Todos tenemos nuestras propias obsesiones y Gregg Araki, el director de Kaboom, no olvida nunca las que han nutrido toda su filmografía: la juventud, el sexo y el fin del mundo. Después de haber sido invitada y muy bien acogida en la última edición del Festival de Cannes, la película compite en la sección oficial del Festival de Sitges y no sería de extrañar que obtuviese algún galardón.
Frente a la crisis actual, la incertidumbre generalizada frente al futuro o las previsiones pesimistas e insistentes de todos los analistas, que no anticiparon lo que se nos venía encima pero ahora están seguros de que tardaremos siglos en recuperarnos, hay creadores como este director o Xavier Dolan con su espléndida Les amours imaginaires que ven el mundo de color de rosa, en tecnicolor y disfrutan de todos los aspectos de la vida sin complejo alguno.
Kaboom es la onomatopeya que designa el ruido de una gran explosión en los tebeos americanos y esa es la sensación que percibe el espectador al ver la película. Todo comienza por un sueño recurrente del protagonista: un largo pasillo, una pelirroja, una puerta cerrada y… un cubo de la basura. Es cierto que Smith tiene 18 años, toma drogas con frecuencia en las fiestas sin fin de la universidad, se pasea por el campus con su mejor amiga lesbiana y aunque se acuesta con una rubia tipo Barbie no le importaría hacérselo con su compañero de apartamento, rubio tipo Ken playero y sin ninguna neurona en el cerebro.
Gregg Araki actualiza el cuento de hadas mezclándolo con una buena dosis de psicotrópicos. El paso de la juventud a la edad adulta, la ausencia de los padres, la confusión de sentimientos, la indefinición sexual y la sensación de apocalipsis van pasando ante nuestros otros bajo toda la gama de colores existentes en el arcoíris. Y como siempre nos tiene acostumbrados el director, y también autor del guión, Kaboom contiene frases y réplicas tan bien escritas que hacen que la sala pase una buena parte de la película riéndose a carcajadas.
El film comienza como la típica comedia universitaria alocada, nunca mejor dicho, pero cambia de tono y según avanza se acerca a lo fantástico con secta malvada incluida, persecuciones y secuestros, hasta llegar a la completa y total destrucción de la tierra.
Sencillamente, el director no le tiene miedo a nada. Acaso pueda parecer un poco exagerado todo esto o demasiado complicado pero quién no tiene, hoy por hoy, la sensación de que finaliza una época. Al final puede que Gregg Araki tenga razón.
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