Pues no, amigos lectores, no es mi intención la de hablarles del film de Bille August que fue estrenado en España con tal título, sino de algo bastante más difuso e inconcreto: me refiero a las intenciones y propósitos con que los medios de comunicación manejan ésa que constituye la materia prima de su producto final, la información.
Entiendo que algún alma cándida me pueda argüir lo que debiera ser obvio. ¿Intenciones? Muy sencillo: mostrarnos la realidad, contarnos lo que pasa, ¿no? Pues no; sinceramente, pienso que no. Aun suponiendo que eso fuera materialmente posible (que no lo es, por imperativos de espacio y tiempo: la realidad es demasiado amplia como para poder mostrarla en su globalidad dentro de un marco físico limitado –no habría suficientes páginas para un periódico de extensión razonable, ni suficientes horas para un informativo televisivo o radiofónico convencional-), permítanme que tenga mis serias dudas acerca de si, además, está en la voluntad y el ánimo de las personas que dirigen esos medios que tienen la responsabilidad de "contarnos lo que pasa". No se trata tampoco de pintar un panorama apocalíptico, basada en paranoias conspiratorias o en proclamas catastrofistas, con invocaciones a la implantación real de algún Leviatán o Gran Hermano encargado de manipularnos, alienarnos y hacer de nosotros marionetas cómplices, por omisión aturdida, de las injusticias que consagra un orden económico y social manifiestamente desequilibrado a favor de grandes (y escasas) oligarquías. Por muy tentador o sugerente que pueda pintar, no tengo el más mínimo interés en ese discurso, ni por vocación ni por convicción, aun reconociéndole su buena parte de fundamento cierto. Y es que las cosas suelen funcionar de una forma, por así decirlo, mucho más pedestre. Los medios de comunicación –los de masas, los que tienen un impacto verdadero en la conformación de eso que se da en llamar opinión pública-, en el marco de una economía capitalista de mercado, como es la nuestra (tanto la de este país como la de los de su entorno), son el producto de empresas mercantiles. Empresas cuyo objetivo último no es la transmisión de información (más o menos veraz), la puesta en conocimiento de la realidad circundante a los ciudadanos que los consumen, sino, como en cualquier otra empresa mercantil, la obtención de un beneficio –bien es cierto que cabe hallar una excepción en el supuesto de medios de comunicación de titularidad pública, pero sobre éstos mejor corramos un tupido velo (o hablemos otro día, para no atragantarnos con excesos)-. ¿Y –me preguntará alguien, bientintencionadamente- es incompatible la obtención de un beneficio con la veracidad y objetividad de la información? Pues no siempre ni necesariamente; pero en un supuesto de conflicto de intereses, ya se imaginan ustedes lo que pienso acerca de a qué se le confiere la prioridad pertinente. Blanco, y en botella... ¿Renegar, pues, de los medios? No, tampoco se trata de eso: en mi caso, he de confesar que soy un consumidor voraz de prensa en todos sus formatos, registros y soportes. Eso sí, procuro aplicar un mínimo de cautela y ciertas prevenciones "operativas" a la hora de valorar las informaciones que me transmiten, partiendo de la base que ha de implicar el conocimiento de las empresas responsables del producto, sus tendencias, querencias, afinidades y recelos: es ese mecanismo (no siempre de fácil aplicación: cada vez se hila más fino en ese aspecto) el que permite corregir sesgos, parcialidades y otros aditamentos indeseables. O, lo que es lo mismo, se trata de abordar la información que se recibe con un mínimo de espíritu crítico.Aun así, resulta evidente que, por más prevenciones que se articulen y lleven a la práctica, hay aspectos contra las que resulta de todo punto imposible actuar. Me refiero, concretamente, a lo que no aparece, a lo que no se cuenta. Que, además, por los motivos arriba expuestos, es muchísimo más, en términos cuantitativos, que lo que sí aparece, lo que sí se cuenta. Ahí es donde realmente radica un peligro contra el que no existe arma posible: la información inexistente –pese a la existencia de hechos que, por su relevancia e interés, tendrían que ser objeto de la misma- es el más tremebundo de los molinos de viento al que Quijote alguno pueda pretender hacer frente. Y también tengo la completa seguridad de que no hay selecciones neutrales, también en este terreno operan intencionalidades muy, muy específicas ¿Resignación, pues? No, no, no: búsqueda incesante a través de medios alternativos. Pero ésa es –además de tarea ardua y costosa- harina de otro costal. Otro día, amigos lectores, hablamos de los medios públicos, si bien les parece.
* APUNTE DEL DÍA: La web 2.0 es como una sección de Cartas al director tamaño XXL. Hay gente a la que esa visión le aterra. A mí me encanta...
* Antecedentes penales (El viejo glob de Manuel) VIII.-