Fondant: Utilizado normalmente para la decoración de tartas, el fondant, una vez realizado y estirado con el rodillo, cubre las mismas dotándolas de una capa suave y homogénea, para a continuación decorarlo con formas varias del mismo fondant u otras opciones dulces diferentes.
La siguiente historia es la crónica del descubrimiento de un nuevo estado de la materia adherente, chicloso y peligrosamente pegajoso, gracias al microondas y a las nubecitas de Mercadona.
Este es el relato de todo lo que NO debe hacerse al realizar fondant casero.
Todo comenzó al visitar en Madrid la feria Sugar09 y hablarme Bea de las maravillosas decoraciones de Peggy Porschen. Tras procesar mi cerebro dicha información, mi tranquilidad espiritual se vio sumamente afectada y decidí dedicarme de por vida, a partir de ese momento, al fondant. Esto fue lo que ocurrió:
1.- Tras pasar por caja y ante la cara de asombro de la cajera, sufro un ataque de caries y dos subidones de azúcar, ya que desembarco en mi cocina con 2500 gramos de azúcar glas y 1200 gramos de nubecitas de dos colores: rosa y blanco.
2.- Pongo a mi hijo pequeño, tijeras en mano, a cortar las susodichas nubecitas para separarlas en dos montones: rosa y blanco. Cada vez que corta, mi adorable hijo se chupa los deditos impregnados en azúcar. Ignoro si la saliva infantil afectará al resultado final.
3.- En un bol grande de cristal directamente echo las nubecitas de color rosa, aparto las blancas. Lo meto en el microondas. En algún sitio leí que era preferible tener cuidado con el tiempo de permanencia en el mismo, pero llego a la conclusión de que las matemáticas son una ciencia exacta y que lo mismo darán 6 periodos de 10 segundos que uno de 60. Las nubecitas, rosas, ignoran las leyes matemáticas, y cometo un error definitivo
4.- Saco el bol. Aunque las miro con desconfianza, las muy ... conservan su forma. Solamente para confundirme.
5.- Echo el azúcar glas, meto una espátula de silicona dentro. Comienza mi calvario.
6.- Intento amalgamar aquella materia como puedo, pero no puedo. A partir de ese momento los acontecimientos se suceden a una velocidad vertiginosa: se pega al bol, se pega a la espátula, se pega a la primera mano que meto dentro. Levanto la espátula, aquello es infinitamente elástico. Mi hijo intenta meter una mano también, se lo impido, suelto la espátula, la dejo sobre un plato y se adhiere instantaneamente a él. Meto....la segunda mano.
7.- Ahora el bol, la materia y yo formamos un todo único e inseparable. Al comenzar a enfriarse se forman hilos y costrones de masa que me saltan a la cara y al pelo. Me como los que caen cerca de la boca, a los del pelo no llego.
8.- Intento verter la materia sobre la encimera. Ahora la encimera también forma parte del nuevo ser.
9.- Pido socorro a gritos, y tras un esfuerzo titánico consigo trasladar el conjunto (intentando que la encimera permanezca en su lugar) hasta debajo del grifo y dejo correr el agua caliente. Mis extremidades superiores quedan libres por fin. Me deshago, no sin cierta pena, de la nueva materia creada, la cual se va diluyendo bajo el agua...
10.- Nací cabezota, y la vida me enseñó a serlo aún más. Todavía conservo las nubecitas blancas... segundo intento...
Las fotos que ilustran este post corresponden a la maravillosa obra de la alemana Peggy Porschen. Gracias Bea por poder "desvirtualizarte" y enseñarme la obra de esta fantástica repostera.
Próxima entrega: "Ya sé hacer fondant"