En 1612, tras largas y complicadas negociaciones, España y Francia acordaban una doble alianza matrimonial entre miembros de sus respectivas casas reales. El príncipe Felipe se casaría con la princesa francesa Isabel de Borbón mientras su hermano, el futuro Luis XIII, contraería matrimonio con Ana de Austria, hermana de Felipe. Isabel tenía entonces solamente diez años. Había nacido el 22 de noviembre de 1602 en el Palacio de Fontainebleau y fue recibida con una cruel indiferencia por parte de su madre, la reina María de Médicis, quien había creído a pies juntillas la profecía de una religiosa quien le aseguró que daría a luz tres varones consecutivos. Isabel rompía la racha.
La infancia de la princesa transcurrió en el palacio de Saint-Germain-en-Laye, un lugar tranquilo y apartado de la corte parisina en el que compartió educación y juegos con sus hermanos legítimos y los hijos que su padre, el rey Enrique IV, tuvo de sus constantes amoríos. Hasta que su destino y el de su hermano mayor Luis se vio marcado por su deber de estado.
El 17 de octubre de 1615 se celebraba en París la boda por poderes de los príncipes y dos meses después ambas comitivas reales se encontraban en el río Bidasoa donde tuvo lugar el intercambio de princesas. Antes de que terminara el año, Isabel se había instalado en Madrid. Felipe tenía entonces diez años y la princesa francesa trece con lo que se decidió que, por el momento, tuvieran vidas separadas.
No fue hasta el año 1620 que Felipe e Isabel consumaron su matrimonio y meses después la princesa quedaba embarazada. En aquellos mismos días, España afrontaba la muerte del rey Felipe III. Con la subida al trono del joven Felipe IV accedía al poder un nuevo valido. Parecía que la historiase repetía. El conde-duque de Olivares no sólo ejerció desde el primer momento una fuerte influencia sobre el monarca sino que controló en todo momento el entorno de la nueva reina. Como ya ocurriera con el duque de Lerma y Margarita de Austria, el conde-duque de Olivares le dio a su esposa, Inés de Zúñiga, el título de camarera mayor de la reina.
El 14 de agosto de 1621 nacía la infanta María Margarita. Esta pequeña princesa iniciaría una triste lista de abortos y nacimientos que no pasaron de sobrevivir escasos años o meses. De los ocho alumbramientos que tuvo que sufrir Isabel, solamente dos, el príncipe heredero Baltasar Carlos y la princesa María Teresa de España, futura reina de Francia, terminarían sobreviviendo. Y mientras la reina desesperaba viendo cómo sus hijos perdían la vida sin consuelo, debía soportar el nacimiento de los hijos ilegítimos de su marido. Entre ellos, Juan José de Austria, quien nació el mismo año que Baltasar Carlos. El bastardo fue fruto de los amoríos entre Felipe IV y la actriz María Calderón, conocida La Calderona y sería aceptado en la corte años después.
Isabel de Borbón tuvo que soportar también la terrible presión que supusieron las constantes guerras entre su país natal, Francia, y su patria de adopción. A pesar de que en marzo de 1626 consiguió que ambos países firmaran un armisticio estando ella como gobernadora mientras Felipe IV estaba de viaje en Aragón, en conflictos posteriores la sombra de la traición hacia España sobrevolaría sus aposentos.
Fue al final de su vida que Isabel de Borbón consiguió ganarse el afecto de su pueblo y su marido. Durante los conflictos acaecidos en 1642 la reina inició una colecta para poder sufragar los gastos del ejército y se volcó de lleno en el gobierno del reino. “Valerosa matrona” fue el calificativo que recibió de distintos libelos populares quienes vieron un gran contraste entre la actitud de Isabel y la pasividad del rey y su valido. Al año siguiente, la llamada como “conjura de las mujeres” ayudaría a terminar de una vez por todas con la influencia del conde-duque de Olivares sobre Felipe IV. Ana de Guevara, antigua nodriza del rey y la duquesa de Mantua, antigua virreina de Portugal, se acercaron al monarca para hacerle saber las malas artes del valido. Su enfrentamiento con la reina en lo referente a la necesidad de formar casa propia para el príncipe Baltasar Carlos, fue el detonante que llevó a Felipe IV a informar en una breve nota a su valido, que debía dejar el palacio.