Revista Cine

Las 10 de Fotogramas en Filmin: Nuestras divas favoritas

Publicado el 03 julio 2013 por Fimin

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Con Audrey Hepburn brillando en la portada del presente número, el resto de grandes damas de la historia del cine se han sentido algo celosas. Así que nos hemos visto obligados a reivindicarlas este mes recordando algunas de sus mejores interpretaciones. La Redacción de Fotogramas ha elegido a sus diez musas predilectas. Actrices clásicas, de distintas épocas y nacionalidades, unidas por un denominador común: su enorme talento, sólo comparable a su belleza y estilo inconfundibles.

Como suele ocurrir en estos casos, al tratarse de una selección totalmente subjetiva, muchos echaréis de menos a algunas actrices que, sin duda, hicieron méritos de sobra para ser consideradas divas del cine (de Marlene Dietrich a Ava Gardner o Anna Karina). No nos lo tengáis en cuenta: en cuestión de fetiches, cada uno tiene su propia perdición…

Así, nuestras diez actrices, en diez papeles inolvidables que podrás disfrutar en Filmin, son las siguientes:

Audrey Hepburn en ‘Dos en la carretera’ (1967)

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Por Paula Ponga.

Su matrimonio con Mel Ferrer se tambaleaba y acababa de sufrir su segundo aborto cuando la actriz recibió esta arriesgada propuesta de Stanley Donen y de su coguionista Frederic Raphael (colaborador de Kubrick en otra sombría crónica matrimonial, ‘Eyes Wide Shut’). Quizá precisamente por eso Audrey no estuvo muy receptiva hacia el proyecto, pero Donen, que ya la había dirigido en ‘Una cara con ángel’ y ‘Charada’, no se dio por vencido. Su perseverancia nos ha dejado, además de una película rompedoramente maravillosa sobre la erosión del amor, sobre las sombras y el desencanto de la vida en pareja, el más completo y poliédrico trabajo de la actriz. Una Audrey cómica y dramática; juguetona y hastiada; jovial y madura; ingenua y sarcástica; luminosa y amargada.

 

Jane Fonda en ‘La Gata Negra’ (1962)

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Por Pere Vall.

Dos años después de debutar en el cine, la ingenua hija de Henry Fonda ya hizo trizas esa imagen con un par de personajes cañeros, tremendos, puro sexo, que supuraban vicio y chorreaban carnalidad. Jane fue la ninfómana de ‘Confidencias de mujer’, a las órdenes de George Cukor, y también la prostituta Kitty Twist (muy fan del nombre, por cierto) de ‘La Gata Negra’, oscurísimo melodrama de Edward Dmytryk que abordaba, a la vez y marcando un hito en el cine USA comercial, el proxenetismo y el lesbianismo. O sea, quienes aún vean en Barbarella el papel más atrevido de la actriz, que viajen unos años atrás en su carrera y la recuperen en el film de Dmytryk, donde, además, roba, trabaja para una tremenda madame interpretada por Barbara Stanwyck y tiene un noviete tan poco masculino como Laurence Harvey. ¡Pecadora!

 

Kim Novak en ‘Un extraño en mi vida’ (1960)

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Por Àlex Montoya.

Más solvente que talentosa, y siempre apoyada en un físico de bandera que le daba para multiplicarse para Hitchcock o descocarse para Billy Wilder, la rubia Kim Novak encontró en Richard Quine al mejor ojo para retratarla. Cineasta extraordinario menos recordado de lo que debería, no sólo la convirtió en su musa, también fue el amor de su vida. La dirigió en un thriller (‘La casa número 322′), en dos comedias sofisticadas (‘Me enamoré de una bruja’ y ‘La misteriosa dama de negro’) y en un mayúsculo melodrama, ‘Un extraño en mi vida’. Un relato atrevido, del que uno apostaría que Matthew Weiner es fanático, que contaba la adúltera historia de amor imparable e inevitable entre un arquitecto de éxito, al que encarnaba Kirk (todos de rodillas) Douglas, y una ama de casa sexualmente frustrada, a la que daba vida, curvas y voz susurrante una Novak bellísima. Una femme fatale del piso de al lado, con la que coincidir en la parada del autobús escolar, y que con sus repetidos “no” pide a gritos besos, abrazos, sexo y cariño.

 

Elizabeth Taylor en ‘El padre es abuelo’ (1951)

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Por Gabri Calzado.

Tenía 15 años, era verano y las persianas estaban a medio bajar para evitar que el calor entrara en el comedor, donde mi abuelo me recomendó que pusiera atención porque ponían ‘Cleopatra’, una película que le encantaba y que estaba protagonizada por una estupenda actriz. Cuando apareció por primera vez aquella mujer, de hipnotizantes ojos, recogido perfecto y un escote de vértigo, me quede fascinado y comencé a pensar cuanta gente se habría quedado prendada de esa mirada. Mi abuelo remachó ¡es que la Taylor es mucha Taylor! Unos meses después vi ‘El padre es el abuelo’, uno de los primeros trabajos de la actriz, y me quede fascinado, porque aquella reina egipcia encajaba a la perfección en una comedia, donde volvía locos a todo el mundo con su encanto y con esos ojos que empezaban a llenar salas de cine.

 

Barbara Stanwick en ‘Bola de fuego’ (1941)

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Por Roger Salvans.

“Es de la clase de mujeres que hace temblar civilizaciones”. Esta línea, escrita por una de las mejores parejas de guionistas de la historia del cine –Charles Brackett y Billy Wilder, señores–, y llevada al cine por el director todoterreno con más clase –Howard Hawks, señoras–, describe fielmente a la mejor Blancanieves del Hollywood de Oro: Barbara Stanwyck. Ya fuera de rubia fatal, de casamentera timadora o, como es el caso que nos ocupa, la absolutamente disfrutable ‘Bola de fuego’ (1941), Stanwyck es una mujer que disparaba con bala. Blanco fijado, objetivo conquistado. Siempre. Con una vida privada tan convulsa como la que más y una filmografía repleta de diálogos ametralladores, divas de cabaret y galanes seducidos, Stanwyck, la mejor actriz que nunca ha ganado un Oscar, ocupa un injusto segundo plano en la historia de las grandes intérpretes del cine clásico. Y ‘Bola de fuego’ supone una oportunidad única para reivindicarla y descubrir, como el Bertram Potts de Gary Cooper y los siete profesores ensimismados a los que enamora, de qué va en realidad la vida.

 

Monica Vitti en ‘El Desierto Rojo’ (1964)

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Por Philipp Engel.

Monica Vitti es el rostro femenino más sensual, elegante y absolutamente fascinante que ha dado la historia del cine, y ‘El Desierto Rojo’, film de una modernidad que permanece intacta, una de mis películas favoritas. Tendría que apañarmelas para apretujarla en mi Top 1o junto a la célebre Trilogía de la Incomunicabilità, de la que ‘El Desierto Rojo’ sería como un epílogo en color, pero ese es otro tema. Centremonos en una sola escena, la del bocadillo, cuando Monica Vitti hace su aparición, con su pelo rojo, su abrigo verde y aquel niño que no le importa nada. El marco es un nebuloso páramo industrial, orquestado con un permanente sinfonía de ruido; los colores saturados parecen ancestros de los filtros de Instagram, y Monica, hermosa y perturbada, se acerca a uno de aquellos obreros para comprarle su bocadillo. Él le dice que está empezado, pero a ella no le importa, y lo acaba engullendo escondida entre unos matorrales, huyendo de las miradas indiscretas, dejando olvidado a su hijo. Esa sola escena ya quita el sueño, lo deshace. Insuperable y nunca superada.

 

Marilyn Monroe en ‘Vidas rebeldes’ (1961)

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Por Carlos Alonso.

Marilyn Monroe cerró la boca a todos aquellos que infravaloraron durante años su talento interpretando con gran intensidad emocional a Roslyn, una mujer divorciada, vulnerable, triste y decepcionada de la vida, que se encuentra con un viejo vaquero (Clark Gable) que enloquece con ella. La actriz demostró que ya no era sólo esa chica rubia sexy y bobalicona que volvía locos a los hombres de medio planeta. Poseía una belleza crepuscular que la hacía incluso mucho más atractiva, más real. ‘Vidas rebeldes’ fue un revulsivo en su carrera, su mejor interpretación, la más valorada, pero llegó demasiado tarde. La actriz ya vivía inmersa en la peor de sus crisis personales. Tan solo 19 meses después de este rodaje “maldito” moría en circunstancias aún no del todo aclaradas. Ésta fue su última obra. Al igual que la de Clark Gable, que sufrió un infartó y falleció diez después de haber acabado la película. ¿Por qué me gusta tanto esta Marilyn Monroe? Respondo como el viejo vaquero Gable: “Cielo, cuando sonríes es como si saliera el sol. Resplandeces a mis ojos”.

 

Brigitte Bardot en ‘Y Dios creó a la mujer’ (1956)

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Por Gerard A. Cassadó.

Poco importa lo que les digan mis compañeros: jamás existió en el cine un animal más bello que Brigitte Bardot. Y el título de la película que la lanzó a la fama no puede ser, en este sentido, más elocuente: ‘Y Dios creó la mujer’. Todo lo que vino antes fueron, quizás, experimentos en busca del prototipo perfecto. Bomba sexual siempre a punto de estallar, erotismo en estado sólido, en la película de Roger Vadim (su primer marido), BB elabora un complejo arquetipo de la feminidad: entre la manic pixie dream girl (término tan de moda estos días) y la femme fatale; entre la ingenua y pizpireta niña juguetona y la mantis religiosa sin escrúpulos. Su sola presencia hace perder la cabeza a tres hombres en Saint Tropez, y la escena final, en la que Juliette Hardy (su personaje), baila enloquecida junto a una banda de mambo ante las miradas de reprobación y fascinación de sus hombres, es uno de los mejores alegatos a favor de la liberación de la mujer. Por eso, ese epílogo que apuesta por la sumisión casi masoquista de la protagonista, deja un regusto extraño y da pie a mil interpretaciones.

 

Katharine Hepburn en ‘Locuras de verano’ (1955)

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Por Juan Pando.

No fue, en ‘Locuras de verano’, la primera ni la última vez que Katharine Hepburn encarnó a una mujer madura a la que se le escapa la vida sin conocer el amor, un ser doliente que trata de ocultar su profunda pena bajo una falsa apariencia de fortaleza y autosuficiencia. Lo había hecho, poco antes, frente a Humphrey Bogart, en ‘La reina de África’, y lo repitió, poco después, frente a Burt Lancaster, en ‘El farsante’. Su papel en esta película, el de una cuarentona secretaria norteamericana que cumple su sueño de visitar Venecia con la secreta esperanza de vivir un romance inolvidable, es, sin embargo, más desolador. Pocas veces se ha reflejado de modo más certero la soledad no deseada (miradas, gestos, silencios, el sonido de unos pasos) y se ha dado una imagen menos tópica, de postal turística, de la ciudad de los canales. Su galán fue el otoñal latin lover Rossano Brazzi, y dirige el gran David Lean en la producción que cerró su época de dramas intimistas para iniciar la de superproducciones por la que le conoce el gran público. Inolvidable la caída de Hepburn a uno de los canales.

 

Ingrid Bergman en ‘Te querré siempre’ (1954)

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Por Álex Gil.

La enigmática actriz sueca pasará a la historia por dar la réplica a Humphrey Bogart en ‘Casablanca’, aunque trabajó a las órdenes de los mejores directores de la época: Cukor, Hitchcock (en tres ocasiones), Renoir, Fleming, Lumet, Minelli o Ingmar Bergman. Pero si hay un realizador que marcó su vida, ese fue Rossellini. Tras haber visto ‘Roma, ciudad abierta’ la actriz escribe una carta de amor al director. Ruedan ‘Stromboli’, se enamoran y llega el escándalo (ella estaba casada). Su relación dio como fruto tres hijos y seis películas. Entre ellas ‘Te querré siempre’, en la que cuenta las fisuras de una pareja inglesa (Bergman y George Sanders) en una estancia en Italia. El entorno, las marcadas diferencias entre sus vivencias, la incomunicación… están a punto de acabar con la relación. La película, considerada por la Nouvelle Vague como ejemplo de la modernidad cinematográfica, sigue viva hoy en día (en la recién estrenada ‘Antes del anochecer’ encontramos ecos) y su estudio de los sentimientos esconde un diario íntimo en el que se puede rastrear la crisis por la que pasaba la pareja Bergman-Rossellini.


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