Revista Cocina

Ellos

Por Lagastroredactora @lauraelenavivas

“No espero ni pido que nadie crea el extravagante pero sencillo relato que me dispongo a escribir”… Era el restaurante de moda en la ciudad, y ellos, los dueños, la pareja estilosa que se reunía cada día con la gente más cool, los dos triunfadores que habían montado en plena crisis un restaurante-discoteca de 150 metros cuadrados en el barrio más caro de la zona y habían superado con creces las expectativas de aquellos que opinaban y decían saber asegurando al principio que era una osadía su proyecto. Una osadía, afirmaban, aunque esa misma gente también sabía perfectamente de la potente red de relaciones públicas que se habían ido asegurando gracias a su círculo social y a puestos anteriores, de eso y de los rumores de negocios turbios que funcionaban por detrás y que supuestamente les habían facilitado todo el respaldo económico que necesitaron para poner en marcha el proyecto. Pero ellos no hacían caso de los comentarios, disfrutaban su status y comentaban con arrogancia cuando les preguntaban que no había sido una osadía sino todo un acierto aprovechar sus ventajas para emprender algo propio con el mayor éxito.

Durante seis años el establecimiento fue la referencia en cuanto a gastronomía y vida nocturna de la ciudad. Él conquistaba con su apariencia de chico bien proveniente del norte del país y estilo moderno; ella atraía a todos a su alrededor con su belleza exótica, su acento extranjero, su vestuario a la última y esos gestos sofisticados que resaltaban aún más cuando llevaba a su gato angora blanco en brazos, el animal que parecía parte de su puesta en escena.

Juntos formaban el dúo perfecto, una pareja llena de glamour, con el toque de prepotencia justa para que todos quisieran acercarse a ellos y muy sagaces como empresarios. En el local cuidaron siempre cada detalle, la carta al principio estuvo compuesta por platos mediterráneos con guiños a la cocina asiática tan de moda en esa época; luego le introdujeron pinceladas de cocina peruana cuando esta empezó a superar a la otra como última tendencia. No era alta gastronomía ni cocina de autor, pero los platos tenían éxito por jugar con sabores atractivos y una vajilla espectacular. La decoración por su parte también era certera, tonos cálidos con mobiliario vintage cuando los competidores aún seguían con el estilo minimalista, y abundantes tejidos en paredes y sillas que le daban la calidez necesaria a un espacio tan grande. Todo había sido milimétricamente planificado para que no faltara ningún detalle, el personal y su vestuario, la música de fondo durante las cenas y la de forma en la discoteca, la mudanza en minutos a las doce de la noche del salón que desaparecía para darle cabida a la pista de baile. Ellos eran un ejemplo a seguir de éxito y buen hacer.

Por eso fue que nadie entendió cuando hace poco, y en pleno apogeo, cerrarán de un día para otro. La clausura fue noticia tanto en medios relacionados con restauración, como en la prensa del corazón y revistas económicas locales, el mejor establecimiento del sector no volvía a abrir sin aviso previo. De ella no se supo nada, él fue quien habló por los dos y comunicó mediante una especie de nota de prensa y una declaración en un programa de chismes que necesitaban cambiar de aires y producir proyectos nuevos, que por ahora se tomarían un año sabático para recorrer el mundo después de tantos tiempo trabajando sin parar  y luego se instalarían en otro lugar para emprender con un nuevo local de restauración, quizás Sidney, quizás Tokio. Algunos dijeron que detrás de tanto éxito había deudas grandes producto de la mala administración, otros insinuaron que sus negocios oscuros los llevaron a un túnel sin salida. El caso es que él se veía bastante tranquilo los días posteriores al cierre mientras terminaba de sacar algunos muebles y papeles del local que traspasaban, asunto que resolvió rápidamente ya que muchos vieron la oportunidad de continuar el concepto y repetir la historia.

Lo que nunca se supo es que abajo, en el sótano que hacía las veces de almacén del local, detrás de la estantería situada al fondo en la que se colocaba la vajilla de repuesto en un lado y  la mantelería en el otro, yacía el cuerpo sin vida de ella, tapiado en la pared que había sido disimulada hábilmente con un trabajo rápido de albañilería. El gato, su gato Pluto, el que siempre la acompañaba colgado de sus brazos a supervisar cada tarde el restaurante antes de abrir para que todo estuviese perfecto, era el único que sabía su paradero, por eso vagaba por el local como si no quisiese irse, y la mayor parte del tiempo estaba ahí en el sótano maullando triste cerca de la pared.

Aunque me estoy equivocando al contároslo, no era solo el gato, él también sabía dónde estaba ella.

relato, gato angora

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PD: La idea de este relato surgió a partir de un cuento de Poe, El gato negro


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