Revista Cultura y Ocio

Jack el bibliofilo

Publicado el 22 marzo 2015 por Diego Diego F Ospina @DiegO_OzpY

Si hubiera oído aquella noche las palabras de mi novia, hoy no estaría aquí por siempre. No compres libros Jack, no te alcanzara para comer. Jack, Jack, Jack. No hagas esto, no hagas aquello. Esa puta debía morir.

Había algo desesperante en ella, se veía en sus ojos, un atisbo de estupidez. Era la actitud torpe del día a día, su forma de expresarse, sin buscar llegar a ningún lado. Tantas veces estuve con ella, sin querer estar a su lado, veces que fueron eternas.

No compres libros Jack, compra ropa. -decía.

Pero para mí solo había un escape, una posibilidad mínima de sobre llevar la vida. Eran mis libros tan parte de mi como mis piernas, verlos me producía una extraña sensación de paz. Bibliófilo, bibliómano, obsesivo compulsivo, me dicen de muchas maneras ¿acaso es un pecado encontrar la paz en las cosas y no en las personas?

Ella nunca lo entendió, me miraba con sus ojos torpes mientras yo ojeaba los volúmenes, seguramente guardaba remordimientos secretos de otros tiempos, rabias añejas de culpas ajenas. Pero al final, he logrado unir mis dos amores.

No compres libros decía, compra comida. -Pero los libros son la razón de mi alma, a mi espíritu son lo que el alimento al cuerpo, están aquí para acompañarme mientras me extingo en la aurora.

Nadie puede comprender a nadie totalmente, nuestra individualidad posee aquel muro invisible e inviolable, no puedes cambiar a otro, ni saber en qué piensa. Es por eso que peleábamos, nada más, nada menos.

Una calurosa noche de Marzo, poco después de un eclipse milenario, poco antes de eclipsar una vida, hablamos.

No hagas esto Jack, no hagas aquello, nunca llegaras a ningún lado...-

Sus palabras me lastimaron, fue inevitable el desarrollo de los hechos, es toda su culpa. Ella tomo a uno de mis favoritos, un viejo tomo de La Divina Comedia y La Vida Nueva de Dante. Amigo singular del averno, poeta intraterreno, intracorporeo, lo rasgo ante mis ojos con la pasividad de lo que poco importa, como mi madre hacía con lo que yo amaba queriendo formarme el carácter.

Soy un roble viejo y sin hojas, sin raíces, estoy enterrado en vida y a la vez más vivo que nunca en mi muerte, pues descanso entre libros. Ella nunca comprenderá mi amor, ellas nuca comprenden el amor, solo lo sienten de manera instintiva, no comprenden la totalidad del sacrificio desinteresado, mi altruismo está más allá de las formas matemáticas que explican los intereses biológicos de los seres.

Aun así, con la fina piel de su espalda forre dos volúmenes, El Satiricon de Petronio y el Necornomicom de Alhazred, y con su vientre tierno Las 120 jornadas de Sodoma de Sade.

Su cabeza soporta ahora libros en el librero y me sirve para "ser o no ser" cuando leo al Hamlet de Shakespeare. Tantas veces estuve con ella, sin querer estar a su lado, veces que fueron eternas.

No compres libros, te roban el tiempo de vida.- Decía.

Pero mi amor, los hombres escriben libros para vivir por siempre cuando los opaca la agonía. Los hombres hacen libros para vencer al tiempo, nuestro dragón medieval. Cuando un hombre vivo lee a un autor muerto le está dando vida, de formas y a niveles que ni el mejor lector sospecha. Ahora guarda por siempre el libro de mi vida, protégelo con tu piel cuando muera, pues cuando deje de ser leído pereceré finalmente y solo estaremos tu yo, por siempre en las hojas secas de un libro.


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