Hacía creo que cerca de diez años que Iron Maiden no visitaba tierras valencianas. El recinto del puerto cambiaba anoche los polos Lacoste y los náuticos para ser tomado por 22.000 -según anunciaba Bruce Dickinson en un momento del concierto- expectantes metaleros y 26.000 según protección civil. Sin incidentes, Doña Rita, sin incidente alguno. Porque cabe recordar que otra visita de la mítica banda fue suspendida hasta en dos ocasiones por la señora alcaldesa de Valencia al considerar el evento de alto riesgo, y los que en su día comprábamos la entrada para ver y escuchar a los Maiden en el centro de la ciudad, el recinto de la Plaza de Toros, acabábamos en un patatal (lo de patatal es literal, había patatas que poder llevarse a casa) de un diseminado a las afueras de Valencia después de cambiar el concierto hasta dos veces de ubicación. Lo raro es que, después de la experiencia hayan vuelto, y que haya sido Valencia el único lugar de la geografía española elegido para cerrar su gira mundial de este año. Algo tendrá que ver, digo yo, la respuesta del público local cada vez que pisan estas tierras.
Desde las cinco de la tarde ya había un enorme cola para ocupar las primeras filas, aunque a los Maiden no pudimos oírlos hasta entrada la noche, precedidos de los alemanes Edguy, que se marcaron cuarenta y cinco minutos de buen rock: tengo que escuchar más a los de Tobias Sammet, no me gustaban demasiado pero anoche comenzó a cambiar mi opinión sobre ellos, sobre todo por el vocalista, porque a pesar de poseer una voz impresionante, su estética y cambios constantes de registro me han hecho casi siempre descartarlos como un banda meritoria. Anoche, sin embargo, cumplían como buenos teloneros y anticipaban bastante bien lo que estaba por llegar. Iron Maiden aparecían en la Marina Sur poco después de las 9 de la noche y se portaron. Yo esperaba que le dieran cancha a su último disco, que había salido a la venta esta misma semana, e incluyeran dos o tres de sus míticos temas para contentar al público, poco más. Pero nada de eso sucedió, más bien al contrario, solo se pudieron escuchar tres de las nuevas canciones y el hilo conductor del concierto fueron temas de entre los más conocidos de sus últimos álbumes intercalados con algunos legendarios, temas que el público cantaba al unísono que la banda y desataban la pasión de los asistentes. Los mejores momentos entre el auditorio fueron cuando interpretaron Fear of the Dark, Brave New World o Running Free, además del tema Blood Brothers que Dickinson dedicó a Dio. Solo eché de menos The Trooper para que todo hubiese sido redondo. A pesar del paso de los años, los Maiden demostraron que continúan en plena forma. Y Jordi, que solo tiene quince y es el primer concierto de este tipo al que asiste, está pletórico pensando ya cuál puede ser el próximo.