Nada más salir de la estación central de Nápoles llegamos a una conclusión: Nápoles no tiene nada que ver con cualquier otra de las ciudades italianas visitadas hasta la fecha. ¿Caos? No, no era caos. Era otra forma de ver las cosas, era otra forma de vivir.
Los semáforos funcionaban, se encendían, se apagaban y cambiaban de color, sólo que el código que emitían y el que nosotros conocíamos, parecían no coincidir. Con los sentidos y direcciones de la circulación, ocurría algo similar, una cosa era lo que las indicaciones querían decir en el código que yo tenía aprendido y otra cosa era la práctica, como allí funcionaba.
Así que cuando el semáforo cambió por segunda vez, sin haber conseguido atravesar la calle, decidí aplicar la estrategia cruzacalles de Hanoi, consistente en comenzar lentamente a cruzar la distancia que separa las dos aceras llevando la mirada hacia el frente y un poco hacia abajo, sin mirar a los conductores. Por que si haces esto, si los miras, ellos se dan cuenta de que eres consciente de su existencia y dan por sentado que te vas a detener, sin importar el color del semáforo. Sí, sí, ya sé, parece un poco arriesgado y requiere de cierto dominio y valor, pero funciona y en cuanto que te lanzas la primera vez, la segunda ya es más fácil.
Apenas hacía una hora que habíamos dejado la estación de Termini en Roma. Ahora todo parecía lejano y recordábamos a la capital italiana como un remanso de paz. En Nápoles estaba atardeciendo, había mucha agitación, mucho ir y venir de gentes, de motocicletas, de coches, de obras.
Como nuestra intención era hacer una pequeña visita a Nápoles y utilizarla como base para nuestro objetivo principal, Pompeya, habíamos elegido un hotel cerca de la estación. Buena elección, recomendable. Fue entrar allí y los ruidos y el estrés urbanita desaparecieron.
Había leído bastante sobre la ciudad, sus barrios, sus castillos, el puerto, pero si dedicábamos un día completo a visitar Pompeya, apenas nos restaban dos tardes-noches para conocer el resto. Y el resto quedó relegado al casco antiguo, a ese entramado de callejuelas en las que cuelgan el tendido eléctrico y la ropa tendida, en las que los puestos callejeros invaden las aceras y parte de la calzada, y en las que más nos vale que tengamos un sentido de la orientación increíble, por que los nombres de las calles brillan por su ausencia.
Pero a todo se acostumbra uno y si bien es verdad que la primera noche mi supuesto brillante sentido de la orientación me abandonó a la primera de cambio, la segunda noche ya me encontraba como pez en el agua, y salir y entrar de una callejuela para meternos en una más estrecha y más retorcida, y dar la vuelta a una iglesia para esquivar aglomeraciones y volver a tomar la dirección por la que íbamos, no fue más un problema.
Comenzamos por visitar su Catedral, dedicada a San Genaro, donde se conserva la sangre del santo la cuál se licua, prefiero no intentar visualizar este milagro, una vez al año, coincidiendo con su festividad. La estrecha calle donde está situada impide obtener una buena perspectiva de esta iglesia, pero merece la pena dedicar unos minutos a visitar su interior. En la nave de la izquierda, en una de sus capillas, se puede contemplar un precioso mosaico de la Virgen María con el niño en su regazo.
Antes de que anochezca del todo nos adentramos en la via dei Tribunali en dirección a la Iglesia de San Gregorio Armenio. En los alrededores de la iglesia se agolpan las tiendas y puestos de elementos relacionados con los belenes, no hay que olvidar que los actuales belenes que en Navidades se montan en muchos hogares, son belenes napolitanos, origen de esta tradición. Las tiendas permanecen abiertas durante todo el año, no sólo en las fechas cercanas a las Navidades.
Las estrechas calles de los alrededores están abarrotadas de gente, es difícil pasar por ellas y llegar a la iglesia se convierte en misión imposible, por lo que desistimos del intento y después de dar unas cuantas vueltas, decidimos ir a cenar.
Habíamos pensado probar las famosas pizzas de Sorbillo y la sorpresa fue que se había formado una cola de espera aguardando a que se vaciara una mesa. Dimos una vuelta por los restaurantes cercanos buscando alternativa y parece que ninguno funciona con reserva previa, por lo que todos tenían un grupo de gente esperando en la puerta.
Decidimos volver a Sorbillo. Si teníamos que hacer cola, queríamos poder constatar si estas pizzas merecían o no la pena, ya sabéis, por aquello de "que no me lo cuenten".
El horno que utilizan es de leña, como se ve en la foto, y las pizzas las cocinan en un asombroso tiempo record, apenas un par de minutos en el interior del horno. En mi opinión, si mi pizza hubiera estado dentro un poco más, no le hubiera pasado nada. La pizza estaba rica, aunque prefiero las masas de pizza finas, las pizzas napolitanas son de masa gruesa, pero en cuanto se enfriaba un poco era imposible seguir comiendo aquella masa.
No sé qué pensar. El local estaba abarrotado, así que no sé si es cuestión de gustos o que la fama les ha hecho subir y ahora, simplemente, están recogiendo los frutos, por que tampoco nos gustó cómo nos atendieron.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y tras desayunar en el hotel partimos hacia la estación central de Nápoles. Justo en la planta inferior, está bien indicado, es de donde parten los trenes de la Circumvesuviana, que se dirigen hasta Sorrento con parada en Pompei Scavi, la estación en la que hay que apearse para visitar las excavaciones de Pompeya.
Durante el trayecto en tren, si vamos sentados en la parte izquierda, según la dirección del tren, podemos observar desde lejos el Vesubio. Si se llega a Nápoles en avión, dicen que también se obtienen unas bonitas vistas del volcán. Nosotros también lo divisábamos desde la terraza del hotel donde desayunábamos y durante la visita a las excavaciones lo tuvimos siempre omnipresente.
A las excavaciones entramos por Puerta Marina, que debe su nombre por la proximidad al mar que en su origen tenía Pompeya. Primero nos dirigimos hacia la Basílica, de ahí al Teatro grande, que fue construido aprovechando la pendiente natural de la colina y de ahí llegamos al Cuartel de los Gladiadores, justo detrás del Teatro grande. En un principio, en este área era donde estaban los espectadores entre los intervalos de los espectáculos, pero tras el terremoto del 62 d.C. se convirtió en el cuartel de los gladiadores.
Sabía que las excavaciones de Pompeya eran muy grandes, pero no imaginaba que tanto. Las calles se suceden y hay casas por visitar en ambos lados. Teníamos previsto pasar todo el día allí, pero es difícil, o más bien imposible, poder abarcarlo todo en una visita. Así que comenzamos a elegir, para de esta forma, al menos visitar todo lo que no nos queríamos perder.
Así visitamos la Casa de la Venus de la Concha, que como la mayoría de las casas goza de un gran patio central rodeada por un pórtico con columnas. En las paredes todavía se pueden observar algunos frescos, unos rehabilitados con mejor acierto que otros. Resulta impresionante detenerse a pensar como vivían y la importancia de esta ciudad en la época.
Otro de los destinos que anoto en mi lista de viajes para cuando inventen cómo viajar en el tiempo. Sería de lo más interesante, transportarse siglos atrás y ver el bullicio y el ajetreo de esta ciudad.
Atravesamos las inmensas propiedades de Iulia Felix con unos impresionantes jardines y de ahí volvemos a salir a la calle por donde veníamos. Seguimos caminando.
Más allá está la zona de los comerciantes, es la via de la Abundancia, donde se suceden locales de comerciantes ricos que vendían bebidas y comidas calientes. Aquí vivía y se relacionaba una clase social alta, de ahí que algunos de las paredes todavía conserve algún fresco y los mostradores estén decorados. La que se ve en la foto es la Casa y Thermopolium de Vetutius Placidus.
Hay casas aristocráticas de tamaños considerables. Algunas ocupan toda la manzana, como la Casa de Pansa, con una entrada fabulosa y con una estudiada simetría.
Tras un descanso nos dirigimos a la zona del Foro, hay algunos lugares que todavía tenemos pendiente de visitar y al ir un poco en zigzag, nos los hemos saltado.
Pasamos por el Templo de Vespasiano y resulta difícil pasar de largo y no fijarse en el altar de mármol con relieves tallados en el que se representa el ritual de sacrificio de un toro.
Aunque ya no nos queda mucho tiempo, nos es inevitable asomarnos al menos a las impresionantes casas que salen a nuestro paso. Unas por los frescos que conservan, otras por sus patios o sus jardines y otras por los preciosos mosaicos.
Nos damos cuenta de que todavía no nos hemos acercado al Lupanar, el prostíbulo de la época, que debe su nombre al aullido del lobo, que era el sonido con el que se llamaba a los clientes.
En una calle estrecha, en una pequeña casa, allí está. Diminuto, con habitaciones pequeñas y camas de piedra, pero lo que repara nuestra atención son los pequeños frescos que se conservan en sus paredes y que mostraban los servicios que se ofrecían.
Entramos también en las Termas Estabianas, un complejo enorme de salas con frescos y otras decoraciones, dedicado a disfrutar de las aguas y punto de encuentro de la sociedad pompeyana. Si lo imaginamos como debió ser en su día, no cabe duda que era todo un lujo.
Tras la visita a las termas decidimos salir del recinto y volver a Nápoles. Estábamos exhaustos. Habíamos pasado casi todo el día caminando y no podíamos más. Menos mal que hemos realizado la visita en invierno, por que visitar las excavaciones de Pompeya en verano debe ser extenuante.
Cuando llegamos a Nápoles comenzaba a caer la tarde. Tomamos una ducha para intentar contrarrestar el cansancio y volvimos a salir para aprovechar el poco tiempo que nos quedaba y conocer algo más de Nápoles.
Nos dirigimos a la Piazza Dante en pleno centro histórico de la ciudad. Había mucha gente en las terrazas y la noche no era fría, así que decidimos sentarnos y ya sabéis, "allá donde fueres, haz lo que vieres" y nos pedimos un Aperol Spritz, el aperitivo italiano por excelencia y del que muchos de los napolitanos estaban disfrutando en aquel momento.
Nos vino muy bien tanto el descanso como el aperol, y después de un buen rato en la terraza nos vimos con ánimos suficientes de volver a callejear por el centro.
Hay un par de calles paralelas donde podemos encontrar un gran número de librerías antiguas, de artesanías y de productos alimenticios orientados al turista. Personalmente, me quedo con el sabor de esas tiendas de libros antiguas, son auténticas.
En el centro histórico hay un montón de iglesias, cada una con su peculiaridad. La noche anterior ya visitamos un par de ellas, pero había otras dos que no podíamos dejar de ver en nuestra visita exprés a Nápoles.
La primera de ellas, la Iglesia de Santa Clara, la mayor iglesia de estilo gótico de Nápoles. Es a esta iglesia donde se traslada, una vez al año, cuando obra el milagro, la sangre licuada de San Genaro desde la Catedral de Nápoles.
Nuestra última Iglesia por visitar fue la de Jesús Nuevo. Cuando se construyó en el siglo XVI, fue un palacio, de ahí la peculiar fachada que todavía conserva , pero después fue convertida en iglesia por los jesuitas.
No pudimos visitar su interior porque se encontraban celebrando actos religiosos. Así que nos fuimos hacia el restaurante donde queríamos cenar para no tener que guardar cola como la noche anterior.
Cuando llegamos a la Trattoria La Campagnola la puerta estaba cerrada y había un grupito de gente en la puerta. Preguntamos y tampoco admitían reservas y faltaba unos minutos, que terminaron por convertirse en unos cuantos más, para abrir. Decidimos quedarnos a esperar que abrieran, ya que sería menos espera que si volvíamos y el restaurante se encontraba lleno.
La tratoria es sencilla, sin lujo alguno y bastante acogedora, al menos donde nosotros nos ubicamos, en una mesa desde donde se divisaba la cocina.
Los platos eran típicos napolitanos, aunque no demasiados generosos, y elegimos una Ensalada de Pulpo y una especie de grandes Croquetas como entradas, después dos platos de pasta, unos Raviolis rellenos de bacalao con aceitunas y alcaparras y unos Pacheri con ragú y ricota. Decir que la elección me gustó mucho más que la de la noche anterior.
Habíamos cenado pronto así que cuando salimos todavía teníamos ganas de un paseo por las calles del centro antes de volver al hotel.
Al día siguiente volvíamos a Roma. Me hubiera gustado haber podido disfrutar de, al menos, un día más para conocer Nápoles, acercarme al mar, visitar sus castillos, su galería comercial y si todavía hubiera tenido más tiempo me hubiera acercado a Sorrento y a las excavaciones de Herculano, y hasta quizás, hubiera vuelto a Capri.
Decidido, no borro a Nápoles de mi lista de pendientes.
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A tener en cuenta:
- Transporte:
- Circumvesuviana: Tren de cercanías que conecta a Nápoles con Sorrento, con varias paradas, entre ellas, Pompeya y Herculano.
- Trenitalia: Trenes regionales e internacionales. Se pueden comprar los billetes por internet con dos meses de antelación, encontrando precios interesantes.
- Alojamiento: UNA Hotel Napoli ****
- Restaurantes y Cafés de interés:
- Pizzeria Sorbillo
- Trattoria La Campagnola
Bon Voyage