Revista Cine

No hay jazz, no hay feeling

Publicado el 20 septiembre 2010 por Josep2010

Buscar y hallar un título no es en ocasiones un trabajo que resulte fácil, ni siquiera para algo tan intrascendente como la sencilla crónica de los sentimientos que uno tiene después de haber visto una película.
Claro que uno puede optar por algo tan simple, efectivo y práctico como es usar el título de la película en cuestión, con lo cual el asunto está arreglado y todos saben de antemano a qué atenerse. Pero nadie ha podido afirmar nunca sin temor a equivocarse que lo más fácil sea lo más divertido y viceversa, que lo más complicado vaya a ser aburrido.
Como sea, seguro que quien se encargó de titular la última película estrenada por Woody Allen y sus huestes lo tuvo difícil desde el primer momento, porque si en inglés se titula You Will Meet a Tall Dark Stranger, su traducción al castellano es horrible: Conocerás al hombre de tus sueños es una muestra más de la preocupante ineptitud de quie
No hay jazz, no hay feelingnes se cuidan de ese detalle, aunque en cierta manera representa una advertencia para el espectador, no sobre lo que va a ver sino relativo a la bondad intrínseca del producto.
Porque si m
e atengo a mis pobres conocimientos del inglés, yo diría que una traducción literal vendría a significar más o menos: Encontrarás a un desconocido alto y moreno, lo cual encierra una indicación que será defraudada ya que parece señalar a una protagonista propensa a un romance.
Pero no: Woody Allen, de nuevo rodando en ambientes británicos, empieza por dejar a un lado su buena costumbre de recuperar en la banda sonora grandes temas del mejor jazz clásico y esa decisión parece que no le sienta bien al cineasta neoyorquino porque actuando como siempre en su doble condición de guionista y director, formula una historia de amores y desamores que se le escapa de las manos desde los primeros minutos.
Por el título, uno espera que haya una protagonista que centre la mirada y se convierta en eje alrededor del cual Allen pueda girar como una peonza destilando sus acostumbrados diálogos ingeniosos y ácidos
restallando cual látigos sobre unos ciudadanos que puedan ser representantes de una minoría intelectualmente selecta, esos habitantes del barrio neoyorquino inventado por Allen tantas veces. En esta ocasión el grupo se constituye por los miembros de una familia, padres e hija con su esposo, que acabarán todos divorciados: dos son pues las mujeres protagonistas, madre e hija, y ninguna de las dos acabará con un morenazo que las conquiste, así que, de lo dicho, nada de nada.
Esa sería nada más una anécdota sin importancia lo mismo que la ausencia de jazz en la banda sonora sino fuera porque el cruce de historias que se nos presenta por Allen carece de fuerza y en ningún momento llegan a despertar interés -ni siquiera empatía- los amores y desamores de todos los personajes, desprovistos de frases ocurrentes que además puedan darnos pistas acerca de su psicología.
No es desde luego esta película una obra con aliento
No hay jazz, no hay feelingpersonal y da la sensación de ser un encargo alimenticio despachado con escasa profesionalidad para cumplir esa auto exigencia alocada de rodar una película cada año que parece estar sometiendo a Woody Allen a una presión que no aporta beneficio alguno al conjunto de su carrera.
No me resulta difícil olvidarme del resto de la filmografía de Woody Allen para detenerme en esta última obra, que, incluso contemplada con ojos nuevos, limpia la memoria, tampoco consigue captar la atención pues lo que nos cuenta no tiene nada de original y además la forma de contarlo no tiene tampoco nada de excepcional: más bien diría que el tratamiento cinematográfico es adocenado; parece destinado directamente a la televisión, o al vídeo, justamente al vhs, porque uno tiene la sensación que está viendo algo trasnochado, que es un concepto muy distinto de clásico; parece una película vieja, fuera de circuito, de esas que todavía pueden verse en autocares, aviones y trenes que antes fueron modernos y ahora son obsoletos.
El estilo de rodaje, que nunca ha sido el fuerte de Woody Allen - a que vamos a engañarnos, a estas alturas- es convencional en grado sumo, pero no es lo peor: en esta ocasión, los intérpretes, quizás sorprendidos porque sus caracteres están escritos con muy malos modos, parecen una troupe de aficionados, salvándose apenas por los pelos Gemma Jones. Anthony Hopkins sigue "haciendo de Anthony Hopkins" repitiendo una vez su repertorio de tics; Naomi Watts parece perdida del todo y Josh Brolin se pasa el tiempo bebiendo cerveza y mirando al suelo; los secundarios Antonio Banderas y Freida Pinto ni siquiera tienen la oportunidad de lucirse, y Lucy Punch desaprovecha un papel que en otras manos hubiera sido un bombón.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que nunca me ha parecido Woody Allen un buen director de intérpretes, que se salva porque todos quieren actuar con él o para él y consideran un honor aparecer en alguna de sus películas; pero en esta ocasión, dado que la calidad de las frases es inexistente, los actores no tienen por donde agarrar sus personajes.
Hay un detalle que me parece esclarecedor, por tópico: cumpliendo con lo políticamente correcto, nadie fuma; bien: pero en casi todas las escenas, todos están libando alcohol, bien sea cerveza, pegada a las manos de Roy (Brolin), bien sea un vaso de whiskey: llegan a casa y beben, copa tras copa. ¿Se acuerdan de la serie Dallas? Pues eso.
No creo que sea un detalle expreso de Allen; de serlo, sería más preocupante que un simple error de atención a la reiteración, porque significaría que hay por ahí detalles de lo que pudo ser y no fue: cuando Charmaine le dice a Alfie que está preñada, añade sincera:¿es lo que querías, no? y ahí puede haber una línea que Allen ha desperdiciado, como lo ha hecho con todo: una confusión fruto del mal vicio de querer abarcar más de lo que uno puede, olvidando la conseja que nos advierte:
"Quien mucho abarca, poco aprieta"

Realizar lo que denominamos "película coral" requiere siempre un guión muy bien trabajado y un grupo de intérpretes bien conjuntados, amén de un director que cuide y engrase los engranajes de una maquinaria que debe moverse como si bailara al son de una buena melodía y en este caso la música está falta de ritmo y desde luego la sordina cansina de la voz en off que pretende explicarnos y acompañarnos resulta un remedio que contribuye a la sensación de aburrimiento que provoca esta comedia dramática que a priori uno pensaba que hablaría de amores y desamores y se queda a medias de conseguirlo, como si le faltaran líneas.
Ni siquiera entre el marasmo de cintas destinadas al público infantil, esta consigue ser más que simple peñasco semi hundido en un mar de alarmante mediocridad a estas alturas del año.
Tráiler
(Y mira que para animarme he decidido acompañar mis ideas con el excelente piano de Nat King Cole. Ni así se levanta el ánimo al recordar esta película.)


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