Revista Arte

Muñoz Molina, Rothko y los fraudes colosales

Por Deperez5
Muñoz Molina, Rothko y los fraudes colosales
Dueño de una voz personalísima y una lucidez poco frecuente, el escritor Antonio Muñoz Molina, autor de la memorable "Sefarad", incluyó en una reciente nota de Babelia (“Saberes”, 18/06/2011) su reveladora y aguda visión sobre la problemática artística del presente:
“Habrá (entre los científicos) un cierto número de fatuos, como en todas partes, pero la obligación y la costumbre de permanecer atentos a la experiencia de lo real, de someter cada intuición, cada hipótesis, al escrutinio de sus colegas, les impide perderse en las fantasmagorías narcisistas o el puro humo verbal que lo aburre a uno a los veinte minutos de encontrarse en una reunión de eso que ahora se engloba bajo el nombre de artistas.
En las artes, en la literatura, fraudes colosales pueden sostenerse durante muchos años, hasta durante siglos, porque la prueba del contraste con lo real es incierta y cada vez menos relevante, y porque la autoridad de los mandarines se va volviendo más irrefutable cuanto menos espacio hay para el juicio del público. El mérito, en las artes plásticas, en la arquitectura, lo determinan por completo unos cuantos críticos o enterados cuyos dictámenes, aunque se tradujeran al lenguaje común, nadie tiene derecho a refutar, y a los que además se les concede el título, tan descriptivo, de comisarios: es el comisario el que determina qué se expone, el que canoniza o silencia, segregando sus nubes de palabras de las cuales no tiene que dar ninguna explicación.
Esa es la razón del cinismo, como en cualquier cultura en la que tiene demasiado poderío el tráfico de influencias: un guiño que se hacen entre sí los que están en el secreto, un encogimiento de hombros de los que aceptan que no haya remedio”.
Muñoz Molina, Rothko y los fraudes colosalesNo es posible aludir con más claridad al puro humo verbal de los críticos que nadie tiene derecho a refutar, la autoridad de los mandarines que estrangula el juicio del público, los fraudes colosales que se sostienen durante años y el encogimiento de hombros –tan generalizado- de los que aceptan que no haya remedio.
El único desencanto que recibí de Muñoz Molina en materia artística es su reiterado voto de admiración a la pintura de Rothko, esos planos de color totalmente carentes de significado, que los irrefutables comisarios y mandarines insisten en etiquetar como “místicos”, concretando uno de esos fraudes colosales que pueden durar años y hasta siglos.
Equivalente a la “energía” de Pollock o la “ampliación del arte” de Beuys, el “misticismo” de Rothko es el lugar común cuya repetición acredita la pertenencia a una elite compuesta por los enterados de siempre, a los que nada aterra tanto como ser sospechados de insuficiencia cultural.
Pero no todo está perdido: si veo por ahí a Muñoz Molina, me propongo invitarlo a examinar uno de esos rectángulos de Nada que pintó Rothko, para buscar allí un misticismo más relevante que el de una pared o una puerta pintadas con colores planos.
Espero que podamos llegar a un acuerdo.

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