Revista Cine

La mitad de Oscar (Manuel Martín Cuenca, 2010)

Publicado el 26 marzo 2011 por Babel

La mitad de Oscar (Manuel Martín Cuenca, 2010)

Óscar (Rodrigo Saenz de Heredia) es un treintañero solitario que se gana la vida como vigilante de seguridad en una salina de la costa de Almería. El trabajo, la conversación con el amigo jubilado que la trae la comida cada día y acompañar a su abuelo en el hospital, enfermo terminal, constituyen su rutina. La soledad de Óscar es comparable al mudo y despoblado paisaje, mostrado siempre a base de largos planos fijos en los que Óscar aparece como parte integrante del escenario. Primera parte, hasta el día en que el abuelo empeora y llega María (Verónica Echequi). María es la hermana de Óscar, vive en Paris y no se han visto desde hace años. El reencuentro avivará viejas heridas que el tiempo y la distancia no parece haber logrado cerrar.

Con estos ingredientes, Manuel Martín Cuenca construye un film sobre la soledad y la insatisfacción personal, utilizando un tempo ralentizado, los mencionados planos fijos, fotografía siempre sobria y escasos diálogos. Sencillez sería quizás la palabra que mejor la define. La banda sonora está integrada únicamente por sonidos ambientales y por el mar. La salina, como titula el primer capítulo, nos muestra  personajes naturales, que parece que no van a ninguna parte, con una cadencia cotidiana muy cercana a lo real. La transformación sucede, casi imperceptible, exenta de adornos o sobre explicaciones, pero contundente, palpable y sin demasiadas concesiones dramáticas.

La mitad de Oscar (Manuel Martín Cuenca, 2010)

Dice Martín Cuenca que su cine debe mucho a la admiración que siempre ha sentido por John Ford, a cómo integraba perfectamente narración y personajes en el paisaje, elemento este último al que Ford daba un tratamiento de primer orden. No cabe duda de que Martín Cuenca entiende el medio como eje fundamental para el relato. Gracias a la perspectiva que ofrece la salina, al día a día de Óscar, a los momentos con el amigo jubilado o la búsqueda cada vez que llega a casa de ese correo que nunca existe, nos hacemos una idea precisa de su mundo interior, de sus frustraciones, sus temores o deseos, de los sentimientos reprimidos en lo más recóndito de sus pensamientos. El contrapunto lo añade alguna que otra escena con sabor absurdo, como la conversación con el taxista, impagable y genial Antonio de la Torre, aunque la secuencia no dura más de dos minutos.

Como conclusión, se puede afirmar que lo más interesante de este film es  el modo en el que está narrado, cómo vamos descubriendo poco a poco el universo interior de los personajes, casi siempre mediante la elipsis narrativa, con una cámara precisa que sabe en cada momento dónde colocarse y un tratamiento sutil e implícito de lo que quiere expresar en cada encuadre. Es lógico, pero también es una lástima que esté pasando tan tímidamente por la cartelera, casi ignorada por el público y, sobre todo, por la crítica. En la sala donde la proyectaban, no más de diez personas, segunda sesión de la tarde. Algún comentario desfavorecedor se oía. A mi me ha gustado, sobre todo cómo el director moldea a voluntad el silencio, ralentizando los planos hasta la exasperación para después pasar a otro que rompe y acelera el argumento a voluntad con intencionadas elipsis, todo sin perder nunca la coherencia y experimentando constantemente con la imagen como principal recurso narrativo. Reconozco que no es una película comercial y puede resultar un tanto dilatada para muchos, y dado el panorama cinematográfico actual y los visos que anda tomando el cine español, demasiado contracorriente, se podría decir que hasta suicida, en un horizonte cinematográfico que aspira a que nuestra caspa sea competitiva con la ajena y a la inmediatez del resultado de la taquilla.



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