Fue el primer título olímpico para un seleccionado argentino de fútbol. Era el único que le faltaba, era una verdadera obsesión esquiva hasta entonces. La medalla dorada en un Juego Olímpico tardó en llegar pero cuando lo hizo fue de manera resonante: invicta, histórica e inolvidable.
Pero antes de aquel recordado 28 de agosto de 2004 en el Estadio Olímpico de Atenas, Marcelo Bielsa y los suyos debieron recorrer un complejo camino, no solamente por lo que representaba primero conseguir la clasificación en el Preolímpico de Chile, sino porque el entrenador habia perdido el apoyo de la mayoría de los seguidores del equipo nacional y de la empresa especializada tras la eliminación en primera ronda en la Copa del Mundo Corea-Japón 2002.
Como de constumbre en cualquier certamen, Argentina y Brasil comenzaban como favoritos en el Preolímpico buscando su pasaje para la “tierra prometida” del olimpismo. Pero esta clase de competencia une aún más a los clásicos rivales sudamericanos: jamás lograron colgarse la presea dorada.
Fue la última vez que la clasificación al fútbol olímpico se disputó con esta modalidad, ya que para Beijing 2008 y para Londres 2012, los pasajes deben ser coseguidos en el torneo Sudamericano sub 20, clasificatorio a la Copa del Mundo de la categoría.
Pero, como de costumbre, desde que los Juegos “reconocieron” no ser amateurs en su totalidad, cada equipo podía llevar tres mayores de 23 años en sus planteles y los elegidos por Bielsa fueron Roberto Ayala, Gabriel Heinze y Cristian “Kily” González.
El futuro campeón en Atenas debió enfrentar en la fase clasificatoria a Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia, venciendo a todos, excepto a los incáicos en el debut. Así, se adjudicó la zona y accedió a la ronda final con Chile, ganador del otro grupo, Brasil y Paraguay, ganadores de los repechajes frente a Colombia y Ecuador.
Lucho fue uno de los goleadores en el Preolímpico, hizo 3
En la fase definitoria, los de Bielsa vencieron a Brasil y a Paraguay, mientras que igualaron con Chile en el cierre del torneo, punto que le aseguró estar cuatro meses después en Grecia en la búsqueda de la ansiada medalla.
Paraguay, sorpresivamente fue el otro clasificado, dejando afuera a Brasil en la última fecha y sometiendolo a tener que esperar otros cuatro años para volver a intentarlo.
Mucho y mal se habló de aquel histórico logro, bajo el lema de que Argentina “no le ganó a nadie”. Falso argumento apoyado, también erróneamente en que ganó fácil todos los partidos y no le convirtieron goles, quitándole así, injusta y neciamente, cualquier mérito a un Carlos Tevez que explotó definitivamente como jugador desequilibrante y decisivo, a un Luis González que terminó de demostrar la categoría de futbolista que era y, entre otros, a Javier Mascherano, el amo y señor de la mitad de la cancha.
Argentina vapuleó, ninguneó, borró del mapa a cuanto rival se le puso en el camino. Debutó el 1 de agosto en Patras ante Serbia y Montenegro con un furibundo 6 a 0; despachó a Túnez tres días más tarde con un 2 a 0 que le aseguraba la clasificación a cuartos de fianl y cerró el grupo frente a Australia con un ajustado 1 a 0.
Es cierto, los rivales no eran de renombre tradicional, pero no por eso los juegos fueron meros trámites, ni siquiera en la ronda de los mejores ocho, adonde Argentina liquidó a Costa Rica por 4 a 0 y se aseguró su lugar en las semifinales, con la chance de medalla cada vez más cerca.
En esa siguiente instancia, el equipo del “Loco” debió cruzarse con Italia, para muchos disminuida y sin figuras, pero lo que muchos no recuerdan o ni siquiera tienen en cuenta, es que en aquel equipo “azzurro” jugaban futbolistas de la talla de Daniele Bonera, Daniele De Rossi, Andrea Pirlo y Alberto Gilardino.
Así y todo, fue 3 a 0 con baile incluído. Todo, absolutamente todo, mérito de un equipo que, por lejos, fue el mejor de una competencia que en sus fases preliminares se encargó de dejar afuera a Brasil, por ejemplo.
Tévez, el Kily y Delgado, bailan tras un gol argentino
La medalla de plata estaba asegurada tras haberle ganado a Italia, pero la final contra Paraguay el 28 de agosto tenía otros aditivos: la lejana final perdida en Amsterdam 1928 a manos de Uruguay y la de 1996 en Atlanta, perdida sobre el final del partido contra Nigeria en un 3 a 2 inolvidable y angustiante por su desenlace, eran los mejores antecedentes para tomarse revancha.
El espíritu amateur que rescataba Bielsa se había potenciado hasta el infinito en aquella competencia, pero faltaba el último paso, el histórico, el que le saque de las espaldas al fútbol argentino el estigma olímpico.
Y la llave a la gloria la tenía él obvio, el que debía ser: Carlos Tevez a los 17 minutos del primer tiempo de un juego tremendo y cargado de tensiones. Un gol que le permitió a un combinado nacional colgarse la medalla dorada 80 años después de haber debutado en un certamen de esta naturaleza.
Mientras la “Generación Dorada” del básquetbol se consagraba por esas mismas horas ante Italia en otro hecho histórico, el fútbol argentino dejaba su huella imborrable en una justa olímpica que repetiría en China cuatro años después, sin que Brasil aún lo haya logrado, como para no perder dimensión de lo conseguido.