Revista Cine
Al joven cineasta sudafricano Neill Blomkamp le salen bien las alegorías sociopolíticas. Su inventiva opera prima Sector 9 (2009) era una emocionante película de acción y ciencia ficción rabiosamente militante y anti-Apartheid. Y ahora, en su segundo largometraje y primero hollywoodense, Blomkamp repite la historia. Elysium (Ídem, EU, 2013) funciona como película veraniega convencional –futurismo distópico, acción bien ejecutada, explosiones varias, hartos robots y un carismático villano (casi) indestructible- pero, también, como una furiosa alegoría que denuncia, a saber, las abismales diferencias económicas entre pobres y ricos, la criminal política anti-inmigrante en Norteamérica, y la ausencia de servicios de salud dignos en el Estados Unidos de hoy. Se trata de un transparente discurso militante del más clásico liberalismo social -¡fronteras abiertas, salud para todos, mejor distribución de la riqueza!- como no habíamos visto en mucho tiempo en una producción hollywoodense de este tipo. Estamos en Los Ángeles, en el año 2154. La ciudad –el mundo entero, de hecho- se ha convertido en un enorme basurero, sobrepoblado y contaminado –estas escenas fueron filmadas, por cierto, en el muy mexicano Bordo de Xochiaca-, por lo que los muy ricos –gente como Romero Deschamps y compañía- viven en el espacio exterior, a 20 minutos de la Tierra, en una exclusiva colonia llamada, precisamente, Elysium. En la hispano-parlante Los Ángeles vive Max (Matt Damon), un ladrón de automóviles regenerado que trabaja cual vil esclavo de cualquier Metrópolis (1927) fritzlangiana. Después de sufrir una contaminación mortal que lo condena a vivir no más de cinco días, Max decide irse de ilegal a Elysium, en donde cada ricachón tiene una cápsula de salud que acaba con todos las enfermedades en unos segundos. Para llegar hasta allá, Max recibe ayuda del rebelde, hacker y “coyote” Spider (la estrella brasileña Wagner Moura), con la condición de que Max colabore en el secuestro de un empresario muy importante y que luego sirva de portador cerebral de cierta información que podría acabar con el dominio plutócrata en Elysium. La película nunca intenta negar la cruz de su parroquia hollywoodense: con todo y que el planteamiento es fuerte e ingenioso, y la resolución muy emocionante y emotiva, el desarrollo central de la historia resulta demasiado convencional, con las explosiones, persecuciones y peleas de rigor. Por su parte, Jodie Foster, en el papel de una “halcona” Secretaria de Guerra, es poco menos que una aburrida caricatura de todo lo que el Hollywood liberal y bien-pensante aborrece. Mucho más interesante –y divertido- resulta Sharlto Copley en el papel del implacable sicario afrikaaner Kruger, quien se roba cada escena en la que aparece. El resto del reparto apenas si se da a notar: Diego Luna en el triste papel del amigo sacrificable y Alice Braga como el infaltable interés amoroso del crístico héroe. Elysium, insisto, no deja de ser una película de acción veraniega-futurista más pero, con su desafiante –aunque, en el final, contradictorio- discurso humanista-igualitario, sí logra plantear, por lo menos, alguna que otra idea auténticamente subversiva: el derecho sin distingos a la salud pública. Y si cree que esto no es suficientemente revolucionario, vea el grillerío que hay en este momento en Estados Unidos por el impugnado presupuesto y el muy odiado –por la ultraderecha gringa- Obamacare. Para bien y para mal, Hollywood ha funcionado siempre así: como espejo fiel/deformante de las preocupaciones más serias de la sociedad estadounidense. Así sucede con toda industria cinematográfica que se respete.