No es Miranda de Ebro una capital de provincia. El municipio burgalés está habitado por poco más de 35.000 habitantes y, claro, el ruido que puedan generar no da para preocupar en las altas esferas. Porque estas esferas siguen manejando todo a su antojo. Hacen y deshacen sin mantener los mínimos principios del respeto y, sobre todo, del juego limpio. Y el Club Deportivo Mirandés es una víctima más de su rodillo.
La Real Sociedad tuvo, este fin de semana, la inmensísima fortuna, casual o no, de jugar su partido de Liga el viernes por la noche. El Mirandés, qué mala suerte la suya, jugó su encuentro el domingo por la mañana. Hay unas 36 horas de diferencia entre partidos. Día y medio más de descanso para la plantilla más poderosa.
Efectivamente, el equipo grande, el que tiene más estrellas, el que a priori está más profesionalizado y sin duda más protegido por los derechos de televisión es el que va a disfrutar de más tiempo de descanso ¿Creen que estas decisiones son casuales? ¿O podemos permitirnos el lujo de sospechar que a la Federación Española de Fútbol, de tejemanejes varios, no le gustaría ver a un club de Segunda División en su fantástica nueva Copa del Rey? Y a sus estados amigos, tipo Arabia Saudí, ¿les gustaría ver a los guerreros de Miranda de Ebro en su flamante organización de la Supercopa de España, útil de propaganda de blanqueamiento del régimen? Si ya les va a costar aceptar a todo lo que no sea un Real Madrid, un Barcelona o un Atlético de Madrid, mejor no imaginarnos si el inquilino es un equipo de Segunda División.
Presentación de la última Supercopa de España (fuente: elespanol.com)El fútbol moderno está en las mismas manos de siempre, los dirigentes modernos no se diferencian en demasía de los antiguos. Quizás en que, sabiendo que de todas formas sus quehaceres van a ser descubiertos, radiados, televisados y viralizados al extremo, ya no ocultan en absoluto sus contactos, artimañas y voluntades y la aplican con una eficiencia atroz.
Por eso creo que lo peor del fútbol moderno no es escuchar en un volumen atronador a ciertos productos del mercadeo prefabricado de voz escasa, uñas largas y gusto evasivo mientras se enfocan a parejas para que se besen ante 30.000 espectadores en una curiosa Kiss cam.
Tampoco creo que lo peor del fútbol moderno sea la entrada de la tecnología con la clara intención de inmovilizar en lo posible el sistema de poder establecido.
Lo peor del fútbol moderno es la perpetuación de todos los males que acuciaban al fútbol antiguo, pero dándoles una visibilidad sobredimensionada, ofreciéndoles a los dirigentes la posibilidad de demostrar, a todos, que, por mucho que protestemos, son ellos los que detentan el poder y así va a seguir siendo.
Mañana miércoles se juega la vuelta de la primera de las semifinales de la Copa del Rey. Los contendientes son el equipo revelación del torneo, una magnífica escuadra que se ha hecho muy poderosa en su terreno de juego, el Estadio Municipal de Anduva, estadio que comienza a convertirse en una leyenda debido al carácter copero de las plantillas que lo vienen habitando en los últimos años, y la Real Sociedad, equipo vistoso y de calidad que está completando una temporada extraordinaria de la mano de un entrenador de la casa, Imanol Alguacil, de canteranos clásicos como Oyarzábal y de jóvenes talentos llegados del frío como Alexander Isak y Martin Odegaard.
Es una verdadera lástima que ambos equipos no lleguen en igualdad de condiciones puesto que el resultado del partido de ida, 2 a 1 a favor de la Real Sociedad, es tan ajustado que presagia un partido de vuelta lleno de emoción, lucha de poderes y épica.
Sentirse víctima de una injusticia suele obligar a torcer el gesto y afectar emocionalmente. Deseo fervientemente que la plantilla del Mirandés sea capaz de digerir el golpe asestado desde los estamentos que dirigen el fútbol español. Esos que en lugar de protegerlo lo maltratan, mercadean y tratan de eliminar cualquier atisbo histórico o memorable para poner nuestro deporte en manos del dólar que más calienta. Ojalá Mirandés y Real Sociedad nos ofrezcan lo que los organizadores no nos pueden dar: pureza y deporte.
Odegaard celebra su gol ante el Mirandés (fuente: elespanol.com)Este es el fútbol que les va a quedar a nuestros hijos, ese que premie el número de likes que generen en redes sociales, ese que endiosa a grandes futbolistas incapaces de convertirse en ejemplos vitales si intentas profundizar en sus duras corazas de superficialidad. Auguro que no pasará demasiado tiempo antes de que las nuevas estrellas de fútbol sean fagocitadas por las redes sociales y no me extrañaría que ya se incluyesen en sus contratos, de algún modo, una forma de medir en billetes su popularidad en las sociedades digitales (que me ayuden mis compañeros expertos en servicios jurídicos).
Mientras tanto me imagino una escena de cine que dejó atrás el blanco y negro y el viejo teléfono de cable enrollado y números en ruleta agujereada para mostrar un modernísimo despacho acristalado y un móvil de última generación y reconocimiento facial. Una sombra trajeada y turbia busca entre sus contactos hasta encontrar el adecuado. Acerca su dedo y pulsa el número correcto. Una voz sibilante, arrastrada, afónica y susurrada da las instrucciones: - hasta aquí llegó la broma, el de segunda no puede pasar-.
El cine negro suele ofrecernos finales secos y despiadados en los que pocos personajes logran salir airosos y a los que la felicidad logra esquivarlos con pasmosa facilidad. En la semifinal de mañana seguro que los que se clasifiquen a la gran final de Sevilla encontrarán esa cuota merecida, aunque, de forma inevitable, pensaré, con una sonrisa, en aquéllos a los que el destino podría haberles jugado una mala pasada. Pero ya no me queda fe. El fútbol moderno no permitirá errores. Qué le vamos a hacer.