Que un director ruede una película del nivel de Secuestrados (2010) es, sin duda, un arma de doble filo: por un lado, el mundo entero será consciente de su inmenso talento, pero, por otro -precisamente por esa gran maestría demostrada-, el público no tendrá piedad en comparar cada trabajo posterior con esta obra maestra del terror. Y superar a esta pieza, que logró dejar a los amantes del género casi en estado de shock, es una proeza francamente difícil. 5 años después de aquella maravilla, llega Extinction (2015) y, como decía, las comparaciones son inevitables. Ya no sólo por encuadrarse ambas en el género del terror, sino por pivotar en una idea que ya parece una constante en la filmografía del sevillano: la lucha por sobrevivir en situaciones extremas. Si bien en Secuestrados esta lucha pasaba por intentar salir vivo cuando un grupo de criminales se encargaban de hacer trizas la intimidad hogareña y familiar, en Extinction los protagonistas lucharán por salir ilesos del ataque de unas bestias salvajes.
Vivas se encarga de trasladar a la gran pantalla la novela “Y pese a todo…”, del especialista en el género fantástico Juan de Dios Garduño, con ayuda de Alberto Marini. Ambos se encargan de escribir a cuatro manos un relato donde lo que menos importa es la invasión zombie y, lo que más, el drama psicológico de sus personajes. Conviene advertir al que piense que va a ver una película de terror al uso, por tanto, que nada más lejos de la realidad, pues lo que termina teniendo peso en la película es el elemento humano: el perdón, la incomunicación, el remordimiento o la culpa son factores -o valores- que van desfilando por la historia y definiendo a sus protagonistas. Ambientada en un escenario postapocalíptico, esta coproducción entre España, Francia, Rusia y Hungría producida por el catalán afincado en Hollywood Jaume Collet Serrat pivota en torno a 3 personajes: Patrick (Matthew Fox), Jack (Jeffrey Donovan) y la hija de éste, Lu (Quinn McColgan), los cuales sobreviven en la solitaria y nevada Harmony, una localidad a la que parece no haber llegado las hambrientas criaturas en las que se transformó la Humanidad en la infección de hace 9 años. Sin embargo, cuando los zombies hacen acto de presencia, los dos adultos deberán dejar atrás sus rencores del pasado para hacer frente a algo más importante: sobrevivir.
El origen de esta tortuosa relación que mantienen los dos adultos de la trama se va desgranando en los continuos flashbacks que Vivas inserta en la película. Y aunque es un recurso útil a la hora de dar contextualizar los hechos, lo cierto es que ralentiza la historia. Tampoco ayuda a mantener en alto el interés el exceso de silencios o la escasez de diálogos. Que en el conjunto final hayan más preguntas que respuestas no me parece, en cambio, un defecto; cada espectador tendrá su propia tesis de cómo los protagonistas han llegado hasta ahí, qué han estado haciendo todos estos años o qué será de ellos -los que consigan sobrevivir- tras ese final abierto tan bellamente plasmado en imágenes. Con ecos a The Road o Soy leyenda, Extinction consigue distinguirse por su lenguaje propio: el tercer largometraje de Vivas y el primero rodado en inglés destaca por las consignas políticas que se le pueden atribuir -especialmente en su excelente prólogo-, la notable cantidad de sustos predestinados a hacernos saltar de la butaca y, por supuesto, el irreprochable diseño de las criaturas, obra de Arturo Balceiro -responsable de películas como El laberinto del fauno-, a las que el director no tiene reparos en mostrar de cuerpo entero, aunque se eche en falta que no hagan acto de presencia más a menudo.
Aparte de su cuidado look visual y a la correcta partitura de Sergio Moure, las grandes bazas a tener en cuenta en Extinction tienen que ver con su nivel actoral: desde la espectacular transformación física de Fox, el corto pero intenso papel de Clara Lago -que se dobló a sí misma- hasta la gran sorpresa que supone la pequeña McColgan, auténtica revelación de la cinta. Con todo, me sigue dando rabia que la estrechez presupuestaria no haya dejado a Vivas hacer una película más mayúscula a todos los niveles. Cierto es que sus 4,5 millones de € están por encima de los 1,2 millones que cuesta de media un film español, pero por debajo de lo que exige un drama de estas dimensiones. ¿Alguien se imagina lo que hubiera podido hacer Miguel Ángel Vivas con el doble de presupuesto? El día que una productora le de un cheque en blanco al que es uno de los mayores renovadores del cine de terror de los últimos años lo vamos a flipar.