Uno cuando navega por internet a veces se encuentra con cosas como esta. Estoy hablando de una publicación nueva llamada El Pensador, definida como una "revista de cultura, filosofía, economía, historia y ciencia a la luz de la fe cristiana". No le falta de nada.
Suscribirse es muy sencillo -yo ya lo he hecho- y lo mejor es que además es gratuita; solo tienes que enviar un email a [email protected] con tus datos (nombre, apellidos, edad, profesión, localidad-nacionalidad y dirección e-mail) y a los pocos días recibes el primer número. Yo ya la he leído y te aseguro que me ha merecido la pena.
Y dirás que qué tiene que ver el título de la entrada con lo que te acabo de contar. Pues bien, me he tomado la libertad de copiar de allí una entrevista que le hacen a George Ellis, el reputado astrofísico y matemático, para así mostrarte la clase de artículos que te puedes encontrar en la revista. La entrevista no tiene desperdicio.
La verdadera pregunta es por qué existe el universo
El que fuera director de la prestigiosa revista American Scientific, Tony Rothman, que es también cosmólogo, declaró hace unos años que George Ellis es “el hombre que sabe más de cosmología que ninguna otra persona viva”. No es entonces caprichoso decir que ha sido para mí un auténtico privilegio poder “conversar” con alguien que sabe tanto de algo tan trascendental para todos nosotros. En la década de los sesenta del pasado siglo, un puñado de jóvenes físicos y matemáticos que compartían estudios e investigaciones en Cambridge, se afanaron en explorar las consecuencias teórico-matemáticas del continuo espacio-tiempo implícito en la teoría de la relatividad general de Einstein. Se hicieron amigos y comenzaron a publicar individual y colectivamente diversos trabajos que alcanzaron pronto una notoriedad apabullante. Nombres como Hawking, Penrose, Geroch, Carter y Ellis sobresalen hoy en cualquier manual de historia contemporánea de las ciencias. Todos ellos tienen, lógicamente, sus propias ideas y en ocasiones posturas incompatibles. Pero todos ellos comparten una que, desde luego, no es menor: el universo y el tiempo tienen un principio. Ellis, ya lo saben los lectores con toda seguridad, es autor de un Principio Antrópico Cristiano.
Hoy, cuando acabamos de saber que tal vez el acelerador de partículas europeo ha podido dar con lo que algunos denominan confusamente la “partícula de Dios” (el bosón de Higgs), una partícula hasta ahora esquiva y que según Lerdeman es pura pasión: “La próxima vez que miréis al cielo estrellado deberíais ser conscientes de que todo el espacio está lleno de ese misterioso influjo del Higgs, responsable, eso dice la teoría, de la complejidad del mundo que conocemos y amamos”.
P.— En primer lugar, me gustaría mostrar mi admiración por su trabajo. No sólo porque haya luchado por los derechos humanos en Sudáfrica sino también porque, siendo un eminente científico, ha tenido el coraje de confesarse cristiano, demostrando además que la ciencia y la fe no son incompatibles, sino complementarias. ¿Es arriesgado para la reputación de un científico confesarse hoy día como un creyente? En otras palabras, ¿nos encontramos hoy en día en el escenario inverso del “caso Galileo”?
R.— En efecto, existe un prejuicio en contra del pensamiento religioso en la comunidad científica. Por desgracia, en algunos casos se manifiesta como una activa hostilidad, como un fundamentalismo ateo que tiene un credo, que la ciencia es el único y verdadero acceso al conocimiento, y una reliquia, el morbo que queda del caso Galileo. Sin embargo, el punto de vista de mi posición filosófica o religiosa es independiente de la competencia científica, y creo que la mayoría de mis colegas aceptan esto. No creo que afecte seriamente a mi trabajo científico, aunque puede hacerlo en algunos temas donde la ciencia bordea la filosofía. La ciencia puede ser realizada por personas que aprecian las artes, las humanidades, la ética y por supuesto también la religión. Además, a pesar de todos los esfuerzos de los científicos, el conocimiento científico siempre será parcial e incompleto, y la ciencia no puede comprender todo lo que es de valor para la humanidad. La ciencia es muy poderosa en su ámbito, pero ese dominio está estrictamente limitado.
P.—Es curioso lo que dice. Usted mismo ha dedicado parte de su trabajo intelectual al estudio del ser humano. Un físico y matemático que se ha sentido atraído también por algo tan alejado de esas materias como la Antropología. El sentimiento de los padres cuando cogen en brazos por primera vez a su hijo, el aturdimiento de los sentidos –como diría Ortega y Gasset- cuando nos enamoramos, el instante heroico en el que alguien opta por ponerse literalmente en el lugar del otro que padece… Todos esos momentos son irrepetibles y, como tales, no entran en el ámbito de la ciencia. Sin embargo, muchos científicos están convencidos de que “cualquier cosa” es susceptible de estudio empírico, que no hay nada que se les escape. A veces pienso que la comunidad científica carece de humildad Quiero decir, ¿de verdad podemos creer que la ciencia no tiene límites?
R.—Sí, algunos científicos carecen de la humildad que deberían tener. Por ejemplo, los recientes libros de [Lawrence] Krauss y de Hawking y Mlodinow (The Grand Design), que defienden que el universo se creó a sí mismo, están profundamente equivocados. He escrito extensamente sobre los límites de la ciencia. Hay muchas limitaciones a lo que podemos saber gracias a las ciencias. El conocimiento en matemáticas está limitado por el teorema de incompletitud de Gödel y por la sensibilidad a las condiciones iniciales (el caos). El conocimiento de la física y de la cosmología está condicionado por los límites de la observación. El conocimiento en biología y las ciencias relacionadas está limitado por su complejidad… Reconociendo esto, no niego el poder de la ciencia dentro de sus ámbitos propios. Sin embargo este dominio es limitado. Muchos temas importantes, como la ética, la estética, la metafísica y su significado, quedan fuera del dominio de la ciencia. Ahora… cuando hablo de los límites de la ciencia, algunas personas inmediatamente dicen: “Ah, esto es el viejo argumento del ‘Dios de los agujeros’… La ciencia no puede explicar esos temas hoy, pero lo puede hacer en el futuro… Sólo es una brecha en la explicación científica que pronto será rellenada”. ¡Pero no es nada de eso! Se trata de límites. Límites que no van a ser sobrepasados.
P.—Unas semanas atrás, el CERN presentó los datos preliminares de lo que parece ser una nueva partícula “compatible con el bosón de Higgs”. La prensa de inmediato comenzó a hablar ampliamente de la conocida como “partícula de Dios”, aunque aún tardaremos unos meses más en saber si tenemos realmente ante nosotros al bosón de Higgs. Hay mucha confusión al respecto. Leon Lederman escribió en un libro publicado en 1993 que “el bosón de Higgs es una partícula que finalmente iluminará muchos de los misterios”… Frish Henry comparte esa opinión… ¿Qué implica que nos hallemos ante el bosón de Higgs?
R.—Bueno, confirmará la teoría estándar de la física de una manera muy sutil, muy fina. Sin embargo, no tiene en absoluto un sentido teológico. Es una cuestión de cómo se formó el universo, pero que no nos dice nada a propósito del “por qué” se originó. Por su-puesto, es muy importante que sepamos el cómo, pero la cuestión verdaderamente profunda es el por qué.
P.—Sostiene entonces que este hallazgo científico es irrelevante desde el punto de vista religioso…
R.—No tiene impacto. Insisto, no nos dice nada del “por qué”. El director del CERN, Rolf-Dieter Hener, está en lo cierto en términos físicos cuando dijo que el bosón de Higgs no tiene que ver con cuestiones teológicas. En el pasado el conflicto se refería a los orígenes del universo. No hay motivos para dudar que el universo se expandió a partir del Big Bang. A partir de entonces se produjo una secuencia de procesos físicos que conocemos bien: síntesis nuclear, la disociación de la materia y la radiación, la formación de las primeras estrellas y galaxias, explosiones de superno-vas al final de la vida de las estrellas de primera generación, segunda generación de estrellas, planetas y otros objetos, que son más o menos desconocidos. Pero lo que no está tan claro es lo que sucedió antes de esa gran explosión de la época caliente. ¿El universo tiene un principio, o ha durado desde y para siempre? Esto es todavía una incógnita. No va a estar claro hasta que resolvamos algunas graves cuestiones de cuántica… Pero las pruebas actuales inducen a pensar que el universo tuvo, efectivamente, un comienzo. Sin embargo, incluso en tiempos de San Agustín se sabía que el hecho de que el universo tuviera o no un comienzo no era una cuestión religiosa clave. La verdadera pregunta es: ¿por qué existe el universo y tiene esta forma específica? ¿Por qué el universo tiene esta particular forma cuando en principio podría haber sido diferente? Esta pregunta sigue siendo una cuestión metafísica fundamental, con independencia de si tuvo un comienzo o no. Dios pudo haber creado el universo de muchas maneras diferentes: podría haber sido ex nihilo, o ex ae-ternitas, y la manera física por la que Él optó por crear es una cuestión de interés científico, pero no tiene sustancia teológica real.
P.—Hace algo más de un mes entrevisté a David Jou, catedrático de Física de la Mate-ria Condensada de la Universidad Autónoma de Barcelona. Al reflexionar sobre el versículo de “En el principio era el Logos”, confesaba que veía a la racionalidad científica como parte de una lógica más amplia. Usted ha trabajado también en el preámbulo del Evangelio de San Juan, para su Principio Antrópico Cristiano. ¿Qué significado tiene para usted el Logos que refiere San Juan?
R.— Es el principio de orden y también el principio de finalidad. El principio de orden es la razón fundamental de las llamadas ciencias duras. En cambio, el principio de finalidad es el subyacente de las humanidades.
P.—Es también atractiva su idea sobre la libertad. Dios nos hace libres para que unos Le descubran y otros no. ¿Qué ha descubierto usted en el universo, después de muchos años de intenso estudio, para que pertenezca al grupo de quienes han sido capaces de hallar ahí a Dios?
R.—En primer lugar, la profunda naturaleza de la moralidad, basada en la Kénosis, sobre la que he escrito en colaboración con Nancey Murphy [se refiere entre otros textos, a la obra On the Moral Nature of the Universe]. En segundo lugar, la constatación de la maravillosa belleza de lo que existe. Y finalmente, el simple hecho de que hay un significado, de que ese significado existe. A este último respecto, recomiendo la lectura de mi contribución en el libro The Astronomy Revolution.
©Dignitas