Desde que somos niños los adultos eligen qué clase de lecturas son las apropiadas para nosotros. Tienen que ser acordes a la edad, al nivel educativo y a los supuestos gustos que debe de tener el infante. Y, de este modo, es bastante normal que un niño termine por aborrecer la lectura.
Recuerdo que yo misma entraba en esa franja de personas que odian leer, pues nunca me había topado con un libro que me aferrase entre sus páginas, como los que en estos momentos soy capaz de devorar y disfrutar. Eran muchas las ocasiones en que, de niña, intentaba leer entre líneas, saltarme capítulos y al fin librarme de esas eternas cien páginas que solían tener aquellas lecturas. Se trataba de una tarea tan tediosa, no solo saber que tenías que leer un libro sino que, ¡debías hacerlo como tarea para clase! Ese dato sí que elimina todo lo gratificante que pueda tener un trabajo, y más aún para un niño.
Las lecturas obligatorias siempre han sido aburridas. Niños aprendiendo valores. Intentos de aventuras un tanto insulsas. No sé si se debe al rechazo que me causaban, pero yo las recuerdo así. Y de estas lecturas para niños, se pasa a la adolescencia, donde del mismo modo intentan introducir algún clásico en tus lecturas habituales. Y la costumbre lleva al rechazo, antes incluso de conocer de qué va la obra.
Sin embargo, hay algunos que tienen la suerte de toparse en esta etapa de la vida con un libro diferente. En mi caso fue Memorias de Idhún, a los doce años, una novela a la que ahora tengo un inmenso cariño y a la que debo agradecer que me abriese un mundo completamente nuevo. Y con ese libro que aparece por pura casualidad descubres que lo que tus mayores te habían repetido tantas veces, eso de que “los libros son un gran entretenimiento” (a lo que una acostumbraría a responder un insulso “buah”), puedes llegar a ser cierto.
Las lecturas obligatorias son necesarias, lo sé. De algún modo tienen que introducirse los más jóvenes en el mundo de la literatura. No obstante, haciendo de esa tarea algo más atractivo puedes no sólo conseguir que un niño lea, puedes crear un lector. ¿Qué tienen los niños de las historias sobre aventuras en el parque (que no menosprecio, aunque tampoco recuerdo con mucho cariño) que no pueda darnos una novela repleta de magia y dragones?
Los niños deben leer. Pero deben leer lo que quieran. Y si en su juventud ansían la fantasía por encima de todo, ¿qué cuesta dársela? Al fin y al cabo, con cada libro se aprende un poco más y se descubre un mundo nuevo, a pesar de no poseer un contenido tan didáctico como el que pudiera esperar quien le da a leer a su hijo de diez años una novela sobre la Guerra Civil.
Alabado sea pues Harry Potter , por los miles de jóvenes a los que logró unir a la literatura y que, actualmente, pueden estar acompañados desde la completa fantasía de Tolkien hasta el desgarrador realismo de Hugo.