Revista Cultura y Ocio

Maldivas: Un país dentro del mar.

Por Alejandra Naughton Alejandra Naughton @alenaughton
Maldivas: Un país dentro del mar.
Hay países cuyas costas se recuestan sobre el mar. En Maldivas, en cambio, es el mar quien se recuesta, quien la abraza con indulgencia mientras se pregunta: cómo estos volcanes, devenidos en islas de arena blanca cada vez más pequeñas se siguen resistiendo a desaparecer mientras dan cobijo a su población como si nada. Con naturalidad sus isleños pasan sus días dedicados a la pesca y el turismo, acunan a una cultura que profesa el musulmán y observan sólo de reojo a turistas de todas las etnias rendirse ante tanta belleza. 
Maldivas se sitúa en el Océano Índico, la separan 450 km de la India y de Sri Lanka. Es el país más fragmentado geográficamente del mundo con 1200 islas, de las cuales apenas 203 se encuentran habitadas. Esas islas están agrupadas en 26 atolones que custodian los rastros de los volcanes en el agua. No solo los custodian con su forma, generalmente circular, como señalando el perímetro del volcán hundido, sino también por el color. Los azules profundos señalan el mar abierto. Los turquesas, próximos a las costas señalan la presencia de los denominados lagoons. Estos lagoons, por su proximidad, y menor profundidad son los que hacen posible la construcción de esos idílicos bungalows sobre el agua que regalan vistas de ensueño donde la línea del horizonte se desdibuja entre gamas de celestes. 
Pero ...este post también podría haber comenzado así: 
Tal vez lo más sorprendente de estas vacaciones fue lo que no pudimos fotografiar. Los corales, protagonistas inesperados para mentes urbanas rioplatenses nos esperaban sutiles para fascinarnos sin noticia previa. ¡Y es cierto! Porque a toda la transformación geológica que les comentaba le faltó la mención de las barreras de corales que fueron formándose a medida que el mar sube y las islas (lo que queda de los volcanes) bajan. Son la sustancia de los atolones, son quienes limitan el espacio entre las islas y el mar abierto. Suavizando los embates del mar, parecen proteger a las frágiles islas del riesgo que enfrentan dada su mínima altura sobre el nivel del mar (Maldivas es el país con menor altura sobre el nivel del mar). No siempre lo logran, como en el triste tsunami de 2004 donde las islas fueron literalmente cubiertas por agua para resurgir con menor superficie que todavía hoy están tratando de medir. Volviendo a los corales...con sus formas, colores y texturas sugeridas ofrecen un espectáculo fascinante, misterioso, escondido en silencio en el mar como un tesoro. También atraen a una fauna marítima increíble por colores, formas, diversidad. Hacer snorkel es algo obligatorio. Para principiantes, a pocos metros de la playa, para más aventureros, alejándose con alguna embarcación. En Maldivas donde todo se fotografía, el misterio del fondo del mar se protege de las selfies...
Y hablando de selfies imposibles.... no puede faltar un párrafo para los delfines! Vimos ¿uno? ¿dos? Imposible decir cuántos. Fue durante una navegación cuya máxima expectativa era disfrutar del atardecer en altamar. Pero el atardecer quedó opacado (¡enhorabuena!) por la fiesta que nos esperaba. Debo confesar que la fiesta, a mí, me generó una enorme emoción. A esta altura uno ya sabe cuándo la vida regala momentos únicos, y yo sentí que estábamos experimentando uno de esos momentos destinados a atesorar en la memoria para ser contados en sobremesas familiares y así, revivirlos. La gracia de los delfines, su carácter, su espíritu juguetón, ese congeniar  amable con la embarcación, ese diálogo entre ellos y nuestros gritos de emoción y entusiasmo atónito construyeron una comunión que me hizo lagrimear. Elegantes, inteligentes, curiosos. Inolvidables. Ellos y nosotros. 
Nuestra estadía de diez días nos detuvo en la isla de Veligandu, donde solo está el complejo turístico. Llegamos con un vuelo desde la capital, Male, en hidroavión de Trans Maldivian Airways. Sea hacia donde sea que se dirige la mirada lo que se observa podría parecer escapado de un filtro de Instagram, pero no, aunque increíble, es pura realidad. A la geografía del lugar que invita a caminatas por la playa, y disfrutar de los rincones insólitos para detenerse y disfrutar del “dolce far niente”, se suman los bungalows con acceso directo al mar, sus balcones sin barandas que nos hicieron sentir suspendidos en el aire (o en el mar para ser más precisos!), el avistaje permanente de peces entre ida y venida (pequeños tiburones, manta rayas, peces espada, otros plateados, negros, o coloridos, y cangrejos, fueron de la partida), y la gastronomía deliciosamente servida sobre alfombra de arena que incluyó una romántica cena de langosta grillada a la luz de la luna. Ni hablar el Duniye Spa, con sus tratamientos increíbles que incluyen corolarios de té de jengibre o frutas en trozos con champagne. Todo pensado y atendido por su cálido y hospitalario staff para deleitarnos con discreto encanto y sencillez. Lo lograron a la perfección. 
Maldivas: Un país dentro del mar.

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