(Paco Soto, 23/12/2010)
“La soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano”. San Agustín
El pasado mes de noviembre, España y Marruecos vivieron de nuevo un triste episodio de tensiones políticas en el que los medios de comunicación de ambos países se comportaron como órganos de propaganda desprovistos de profesionalidad y deontología. Esta vez, la causa fue el desmantelamiento del campamento saharaui de Agdaym Izik, cerca de El Aaiún, por las fuerzas de seguridad marroquíes. La decisión de las autoridades marroquíes de vetar a los medios de comunicación españoles y de otros países y las presiones policiales sufridas por los pocos periodistas que pudieron viajar al Sáhara occidental avivaron aún más el conflicto. Mi objetivo en este artículo no es disertar sobre el conflicto del Sáhara occidental, sino analizar el triste papel que han desempeñado los medios españoles en la cobertura de lo que ocurrió cerca de El Aaiún y en la propia capital de la antigua colonia española. Soy consciente de que los periodistas y los ciudadanos, en general, carecemos de información fiable, no sabemos exactamente lo que ocurrió. A lo sumo, sabemos que hubo muertos, la mayoría policías marroquíes, heridos, detenidos, torturas y malos tratos, viviendas de saharauis saqueadas por ‘incontrolados’ ante la pasividad de los agentes del orden del Reino de Marruecos… Lo han denunciado aportando pruebas organizaciones no gubernamentales serias y profesionales como Amnistía Internacional (AI) y Human Rights Watch (HRW). En parte, Rabat tiene la culpa de que no sepamos exactamente lo que ocurrió durante el desalojo del campamento de Agdaym Izik y después en las calles de El Aaiún, porque impidió por la fuerza que los medios españoles y de otros países pudieran informar libremente. Pero sólo en parte. Me explico. Al margen de la decisión marroquí, la mayoría de los medios de comunicación de España, siguiendo una vieja tradición que nos debería avergonzar a los periodistas, han cubierto este conflicto con la parcialidad y falta de rigor que les caracteriza en su relación con Marruecos. Da igual lo que ocurra en ese país. Para la mayoría de los medios de nuestro país y, por desgracia, muchos periodistas, Marruecos es un ente extraño del que los españoles no nos podemos fiar. Nada de lo que ocurra en la casa de nuestro vecino del sur puede ser positivo. Hablar sobre Marruecos en los medios de nuestro país significa casi siempre referirse a la pobreza, la emigración irregular, el tráfico de drogas, la corrupción o las violaciones de los derechos humanos.
Los pocos periodistas españoles que se han resistido al vendaval de soberbia, estupidez, desconocimiento de una realidad compleja e insolvencia profesional han tenido que soportar críticas, presiones y miradas enemigas. “Aquí está Paco Soto, el periodista español más pro-marroquí del grupo de corresponsales”, me dijo en una ocasión, cuando yo trabajaba como periodista en Marruecos, un alto responsable de la Embajada de España en este país. Le contesté a este señor: “No soy ni pro-marroquí ni anti-marroquí. Simplemente, intento hacer mi trabajo correctamente, con profesionalidad”. Supongo que mi interlocutor, un hombre cortés y piadoso, no entendió lo que le quería decir, porque estaba acostumbrado a despachar con algunos periodistas españoles groseros y de escasa cultura que desconocían la realidad marroquí, detestaban profundamente el país y se creían con el derecho de dar lecciones de democracia al vecino del sur. Me hacía gracia que un país como España, donde abundan los cortesanos, los oportunistas y los idiotas políticos y morales y escasean los ciudadanos, pudiera ser tan arrogante con Marruecos. Hoy en día ya no me hace gracia, me provoca una profunda tristeza. Pero no porque Marruecos sea para mí como una suerte de segundo país, un lugar al que quiero y respeto, sino porque los españoles, en muy pocos años, hemos pasado de ser el hazmerreír de Europa occidental, un grano doloroso en el culo de la parte rica del Viejo Continente, una anomalía cutre, a dar certificados de buena conducta democrática al resto de los mortales. Bueno, al resto no, porque frente a Francia y Alemania seguimos sin terner pelotas políticas y nos comportamos como cobardes acomplejados. Pero se nos hincha el ego, la soberbia de la que hablaba San Agustín se apodera de nosotros, cuando nuestro interlocutor es Marruecos o cualquier país menos desarrollado que el nuestro.
Casta intocable
Hace unos años, cuando leí la novela ‘Territorio comanche’ de Arturo Pérez Reverte, pensé que el autor era demasiado cruel con los reporteros de guerra a los que critica en su libro. Hoy en día, pienso que Pérez Reverte se quedó corto. Una parte de los periodistas que pululan por estos mundos de Dios son una casta intocable, e infumable, un grupo de cínicos y cantamañanas que han secuestrado el rigor, maltratan a la inteligencia y tergiversan los hechos a su gusto, o a gusto del medio que les paga; e incluso mienten deliberadamente. Ocurre en todos los países. En España, la bestia parda de los medios, de la mayoría, es Marruecos. Insisto: no es el Rey Mohamed VI o el sistema político, sino Marruecos, en general, sin matices. Contra Marruecos vale todo, incluso la mentira. Pero también inventarse un genocidio en el Sáhara occidental a raíz de los disturbios de Agdaym Izik que no se ha podido demostrar por la sencilla razón de que no lo ha habido. Represión, sí. Violación de derechos humanos, también. Violencia por ambas partes (marroquí y saharaui), por supuesto. Dolor y sufrimiento, por desgracia. Genocidio, no. Sin embargo, en su loca carrera de despropósitos, los medios españoles, la prensa, las emisoras de radio y las televisiones públicas y privadas, se han inventado noticias, han citado fuentes inexistentes o han abierto telediarios entrevistando a jóvenes solidarios con la causa saharaui que son especialistas en soltar sandeces y tópicos. La agencia EFE publicó fotos de muertos en Gaza y Casablanca para ilustrar la información sobre la represión marroquí en el Sáhara occidental. Europa Press informó de la muerte de dos saharauis, que después aparecieron delante de las cámaras de la televisión pública marroquí para explicar que están vivos y anunciar que pondrían una denuncia contra la agencia de prensa española. Las televisiones y la prensa escrita, con honrosas excepciones, siguieron la misma dinánica. Durante semanas, los españoles tuvieron que aguantar día tras día una información sesgada, tendenciosa y sin un mínimo de rigor, impropia de medios de un país desarrollado y democrático como España. ¿Ha habido algún tipo de autocrítica por parte de los medios españoles? No. Manipular sale gratis en España cuando se habla de Marruecos.
Problema político
El problema no es sólo mediático, sino político y social. Marruecos es un problema para España, o al menos para muchos españoles que sienten un profundo desprecio hacia este país. Ocurre entre los dirigentes políticos y económicos, los santos creadores de opinión pública, pero también entre muchos ciudadanos de a pie. La parte sustancial del problema, en lo que a España se refiere, es el “odio al moro” de un sector significativo de la sociedad. En muchos casos ni siquiera es racismo, sino una mezcla de miedos ancestrales, estupidez, desconocimiento y afán por imponer al vecino del sur nuestras verdades sagradas, en lugar de dialogar para conseguir puntos de encuentro que nos permitan disfrutar de valores comunes. “La estupidez es la condición del imbécil”, dice Fernando Savater. La estupidez y el miedo al ‘moro’ es la condición del imbécil español cargado de prepotencia y prejuicios, pienso yo. En España, sobre la visión de Marruecos, hay una unanimidad social, política y mediática en términos negativos. Leer un artículo en la prensa o ver un reportaje en la televisión que destaquen aspectos positivos de Marruecos como el crecimiento económico que vive el país, los avances de la condición femenina en materia jurídica y social, la lucha contra las injusticias sociales, la corrupción y a favor de los derechos humanos de muchas organizaciones sociales es prácticamente imposible. Los profesionales españoles que se atreven a romper el cerco mediático son automáticamente tildados de “vendidos al régimen marroquí”. En España, hay intelectuales, escritores, profesionales, periodistas y unos cuantos políticos, hombres de negocios y diplomáticos que llevan años peleando a favor de que nuestro pais salga de la adolescencia política y entre en la madurez, y tenga buenas relaciones con Marruecos. Juan Goytisolo, en su artículo ‘¿Condenados a no entenderse?’, señala: “ Es un lugar común desde hace décadas la frase pesimista y resignada de que España y Marruecos ‘están condenados a entenderse’. Nadie mejor que el añorado Alfonso de la Serna, en su obra imprescindible, Al sur de Tarifa, mostró que dicha condena podía dejar de serlo para ceder paso a algo más positivo y fructífero: una convergencia de intereses comunes que debería aparcar las diferencias y desencuentros”. Goytisolo da en el clavo, entre otros motivos, porque sabe de lo que habla. No es un ignorante, como muchos periodistas. Este magnífico escritor conoce bien Marruecos, también su país de origen; habla el árabe dialectal marroquí y vive una parte del año en Marrakech. “Marruecos es para mí más que un amor geográfico; es arte y parte en mi vida; un sueño cumplido”, dice Goytisolo en una entrevista. Pero, ¿qué es Marruecos para muchos españoles? Nada, o bien poca cosa. ¿Qué es Marruecos para estos periodistas y tertulianos que cobran para decir tonterías o repetir eslóganes políticamente correctos? Creo que ni ellos mismos lo saben.
“¿Por qué tanto odio?
A finales del pasado mes de noviembre, el semanario marroquí ‘La Vie Eco’ publicó un texto de Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM); Larbi Messari, ex ministro de Comunicación de Marruecos, y el economista Larabi Jaidi titulado ‘España ¿por qué tanto odio?¿qué les pasa con nosotros?’. Según los autores del artículo, “los sucesos de El Aaiún no han sido más que la enésima demostración de la hostilidad de la opinión pública española hacia Marruecos”. Y se preguntan: “¿Por qué este odio sórdido? No es sólo el asunto del Sáhara. Hay que remontarse a la historia del colonizador que se sintió humillado, a la competitividad económica entre los dos países, a la cuestión de los residentes marroquíes en España, al incidente del islote ‘Laila’ (Perejil) y a un activismo del Polisario en España desde hace treinta años y que Marruecos no ha afrontado. El Sáhara se ha convertido en una apuesta electoral para nuestros vecinos… Sociológicamente, España es un país bastante racista que sólo tolera la inmigración cuando viene del norte”. Puede parecer una exageración lo que dice el artículo, pero, en mi opinión, no lo es. Según el último Barómetro sobre Política Exterior presentado por el Real Instituto Elcano de Madrid, la imagen de Marruecos empeora en España. El país norteafricano se sitúa entre los territorios peor valorados, con una nota de 3,9 sobre 10. Hace años que me pregunto cómo un país como España tan profundamente racista contra ‘el moro’ y, por extensión, la cultura musulmana, puede sentir afecto por los saharauis, más que en otros lugares de Europa. Me cuesta entenderlo, entre otros motivos, porque hay que admitir que los saharauis también son ‘moros’ y musulmanes. ¿No será que detrás de esa supuesta solidaridad con la denominada causa saharaui lo que ocurre es que se desatan en los españoles sus odios ancestrales hacia el ‘moro’ por antonomasia que es Marruecos?