El Terruño Berciano

Cuando hablamos elaboración de vinos se suele limitar a los procesos de fermentación y crianza, y no pocas veces se olvida uno de los factores más importantes: la uva, que se ve determinada por la variedad, la climatología de la añada, la viticultura desarrollada y, por supuesto, la tierra donde se cultiva.

Todos estos factores están englobados en el concepto de terroir, mítica y sensual palabra francesa que define la influencia del suelo donde se encuentra el viñedo, así como de los factores geológicos, climáticos y humanos que lo definen.

De esta manera, el viticultor se define como el maestro de ceremonias de esta sinfonía de variables, que cambian añada tras añada. Su conocimiento, su apego a la zona, y su sensibilidad, le permiten traducir todas estas excepcionalidades, en un vino singular.

Los suelos del Bierzo son en general de textura arcillosa, que en zonas de altura, con un suelo más evolucionado, han dado como consecuencia la formación de pizarras. Son suelos con una alta capacidad de retención de agua, de esta manera regulan el aporte de la misma a la planta, y aportan a los vinos de la variedad mencía una mineralidad muy característica  que añade elegancia a una uva de por si delicada.

Pero pese a que las características del suelo sean importantes, y en este aspecto se puede hablar del viñedo berciano como uno de los mejores del mundo, es muy importante no olvidarnos de la mano del hombre y hasta donde interviene en el trato de la tierra y de la planta. Conviene recordar que la planta “habla” y que hay que “escucharla” para así conseguir vinos sinceros en los que la figura del enólogo se diluye y el terruño toma el poder, algo a veces olvidado quizás en pos de la producción u otros menesteres de carácter poco noble.

El conocimiento del terruño es un objetivo que dura una vida entera llena de vivencias y sensaciones, que no se puede transcribir a un libro, y que en algunas zonas se ha heredado desde los ancestros de generación en generación.