
Muriel Feiner
Ayer pisaron el barro venteño seis señores toros de lidia, seis pavos de Guardiola con romana, cuajo, edad, pitones y aviesas intenciones. Media docena de galanes, que a pesar de llevar más kilómetros en los lomos que el baúl de la Piquer, no doblaron una pezuña, ni un maldito resbalón en la ciénaga en la que se había convertido el ruedo. Me acuerdo ahora de los pelmas del arte, que clamaban al cielo hace unas semanas en la feria sevillí porque los montealtos, garcigrandes y derividados cárnicos juampedreros se pegaban leñazos contra el suelo como aquellos chinos de Humor Amarillo. Echaban la culpa del desastre al cambio de cantera suministradora del albero, que si bien está en el mismo terreno, Alcalá de Guadaira, los responsables maestrantes mudaron la cartera, sería por la crisis, a la empresa picapedrera del cerro de enfrente. Estos villamartas no acusaron nada, cuando hay casta y fiereza, que les sale por los ojos con esa viveza lunática en la mirada, que es como un aparato de rayos X criado para radiografiar sólo toreros de Interior, no hay lugar a la mezcla de vergüenza y pena que da al aficionado ver una tarde tras otra ese muestrario de lenguas lamiendo la arena, de bichos sangrando como puercos en San Martín mientras se mueven, de aquí para allá, afligidos y asustados, detrás de la tela que vuela con chulería y desahogo el nachoduato de turno.
El miedo, que mama de la teta del peligro, hizo ayer acto de presencia. Recordemos que la grandeza de la tauromaquia reside, antes que en las formas éticas o estéticas, en que el que se ponga a ver una faena, sea aficionado o no, sea de la calle Pureza o un becado erasmus de Helsinki, capte el génesis primitivo del toreo: "lo que hace ése que está ahí abajo no soy capaz de hacerlo yo, ni creo que esté al alcance de cualquiera". La sensación en todo momento ayer fue esa. Ver a Fundi y a Uceda Leal, que con José Ignacio Ramos han sido los mejores estoqueadores de la última época, dar un mitin a espadas, dió buena cuenta de la dificultad de la profesión cuando hay un toro, como Dios manda, delante.
Todos mis respetos para los tres toreros, que echaron para adelante una tarde perruna con un ganado que nadie quería. Y para Jaime Guardiola, por criar toros aptos para la lidia, que escrito así, de carrerilla, suena a fácil, a chascarrillo torista, pero que en los tiempos tan descastadísimos que corren, es un lujoso patrimonio que el aficionado no debiera permitir que se perdiese.