Revista Cine
Habiendo asistido a su estreno en una matinal del tristemente extinto Cine Vergara en la que resulta ser única "novillada" de mi ordenada existencia, la memoria que guardo de la primera parte de El Padrino está unos centímetros por encima de la mayoría de películas que he visto y esa mitología particularísima construida a golpe de subjetivismo del que ya a estas alturas no tan sólo no me avergüenz sino que, además, me enorgullezco, viene conformada por una sucesión de escenas a mi entender maravillosas en las que el genial Francis Ford Coppola desgrana su talento a raudales, munífico para los espectadores que se ven rociados por cine de verdad.
No le hacen falta muchas palabras a Coppola para dar a entender que, por fin, las negociaciones han quedado cerradas para siempre y ha llegado la hora de aceptar el trato:
p.d.: esta escena, que es la de la cabeza de caballo, puede que no llegue a verse en pocos días, pues parece que youtube tiene fijación en eliminarla rápidamente, quizás debido a la perfección de su rodaje y montaje y al brillante uso del sonido.