No hace ni diez minutos que he llegado a casa después de ver “Harry Potter y las reliquias de la muerte – Parte2”, y ya tengo claras en mi cabeza las ideas básicas de este post, junto con su título y una serie de imágenes que tengo que buscar en google para ilustrarlo. Mientras veía (o intentaba ver) la película, las ideas que tenía que escribir y transmitir iban creciendo a pasos agigantados, del mismo modo que lo hacía mi convicción no sólo no de volver a ver una sola película en formato 3D, sino también de evitar todo lo posible mi viaje a una sala de cine. En serio. Hay demasiadas películas en el mundo como para no tener por qué hacerlo, aunque tengan sesenta años o dos días y me haya descargado un screener. Al fin y al cabo, acudir a una sala de cine ha dejado de ser algo con un único objetivo, ver una película, para acabar convirtiéndose en una experiencia social sin la cual puedo sobrevivir.
Pero centrémonos. A día de hoy, la industria cinematográfica se encuentra en un momento de transición. Transición no quiere decir crisis, ya que los cines y los estrenos seguirán existiendo dentro de unos años, porque no es la primera vez que un modelo de negocio tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Cuando esto ocurre, se abren siempre dos frentes: por un lado, los que llevan años ganándose la vida con esto y se muestran reacios al cambio, y por otro, aquellos que quieren adaptarse lo más rápido posible e impulsar el cambio, quizá porque ven ventajas en él que sus compañeros no. Ocurrió con la televisión y los reproductores de vídeo, ocurrió con los DVDS, y ha ocurrido por la piratería a través de Internet.
En su momento, las grandes salas de cine dieron paso a los multicines. De enormes salones con aspecto similar a un teatro, con grandes butacones y silencios reverenciales, pasamos a las salas más pequeñas y amontonadas, donde en cada una de ellas se reproduce una película distinta. Ocho, nueve, trece o incluso más estrenos, destinados para atraer al mayor número posible de espectadores ofreciendo una amplia variedad. En ese momento, también aparecieron los blockbusters. Este subgénero, creado por películas como “La guerra de las galaxias” y “Tiburón”, son films destinados a impactar al público de forma masiva, a llegar en un momento en que la gente está más dispuesta a acudir a las salas, principalmente en verano o navidad. Como podéis imaginar, las productoras y guionistas buscaron una forma de abarcar un gran espectro de público, por lo que los blockbusters suelen ser películas facilonas, repletas de efectos especiales y tan sencillas que pueda entenderlas tanto el niño de cinco años como el abuelo de setenta. La conclusión es que se quedan siempre a medias en todo, sin llegar a profundizar en nada. No creo que alguien pueda salir completamente satisfecho tras ver películas como Transformers o Piratas del Caribe, y que las experiencias completas, los verdaderos disfrutes PERDURABLES con un film, cada vez son más difíciles de encontrar en películas modernas. Todo está pensado para llegar, impresionar, recaudar y desaparecer.
Y se nota. Nada más coger la entrada, tremendos pósters de cartón se abren a derecha e izquierda, mientras los que han pagado por “resacón en las vegas2” van hacia la sala ocho. “Transfomers3”está en la sala 3, y “Harry Potter”, en la cinco. Hay un enorme póster del Capitán América, y otro de Green Lantern. Franquicias y megafranquicias. Como experiencia social, los amigos quedan en la puerta del cine y luego ya eligen qué película ver, lo que nos da a entender que lo que pasa en la pantalla no es importante, lo importante reside en las bolsas con palomitas, botellas, latas de refrescos y en los chistes que cuenta el gracioso del grupo. En ver cómo nos peleamos por las sillas y buscamos un buen sitio, entre risas, gritos y fotografías que irán derechas “p’al tuenti”.
Se apagan las luces, empiezan los tráilers. Y como si sólo quisieran darme la razón, el primero de ellos es la enésima película basada en “Los tres mosqueteros”, un engendro en tres dimensiones, plano como él solo, repleto de actores guapos, y mogollón de secuencias de acción. El tráiler está bien, parece hasta musical, porque las explosiones de un tremendo cañón giratorio van al ritmo que la música. De hecho, los tres mosqueteros no son más que una excusa, no hay nada que diga que nos vamos a topar con una versión de la novela de Dumas (cosa que no es impresicindible, por supuesto) o con algo por el estilo. Hasta el nombre de Dartagnan suena raro, como insertado. Luego aparece el tráiler de Los pitufos, en 3D por supuesto. Creo que la gente aún sigue entrando, y en la fila de delante, dos de los ocho miembros del mismo grupo, están chateando en facebook con sus teléfonos móviles. Vale, entiendo que los tráilers son malos. Suena un teléfono, empieza la película. La gente se ríe.
La mentalidad de los multicines es la que nos hace consumir una película sin pararnos a pensar en cuál, la que nos hace comprar palomitas y aceptar el 3D sin pensar en que para lo único para lo que sirve es para que la película sea imposible de piratear. Y una vez dentro de las salas, las propias películas han de ser cada vez más sencillas, más rápidas, más sobreexplicativas. Tienes que ser muy directo y repetirle al espectador quince veces las cosas para que se de cuenta de lo que ocurre, no puedes parar. La gente se relaja cuando, entre escena de acción y escena de acción, un personaje tiene que tener un momento de lucidez y decir algo. El silencio sólo se hace cuando hay explosiones y gente saltando por los aires. Las escenas de Kings Cross provocan risas (sí, risas) entre el público. No hay tensión cuando Harry y Voldemort están a punto de batirse en duelo. Pero cuando empizan los efectos especiales, la película recupera el bajo umbral de atención que el público ha aprendido a mantener. Es bombardeado con luces, sonidos y chorradas, y luego se va. En la escena del Pensadero, comienzan los murmullos de nuevo, y así hasta que el letrero que nos anuncia el epílogo de la cinta, provoca risas en voz alta por parte de muchos. No lo entiendo, ¿Es gracioso? Es un puñetero letrero de tres palabras, ¿dónde está el chiste?
De modo que esa es la situación actual. En los recuerdos de Severus Snape, hay un momento en que su personaje abraza el cadáver de la persona que ama. No nos importa. El 3D ahí es inútil, y demuestra que una película sólo puede emocionarnos a través de sus aspectos artísticos, no técnicos. Sin embargo, conocer a un personaje, construirlo y comprenderlo, requiere mucho más esfuerzo que ver a Optimus Prime destrozando edificios a cámara lenta. Explosiones y efectos, nula historia, mientras rebuscamos en la bolsa de plástico hasta dar con los Doritos, revisamos nuestras notificaciones en el Facebook, reímos las gracias del compañero y nos dejamos impresionar con gafitas de plástico que, en teoría, sirven para algo. Luego empiezan los créditos, la gente se levanta, deja la basura en el suelo y se marchan meneando la cabeza y diciendo: ha estado bien.
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This entry was posted on 19 julio, 2011, 02:21 and is filed under Opinion. You can follow any responses to this entry through RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu propio sitio.