargo Claudia no pareció impresionarse. Se puso de pie y encendió un cigarrillo, sin importarle un rábano el cartel enorme de PROHIBIDO FUMAR que había en la pared. Salió del lugar con un lacónico “usted es sólo un Ayudante, hable con su Jefe, espero novedades”. Ni bien cerró la puerta, le hice caso, tomé el teléfono y llamé a mi Jefe, volvíamos a tener un caso interesante, le dije.4Comenzamos a visitar a Claudia en el presente de su pasado. Nótese que no digo que la visitábamos en su pasado, pues nada sería más equivocado, la visitábamos en el presente de su pasado, como a cualquier Cliente que se anima a ejecutar el Procedimiento. El Procedimiento -todos lo saben- le brinda al ciudadano la posibilidad de verse (y vivir) hoymomentáneamente en su ayer, con los riesgos que esto implica, claro está. A veces me cuesta ser preciso, lo sé, pues para nosotros, los Detectives del Tiempo, todas estas categorías apenas significan (algo así como) un continuo y abrumador exactamente ahora. Quiero aclarar que mi Jefe y yo nunca nos involucramos en nada extraño -como tantos-, siempre seguimos rigurosamente el protocolo establecido desde hace más de un siglo por la Comisión Universal del Tiempo, cuando se descubrió la Entrada. Los Ayudantes no podemos llevar adelante el Procedimiento, ni siquiera estamos autorizados a hablar con los Clientes mientras el mismo está en marcha, eso tiene que hacerlo un Jefe, sin embargo, en muchas ocasiones se nos permite cerrar el protocolo o sellar los Pasillos Temporales. La labor de un Detective del Tiempo consiste en revelar situaciones, instantes, circunstancias, pequeños detalles; todos fundamentales, todos pretéritos, que han sido decisivos para la vida de los Clientes, pero que ellos no han podido percibir en su momento, o que simplemente los han olvidado. Decía, entonces, que comenzamos a visitar a Claudia en el presente de su pasado, pero con ella fue diferente desde el comienzo, cuando la reconocí al entrar en la oficina. Yo tenía serias razones para querer decirle algo más, mi Jefe se dio cuenta apenas le presenté el caso, pues -hasta es ocioso aclararlo- él también conoce nuestra propia dimensión temporal.3Claudia había estado muy enamorada de Augusto, su marido, pero desde hacía unos años ya no sentía lo mismo, necesitaba volver a revivir aquellos días, aquel estado de ensueño de cuando lo conoció, por eso había decidido ejecutar el Procedimiento, para recuperar emociones, como todos. Ya la habíamos visitado varias veces en distintas pruebas preliminares y así constatamos que no era difícil llevarla hasta el Trance, pero ese día se iniciaba el Procedimiento propiamente dicho, etapa 3, código azul, vamos, lo importante. Cerramos fugas y abrimos el Pasillo Temporal, entonces Claudia pudo ver a un Augusto joven jugando al tenis en una cancha cercada por un enrejado, sí, era la del club de su barrio. Estaba vestido de blanco, ejercitando su volea y repitiendo el saque... Lo pierdo, murmuró Claudia, entonces tuvimos que enfocar más el campo para que, por otro breve instante, volviera al presente de su pasado. Claudia ahora estaba colgada de la reja de la cancha y suspiraba por el muchacho, después se vio regresando a su casa, arrojada sobre la cama pensando en él, hasta llegó a escuchar los gritos de su madre, retándola.2Miré al Jefe, él también me miró y me dijo que sí en voz baja. Entonces fui yo el que le habló a Claudia. Le pedí que observara un poco más hacia la derecha, que se fijara en el otro muchacho que siempre se escondía detrás del árbol mientras ella se idiotizaba por el tenista. Es verdad, dijo, hay un chico muy delgado, de cabello lacio y piernas separadas, ahora puedo distinguirlo claramente, asomando su cabeza y haciéndola desaparecer cada vez que me doy vuelta. Es verdad, me espía y yo lo veo, pero no le doy importancia, porque es feo, porque sólo tengo ojos para Augusto. Un momento... ahora el chico está llorando. Cuando lo dijo, el alma se me estrujó. Al notarlo, el Jefe me hizo una seña y se lo largué: Claudia, ese chico que llora soy yo, y cerré el Pasillo Temporal sin respetar el protocolo, corté el Trance en el momento más crítico, la dejé allí, flotando en un purgatorio intemporal. No sentí culpa, miedo ni remordimiento, nada de lo que pudiera venir tenía la menor relevancia.1Me parece que caí tan bajo porque me encontraba exhausto, necesitaba un descanso urgente, nada más. Dicen que a todos los Detectives del Tiempo les pasa: mi cuerpo no se entendía él mismo, y yo (todo yo, me refiero al sujeto, ente, ser, individuo) no conseguía cambiar el estado de los acontecimientos. Cuando me acostaba me sucedía siempre lo mismo: me adormecía poco a poco y así también me despertaba, pero nunca estaba completamente dormido o despierto. Al principio se me dormía un dedo, el meñique pongamos por caso, después el brazo, la pierna, las uñas, el cabello, pero a esa altura ya comenzaba a despertárseme el dedo, justo cuando se me dormía el hombro. La mente no se me dormía nunca: creo que ésa fue mi falta grave.

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