Gracias al lowcost, hoy en día es más fácil tener este tipo de “experiencias”. Más si el destino elegido es Portugal, que ha sufrido como pocos países europeos los reveses de la crisis. Los precios son realmente asequibles y las posibilidades de disfrutar de un viaje barato se multiplican. El presupuesto: 100 euros por persona para alojamiento y vuelo y 150 más en gastos: 250 euros dos noches “enogastronómicas” en Oporto.
Primera jornada
Era hora de cenar y teníamos reserva en “O Comercial” un local situado en el interior del propio Palacio de la Bolsa. El restaurante es acogedor, situado en uno de los laterales de un claustro cerrado impresionante, con un suelo de mosaico que quita el hipo. Las viandas, muy buenas y recomendables, sobre todo, como no podía ser de otra manera, los platos de bacalao, que compartimos y que nos dieron una idea clara de lo distintos que pueden ser los sabores de una misma materia prima cocinada con imaginación y cariño. El vino: un blanco del Douro, muy parecido a unos de nuestros verdejos.
Cansados, era hora de volver a dormir y reponer fuerzas. El primer contacto con la ciudad, prometía.
Segunda jornada
Llueve, y mucho. Por lo que decidimos, tras un desayuno tranquilo, algunos tweets y whatsapps (la wifi es gratis en todo el hotel) y la consulta de correos y prensa nacional, irnos a visitar una bodega. Al otro lado del río, en Gaia, Sandeman está a tope, invadida por una convención de tunos o algo parecido, por lo que, tras una degustación de “lagrimas” blancas de vino de Oporto y quesos deliciosos en un barecito, nos decidimos por Cálem. La visita en portugués (no había hora para la de español) bien llevada por un personal muy amable, que nos explica la historia de la marca, su gama de productos y nos lleva hacia una cata desasistida de dos de sus vinos. Un poco decepcionante, muy parecido a las visitas de las bodegas de Jerez, pero nada que no se pueda animar con la compañía y las ganas de pasarlo bien.
Es hora de comer y en la misma ribera de Gaia, nos metemos en un bareto cutre, que en la parte de arriba tiene un par de mesas con manteles de colores y dónde la simpática dueña y su hijo nos atiborran a croquetas de bacala0 (buenísimas), un chorizo muy suave y unas sardinas a la plancha. Las cervezas, bajo demanda, con sólo abrir la nevera que teníamos detrás. Barato, barato (unos 8 euros por cabeza). Era hora de despejarse y tras negociar el precio, subimos a unas de las barcazas que te hacen la ruta de los 5 puentes (desde el de de Maria Pia del francés Eiffel hasta la desembocadura). Muy buena ocasión para admirar ambas riberas del Duero, las viejas fábricas abandonadas y los nuevos unifamiliares vanguardistas.
El temporal en el Atlántico hacía que las olas saltaran por encima del dique de la desembocadura. Era el momento de regresar. Para volver al hotel, cogemos el funicular en Ribeira, que nos deja cerquita del la praça da Batalha (no era cuestión de subir cuestas). El recibidor de la estación de São Bento merece la pena, con las paredes repletas de mosaicos de azulejos en azul y blanco, con distintas escenas de la historia de la ciudad y de Portugal. Tarde de compras y merienda por la calle de Santa Catarina. Imprescindible el café y los dulces del Café Majestic. De vuelta al hotel (está cerca de todo), una ducha y dos taxis para irnos a cenar. Nos esperaba, sin duda, lo mejor del fin de semana.
Lo mejor: O Paparico
El restaurante “O Paparico” es uno de esos locales que te sorprende desde el primer momento. Está lejos del centro, fuera de todo el meollo turístico y parece una casita baja perdida en una de las calles de las afueras de la ciudad. Pero al entrar, desaparece el recelo inicial y te encuentras con paredes de piedra, decoradas de manera ecléctica entre lo clásico, lo rural y lo “cool”, detalles de forja y mesas perfectamente preparadas y distribuidas. Nos tenían preparado un reservado, con unos entrantes deliciosos, donde debo destacar el paté de ternera sobre pan a la brasa, sin olvidar la ensalada de bacalao y los embutidos. El trato del personal es exquisito, como en pocos restaurantes a los que hemos acudido. Para maridar, nos dejamos llevar.
El vino sugerido por el maître, sorprendente, un blanco de 1994, sin madera: Quinta das Bágeiras de la DO Bairrada. Increíble, complejo, fresco, y servido impecablemente en un decantador-enfriador.
Los platos: pulpo asado con patatas y ternera con salsa de setas al vino de Oporto. Muy muy buenos, exquisitamente cocinados y servidos al centro con fuente de calor para que o se enfríen. Los postres, deliciosos, sobretodo los tres chocolates. En resumen, una experiencia que nos dejó a todos un inolvidable sabor de boca y que nos lleva a recomendar encarecidamente este restaurante, no sólo si vas a Oporto, sino entre todos los que hemos tenido la suerte de visitar.
Se hacía tarde y no pudimos disfrutar de los gin-tonics (dicen que los mejor servidos de todo Oporto). Era hora de volver al hotel: al día siguiente había que madrugar para regresar a casa. Tras un vuelo corto y tranquilo, aterrizamos con las sensación de querer volver y de haber disfrutado de una escapada que merece la pena, por ciudad, por gastronomía, por los vinos de Oporto, por el precio y sobre todo, por O Paparico.