"Nature peinture"... Nada 2014 es un vino que hace pensar. No pregunté a quien lo hace (Raphäel Baissas de Chastenet en Calce: Vandal Wine) el porqué del nombre, pero el subtítulo del vino (Nature peinture) y haber tebido la ocasión de beber dos botellas en pocos días, me da alguna pista. También me la da la "escuela" donde la gente de Vandal Wine ha estudiado, trabaja, crece y empieza a hacer su vino: la república independiente del vino auténtico alrededor de Calce y de Latour de France, con Gauby, Lubbe, Pithon, Fahl... Nada porque el vino no contiene otra cosa que la pintura que la naturaleza ha querido ofrecerles en este 2014. La naturaleza es la que pinta el vino, la que ofrece su fruta, sus colores, sus aromas. El hombre observa e interviene, por supuesto, pero lo menos posible. De una forma ideal, simbólica, no interviene "nada": vendimia, infusiona la uva con su raspón, fermenta, deja pasar el invierno en maderas viejas, embotella, bebe. La naturaleza en la botella. Nada más.
La naturaleza en forma de viñedo de garnacha peluda ("lledoner pelut" en el Languedoc Roussillon), una variedad de matices infinitos y tan poco presente... Un viñedo en el Col de la Done en Calce, sobre pendientes de esquisto y sin ningún tratamiento. Una vendimia en su punto óptimo (2014, sobre los 14%), y una fermentación con levaduras del viñedo y de la bodega, sin sulfitar en ningún momento del proceso, sin estabilizar más que con la ayuda del frío del invierno en la zona, sin filtrar. Ni ellos lo saben pero habrá hecho la maloláctica. 1000 botellas a 20€, pero en 2015 habrá más y sacarán un blanco... esto no ha hecho más que empezar. Es un vino sin extracción fuerte, un vino hecho con la suavidad de la maceración al modo de la infusión de uva, con la idea de llevar fruta y sólo fruta a la copa.
Gotas de la granada cuando extraes su fruto del duro caparazón. Ese sabor vegetal de la madera que forma parte del corazón de la fruta. Ese mismo color atravesado por el sol de otoño sobre la mesa. Piel de melocotón en los labios y en el paladar. Suavidad. Textura. Amabilidad. El sol todavía intenso del primer otoño hace madurar el fruto del madroño: áspero dulzor... Pomelo rosa. Pimienta roja estrujada en el árbol. El recuerdo de la fermentación en la boca: pureza de la fruta y restos de carbónico que huyen en segundos. Matorral y aires de raspón. Ciruelas de fraile: acidez y dulzor. Sabor de campo. Jarabe de grosella en el refresco de la infancia. Es un vino tan atractivo y se deja beber con tanta discreción y gusto que le pido, me pido..., que aguante. Seis (6) días abierto en la nevera, sin tocar y con su propio tapón de corcho. El vino está intacto y con la carga de sabores, texturas y fruta que he descrito. Apenas se ha oxidado y a ese zumo del granado añade ahora unas gotas de cítrico, un poco de naranja ácida y metálica y, de nuevo, ese recuerdo del pomelo. Un vino de placer, un vino de sed, un vino que pinta la naturaleza de la que nace y la convierte en algo vivo e intenso en tu paladar. Un vino en el que Nada es todo.