¿Se puede amar a una persona y serle infiel? ¿Quién tiene la culpa? ¿De qué hablamos cuando hablamos de infidelidad?
Cuando somos muy jóvenes, nuestro concepto del amor es fundamentalmente romántico. Pensamos en almas gemelas que se encuentran a través del tiempo y el espacio, en nacer el uno para estar en brazos del otro y en que por supuesto, en cuanto conectas con la persona ideal, el resto del mundo desaparece por completo. Pareciese que el amor de alguien en concreto fuera la gran respuesta a todas las preguntas de nuestra vida y nuestras relaciones de pareja están construidas casi su totalidad en torno al pensamiento mágico. En esta etapa, tu pareja está sólo en un puesto ligeramente menos fantástico que los unicornios y las hadas.
La fidelidad eterna y espontánea pertenece al mismo reino de los cuentos de hadas que el amor íntegro y fusionado que perseguimos en nuestros sueños. No es una especie de superhabilidad que te viene dada por el mero hecho de amar a tu pareja. Establecer un compromiso y mantener unos valores personales va más allá del mero enamoramiento, son, ante todo, un pacto con uno mismo, en el que intervienen tanto el amor como la voluntad.
Porque querer a tu pareja no significa automáticamente que te ha hayas quedado sin ojos y sin hormonas. Ni tampoco implica que entre los millones de habitantes que pueblan este planeta, no hay unos cuantos de miles que también te puedan atraer y con los que además, podrías ser perfectamente compatible como pareja.
No es la falta de atracción, o el control, o el aislamiento, o la falta de tiempo, la que nos hace permanecer fieles.
Existen unos conceptos muy nocivos asociados a la infidelidad y que se siguen manteniendo hoy día y son los que se desglosan a continuación.
Mito: toda la culpa es de terceras personas.
Nuestra pareja es un inocente corderillo al que un aprovechado galán o una avezada lagarta atrajeron contra su voluntad hacia el ilícito contubernio.
Realidad: si se decide seguir adelante tras una infidelidad, conviene comprender que es un problema de dos, no de tres. De nada sirve insultar, devaluar o atacar a la tercera persona, porque si las cosas no se solucionan o si falta el amor y el compromiso en esa pareja, entonces no tendremos ojos, manos, detectives, ni internet suficiente como para neutralizar y controlar a todos los supuestos galanes y lagartonas que hay en este mundo y que puedan interactuar en algún momento con nuestra pareja.
Mito: buscó fuera lo que no tenía en casa.
Una aseveración que yo recuerdo de la época de mis abuelos y que aún me sorprende encontrar hoy en día. Esta frase me remite automáticamente a mesas camilla, densos visillos y sacerdotes espesitos al estilo de La Regenta.
Realidad: que quede claro. Si una persona opta por ser infiel en lugar de sentarse a hablar con su pareja de los problemas o bien dejar la relación si no le satisface, la responsabilidad de dicho acto es enteramente suya.
Este tipo de razonamiento, que debería ya estar enterrado en lo más profundo del baúl de los despropósitos, no sólo infantiliza por completo a quien falla a un compromiso que eligió sin que nadie le pusiera una pistola en la cabeza, sino que propaga la perniciosa idea de que la otra persona debiera estar constantemente pendiente de lo que su pareja pudiese necesitar; e incluso usar la telepatía en caso de que dicha pareja no se digne a comunicarlo.
Mito: La persona infiel es malo, egoísta y sólo busca su interés.
Realidad: la infidelidad no es una especie de rareza que sólo concierne a las malas personas. La infidelidad es un acto que viene como consecuencia de una escasa consciencia, de un mal conocimiento de uno mismo, de una fractura en la autoestima o de una forma infantil de lidiar con los problemas, refugiándose en evasiones externas. Todo ello características humanas, abundantes y bastante comunes y corrientes. La infidelidad no se comete por tener fallos o carencias personales, se comete por no ser capaz de asumirlos, comprenderlos y aceptarlos.
Mito: somos polígamos por naturaleza, no podemos evitarlo.
Realidad: la psicología evolucionista quedó obsoleta hace tiempo, pero parece que en algunos sectores todavía no se han enterado. Ni los hombres están obligados genéticamente a reproducirse con el mayor número de hembras posible, ni las mujeres están predestinadas desechar a los machos débiles para aparearse con el macho alfa. Si estuviésemos tan atados por la genética, ni existiría la homosexualidad, ni las personas enfermas podrían enamorarse, ni las personas que no quieren o pueden tener hijos, sentirían deseo sexual.
Somos cuerpo, mente, alma, corazón. También cultura, sociedad y educación. Los genes son una parte de nosotros, no un todo. Si consideras que eres polígamo por naturaleza y no puedes evitar la infidelidad, entonces la mejor opción no es establecer una relación que incluya este tipo de compromiso.
Un último apunte: me he encontrado con muchísimos casos de infidelidad a lo largo del tiempo, tanto de hombres como de mujeres, en diversas circunstancias, combinaciones y contextos. Curiosamente, en su mayoría no se trataban de espíritus libres, mentes liberales o talantes tolerantes y empáticos: eran personas que hasta entonces habían sido más bien rígidas, perfeccionistas y con una fuerte tendencia a juzgarse (y a juzgar) con dureza a los demás. Que no concebían cómo se podía sentir atracción por otras personas estando en pareja o que consideraban que la infidelidad era un acto abyecto propio de seres sin escrúpulos.
Personas que realmente creían que si el amor no era un cuento, no era nada.
Ni el amor, ni la fidelidad, son asuntos de la fantasía. No vienen otorgados por el mero hecho de enamorarse y tener muchas mariposas en el estómago. La infidelidad -o su variante legalizada, el encadenamiento sucesivo de relaciones amorosas fallidas- tiene más posibilidades de darse en tanto que pienses que una relación de pareja será siempre estática, te va a mantener eternamente entretenido o te curará de todos tus traumas e inseguridades.
Mientras permanezcas abierto a los cambios, a las nuevas situaciones, a las crisis, a las mil maneras en las que la vida te va a ayudar a conocerte y saber quién eres, encontrarás muchos más caminos y más opciones de las que crees.
Y si alguna vez fuiste tú quien fallaste a este compromiso, no te fustigues, no lo disfraces, no lo banalices, no te compares: detente antes de poner a funcionar la maquinaria del autoengaño, pues estás mutilando tu capacidad de conciencia. Acepta la acción, acepta la parte de ti que haya quedado al descubierto al realizarla, llora si lo necesitas, afróntala como un punto de inflexión y sobre todo, no te reboces en los inútiles barros de la eterna culpa. Que tus errores o los de los demás no te hagan más cínico, más inflexible o más intransigente: que te hagan mejor.