Revista Cine
Las Hermanas de Gión (Gion no shimai, Japón, 1936) fue la quinta y última película que Kenji Mizoguchi realizó para la efímera casa Daiichi Eiga, pues el fracaso económico de este filme -aunado a la mala taquilla de su anterior cinta, la notable Elegía de Osaka- llevó a la quiebra a la compañía. Como había sucedido con Elegía..., Las Hermanas de Gión fue muy alabada por la crítica en su momento y, de hecho, fue la única obra de Mizoguchi que apareció en el primer sitio del top-10 anual de la prestigiosa revista Kinema Jumpo -Elegía de Osaka apareció en el lugar tres en ese mismo año, 1936.Estamos en Kyoto, en el barrio del placer de Gión. Ahí, en una casa de geishas, sobreviven las dos hermanas del título: la mayor, fiel, devota y guardiana de las tradiciones Umekichi (Yôkjo Umemura); y la menor, la cínica, calculadora y rebelde Omocha (la actriz fetiche de esta época de Mizoguchi, Isuzu Yamada). Mientras la primera no tiene problema en recibir, alojar y hasta mantener a su viejo protector caído en desgracia Furusawa (Benkei Shiganoya), Omocha usa todas sus artes para deshacerse del viejito prángana de Furusawa y sustituirlo por otro protector que sí tiene con qué mantener a Umekichi. Al mismo tiempo, Omocha manipula a un joven empleado de una tienda de kimonos, Kimura (Taizô Fukami), al que hace a un lado cuando logra conquistar al acaudalo patrón de él, el viejo Kudo (Eitarô Shindô).El carácter encontrado de las dos hermanas y la forma tan distinta de ver el mundo y su profesión -la primera, dispuesta al sacrificio por su viejo protector en ruina; la segunda, con la única idea de sacarle el mayor dinero posible a esos méndigos hombres que la procuran- es el centro dramático del filme. Y aunque el desenlace pareciera inclinarse a castigar y a premiar a las dos hermanas, dependiendo de su comportamiento, la vuelta de tuerca del final, oscura y desesperanzadora, no deja lugar a dudas sobre la posición de Mizoguchi: para una geisha, da lo mismo portarse "bien" que portarse "mal". El egoísmo y la crueldad de los hombres -ah, cómo me odio cada vez que veo una película de Mizoguchi- no conoce límites.El consenso crítico apunta a que Las Hermanas de Gión es la primera obra maestra de Mizoguchi, superior incluso a su anterior cinta, Elegía de Osaka. Por supuesto, hay que ser muy cauteloso con estas afirmaciones, pues no se conoce casi nada de la obra anterior a su etapa Daiichi Eiga (del medio centenar de filmes que dirigió antes, no se conservan ni cinco de ellos), pero es cierto que, de principio a fin, Mizoguchi demuestra aquí un dominio del medio comparable a algunas de sus obras cumbres de la postguerra. Así, la cinta inicia con un travelling lateral en el que se muestra, en un solo movimiento, la humillación vivida por Furusawa, quien se ha visto obligado a subastar todos sus objetos más valiosos ante los reproches de su mujer; el estilo de one-shot-(a veces, two-shot o three-shot)-one scene está magistralmente ejecutado una y otra vez en el interior de la modesta casa de las hermanas; y la profundidad de campo aparece en el momento dramático más inesperado -véase la imagen con la que está ilustrada esta entrada-, siguiendo la típica estrategia de Mizoguchi de alejarnos de la acción en situaciones claves, sea por la posición de la cámara, sea por el movimiento de los actores en el encuadre, sea por alguna radical elipsis de narrativa. Por lo mismo, cuando Mizoguchi y su fotógrafo Minoru Miki llegan a usar el primer plano -como en ese abrupto y durísimo final-, el golpe emotivo es demoledor. Hagan lo que hagan, las hermanas de Gión están solas. Solo se tienen a ellas mismas. Y a su indignado cronista, Kenji Mizoguchi.