¿Qué hace una película como esta, producida por Virgin y distribuida por Universal, en un sitio como este? Pues sencillamente porque se lo merece aunque me temo que la crítica la va a masacrar. Una proeza visual semejante a un grandioso espectáculo de circo: acrobacias, vértigos, lanzadores de cuchillos, luces y estrellas. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, todo hay que decirlo, un guión con más sustancia.
Revista Cine
Su director, Tarsem Singh, es un maestro de la imagen, un visionario del “más difícil todavía”, que en su último trabajo opta por un acercamiento a los primeros péplum como Cabiria (1914) más que al anterior film de sus productores, 300 (2007). Tarsem me había completamente hipnotizado con The fall: el sueño de Alexandria (2006), otra de sus locuras que le llevó 4 años y rodar en 28 países diferentes e Immortals, no decepciona.Sus primeras imágenes son dignas de una galería de arte, entre los titanes encerrados en un cubo y las sacerdotisas en círculo perfecto, sabemos que la película estará repleta de hallazgos visuales. Su estética entre el exceso de color de la pintura de Caravaggio o de los fotógrafos Pierre y Gilles o Álvaro Villarrubia, un vestuario creado por Eiko Ishioka, ganadora de un Oscar por Drácula de Coppola (que harían las delicias de Locomía y Lady Gaga), la utilización de unas cadenas al más puro estilo del director de teatro Tomaz Pandur, y un uso y abuso del dorado en Grecia (lo que no deja de tener su ironía), el espectador no sabe dónde fijar su mirada.Da la sensación que el director compensa el escaso contenido del guión con una vena de humor que se agradece. En resumen, la mitología griega al servicio de Hollywood, el rey Hiperión (un impagable Mickey Rourke cuando “ilumina” al guardián del templo) decide vengarse de los dioses y declarar la guerra con ayuda de los titanes. Pero Teseo, interpretado por un Henry Cavill que sufre tanto que parece que le acaban de depilar (posiblemente sea el caso), se opondrá al malvado Hiperión.Con unos decorados terrestres sublimes, que confirman que desde hace siglos los griegos incumplen impunemente la ley de costas, los cielos tampoco dejan que desear. Mientras en la tierra el caos de la guerra avanza, los dioses disfrutan de la impagable vista que tienen desde un ático divino y, aburridos como ostras, se pasan en día vigilando a los humanos como porteras, dudando entre actuar o no.Es una verdadera pena que el guión sea tan ligero pero pensándolo bien tampoco se pide mucha profundidad a Maciste. No me lo imaginado, dubitativo como Hamlet, reflexionando si debe o no luchar en la arena (uy, uy, uy ¿qué hago?, me dejo devorar por el león… El pobre es un animal en peligro de extinción. No sé, no sé…). En todo caso, el film estética y visualmente es una verdadera gozada y servirá para abrirnos el apetito ante el próximo trabajo de este talentoso director: una Blancanieves que, visto lo visto, promete.