Revista Cultura y Ocio

Las lecturas comunes: un paso para el docente

Por Eltiramilla

Las lecturas comunes: un paso para el docente¿Se puede obligar a leer? Parece que no; así, al menos, lo dicen los propios escritores y más de un lector frustrado o resabiado, según se mire. ¿Se puede empujar un poco? ¡Claro que sí! A menudo, si no se empujase dejaríamos de disfrutar de las mejores cosas de la vida. Para todo ha habido una primera vez. El primer balbuceo. El primer paso. El primer bocadillo de tortilla. El primer helado. El primer beso con sabor a menta. La primera lectura…

A la hora de organizar en clase las tan denostadas lecturas obligatorias, el docente ha caído en varias trampas. Para empezar, a menudo ha hecho caso solo del consejo de la editorial y no se ha leído el libro. Para rematarlo, ha pontificado en clase con un: “De aquí a dos meses la lectura hecha, la guía resuelta y un examen por escrito, a ver si os creéis que yo me chupo el dedo”. Y punto. ¿Y punto? ¡No! ¿Cómo se puede plantear una lectura en unos términos tan poco contagiosos?

Hay dos tipos de lectura. La voluntaria y la obligatoria. La voluntaria es aquella que el alumno escoge por propia iniciativa, por supuesto, aunque aquí se acaba la intriga porque no hay debate ni hay emoción. En todo caso, este alumno podrá recomendar el libro y seguir su camino. Ahora bien, las lecturas mal llamadas “obligatorias” tienen tantas posibilidades que no merecen el sambenito que se les ha colgado. Son lecturas de grupo, lecturas comunes, lecturas en las que todos pueden opinar; lecturas que te enriquecen porque mientras tu mirada es de una determinada manera, la mirada del compañero es completamente distinta. Y eso sí que es leer. Y eso sí que responde a las competencias básicas. Y eso sí que es disfrutar.

En clase de 3º de ESO, por ejemplo, hemos leído El espíritu del último verano, de Susana Vallejo. Cuando comentamos la novela más de un chico me dijo que se le había hecho pesada, que era muy lenta, que todo iba muy despacio. Yo los escuché, no faltaba más, pero les expliqué la importancia del tiempo, de cómo no es lo mismo un minuto de angustia que uno de felicidad. Y les puse frente a mi propia Arcadia perdida, como le pasa al protagonista de la novela. A más de uno se le despertó el recuerdo de una infancia no tan lejana y todo fueron manos para intervenir. Al cabo de unos días estos mismos chicos me confesaron que sí les había gustado, ahora que entendían la vuelta de Fran a la Casa del Árbol.

A lo largo –y ancho– de mis casi 25 años de docencia he tenido de todo, grandes aciertos y patinazos monumentales. Con mis alumnos no pacto las lecturas, pero sí trato de contagiárselas, y cuando leo un libro que me interesa, allá voy con él y les comento lo que me ha gustado, tenga que ver o no con el programa. Ahora bien, los clásicos, los tan temidos clásicos, si se paladean con fruición les encantan. Hace unos días les hablé de Sancho Panza y su encuentro con Dulcinea. Disfrutaron y yo más. De la vieja alcahueta Celestina ni os cuento. Esa mujer tan lista que hace el mal porque le reporta beneficios y que no merecería morir. ¿O sí? No, claro, me dicen, claro que no. Eso lo puso el autor para que colara. ¿Y de Lázaro, qué me contáis? Para cada edad tiene una respuesta, para cada edad tiene una razón. ¿Y la pobre Doña Truhana? Aún me parece escuchar sus lamentos. Pobre mujer. ¿Y el oso que buscaba a alguien que lo alabase y encontró solo al cerdo? ¡Malo, muy malo! Y… ¿Segismundo, ¡ay, infelices!? Y Peribáñez, ¿un villano con honor? ¡Voto al cielo que sí! ¿Os parece que Adiós, Cordera es un cuento trasnochado? ¿Sí? ¡Error! Las penas y dolores de Pinín y Rosa os aseguro que calan en el más pintado. ¿Leéis el cuento?

Gracias a las lecturas de grupo y los ricos debates que han surgido mientras se hacía la lectura, e incluso cuando ya se había acabado, hemos sufrido las penas de Abdel, de Enrique Páez (esas las leí yo en voz alta), hemos sabido qué hay dentro de una caja china gracias a María García Esperón y sus Cajas chinas, y ahora mismo estamos aprendiendo que hubo un pequeño príncipe que un día, sí, le pidió a un aviador que le dibujase un cordero y eso le cambió la vida. ¡Ah, y sabemos que el cielo si está maduro puede caer! Además hemos estado al lado del Gato en Las siete muertes del Gato, de Gómez Cerdá, en cada una de esas siete vidas que ha ido perdiendo; hemos sabido, de la mano de Sierra i Fabra, que no se puede asesinar ni al profesor de lengua ni al de matemáticas… También hemos disfrutado del calor de una Casa de verano o de la fuerza de una Pupila de águila e, incluso, ya sabemos de qué está hecho el Barro de Medellín, también con Gómez Cerdá. Y, por saber, no nos queda ninguna duda de que nunca seremos estrellas del rock y, pese a todo, seguimos leyendo en clase, seguimos abriendo las páginas de los libros y caminando al lado de los personajes; de puntillas, taconeando o a grandes zancadas, pero seguimos. Y no hace falta que nadie Mande a su hijo a Marte como Fernando Lalana para que lea, aunque allí se lo pasaría muy bien, o quizás perdido en el Museo del Prado como en Los cuadros del tiempo de Antonio Gómez Montejano. ¿Y Flanagan y Wendy?, ¿qué me decís de estos dos personajes de Andreu Martín y Jaume Ribera? ¿Y de Idhún? Y personajes históricos como Víctor Jara, que gracias a

Las lecturas comunes: un paso para el docente
Sierra i Fabra sigue Reventando los silencios con su voz. Tantos y tantos paraísos soñados que hemos descubierto juntos, en clase, conspirando en contra del tiempo y a favor de la vida.

No hay fórmulas magistrales, claro que no, solo hay una manera de presentar las lecturas: con honestidad y rigor, y habiéndolas leído y sentido antes. Hay que preparar muy bien las lecturas, no se pueden dejar ni al capricho ni a la improvisación. Solo cuando algo te impacta puedes transmitir el impacto de esa emoción. No a todos llegará por igual, pero nadie nos ha dicho que debamos llegar todos a la meta a la vez.


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