Llevo tiempo queriendo escribir sobre la belleza. Creo que la razón de mi interés está en lo mezquino y lamentable del momento que vivimos. La estupidez, el interés por encima de todas las cosas y el ser un cretino se premia y es motivo de elogio y eso, a los que nos esforzamos por no ser ninguna de estas cosas, nos pesa. Nos molesta y nos pesa.
Es muy fácil caer en la idiotez. En el momento actual es, creo yo, mas sencillo incluso que incidir en la virtud, la honestidad o la ética, como valores que mueven a las personas y las hacen mejores. La televisión, los medios de comunicación, la propia sociedad, han hecho aceptables conductas y comportamientos más bien deleznables y objeto de burla y expulsión no hace mucho. Ahora es objetivo para muchos ser un patán, comportarse como un maldito idiota y ser, a fin de cuentas, un "trepa" de medio pelo, dispuesto a todo por la pasta. La amistad se banaliza hasta el extremo, la ironía o el acicate del "puyazo" se vuelven imposibles en internet y las redes sociales. Por escrito todo es afilado, todo es peligroso. Ya no vale ni se valora en su justa medida el encuentro personal, que por las actitudes y el lenguaje corporal, marca la diferencia entre alguien insufrible y extremo y una persona normal y corriente.
A mi me ha pasado. He creído ver a individuos mas bien innecesarios en mi vida en ciertas conversaciones en whatsapp o Facebook y Twitter que después, en persona, son de lo mas normal y razonable. Incluso agradables en el trato directo. Buenas personas, con sus opiniones y actitudes, pero siempre dialogantes y... "normales"
Normalidad y belleza. Dos palabras en desuso en un tiempo de extremos. Todo va al limite y en este contexto, ¿que se supone que es bello?. Un vino ¿puede ser "belleza"?.
Juguemos un poco.
En mi mundo, este cuadro de Jackson Pollock es belleza. Para mi, esa caótica sucesión de colores y textura es bella. Es muchas cosas más para mi. Me ofrece alegría, viveza, claridad en la tormenta diaria de mi cabeza. Es un modo de entender la pintura que va más allá de formas y dimensiones, y eso me resulta plácido y agradable. Así que, para mi, es bello.
También lo es la música, pero no toda. Esta pieza o esta lo son, de modo muy distintos además. Bach y Mozart me producen una cierta emoción pero, ante todo, me resultan bellos como estilos musicales. Ni soy un gran conocedor ni un artista, no se tocar ningún instrumento ni leer música, pero estas dos piezas y otras muchas me producen paz. Y en la paz y la tranquilidad veo belleza.
Para mi este vino de la izquierda es belleza. Lo es más allá de su juventud, de su probable bisoñez y de lo joven de su autor. Es bello más allá de si lleva o no sulfuroso, en que cantidad, si fue microfiltrado o no y cuantas manos de sulfato de cobre recibió la viña. Y es bello porque está rico, si, pero también por lo que representa. Es un tinto Rías Baixas y eso es nadar contracorriente, aunque ahora no lo parezca. Es un vino de poco color, ligero y ácido y eso también es nadar contracorriente, aunque tampoco lo parezca en el momento actual del mundo del vino.
También es bello para mi este otro vino de aquí abajo. Es totalmente distinto al anterior, tan distinto como Johan Sebastian Bach y Amadeus Mozart lo son en realidad para quien escuche música clásica y la valore y la mida. Este es un tinto de raza, duro y difícil hasta que su tanino se calma, algo que solo puede producir el tiempo y la paciencia. Pero a mi me gusta porque me recuerda a un tiempo y una época mas bellos para mi y quizá mejores. Fue un tiempo en el que tuve otra fuerza y otras ganas y, quizá por eso, para mi es un vino bello.
Esta visión de la belleza, compartida o no, es inusual para este mundo. Llevamos una mala semana. Mucha Cataluña, mucha posición ideológica mal entendida, mezclando víscera con teoría política. Mezclando animosidad personal con ideologías y, a su vez, ignorando los fundamentos teóricos de esas ideologías y si estos tienen o no sentido. Mucho recurso a la historia y poco al historial. Llevamos una semana en la que, más que del destino político de una región, nacionalidad o estado estamos hablando del futuro de la humanidad. Y, amigos y amigas, no es de eso de lo que va mi vida, la de nadie. No va de eso el día a día.
Yo hablo aquí de vino y, en ese contexto, el del vino, hablo de personas y acciones, de medio ambiente, de economía, de gusto y disgusto, de estética o de moral. Pero tengo muy claro y vosotros también deberíais tenerlo, que nada de lo que digo tiene la mas mínima importancia en el contexto de la vida de los demás. Ninguna importancia. Y si la tiene, tenedlo claro también, la importancia es tan grande como se la quiera dar quien lo lee. Que me guste o me disguste algo es pura y exclusivamente asunto mío. Mío.
La belleza es tanto o mas importante por quien la observa, siente o disfruta que por si misma. Por eso es tan importante crear espacios de belleza simbólica en nuestro día a día de asesinatos y venganzas. De violencia gratuita y barbaridades. Enseñar pintura, música, historia del arte o literatura en las escuelas no es educación, es salud mental. Es psicología. Es intentar garantizar al menos en una minúscula parte, el futuro de las próximas generaciones.
Enseñar "gusto".... no sería una mala idea.
¿Que como?...pues de la misma manera que se enseña pintura y música. Oyendo, viendo, pintando y tocando. Se enseña gusto probando. Oliendo, mirando y a la edad saludablemente aceptable se enseña probando. Y probando de un modo dirigido en la cantidad y variedad que haga que, el día de mañana, nadie vea admisible que se hable en igualdad de condiciones de vino en polvo, de tomates de mentira o de "Palitos de cangrejo" sin asomo de marisco alguno. Probando. Así llega cada quien a la belleza.
A su belleza.