Revista Cultura y Ocio

Pataleta vital Volumen I: «Debates estériles, ingenuos de la vida contra dioses atrincherados»

Publicado el 09 octubre 2014 por Rosa Valle @RosaMValle

PATALETA- ¿Es frustrante discutir con alguien anclado en una postura contraria a la nuestra? Sí, lo es. Pero no porque no seamos capaces de convencerle, ni de mover siquiera un milímetro el ascua hacia nuestra sardina. Lo realmente frustrante en este escenario es que el otro no te entienda porque no le da la real y santa gana de entenderte, porque no trata de ponerse en tu lugar. No le interesa. Para comprenderte, claro, tiene que adoptar una actitud empática. No se trata de convencerle, ni de lograr con acrobacias argumentales que te dé la razón. Basta con que TE ENTIENDA. O lo intente, al menos, para que el cruce dialéctico haya valido la pena.

Y el pimiento en posesión de la verdad absoluta dejó ojiplática a la lechuga.

Y el pimiento en posesión de la verdad absoluta dejó ojiplática a la lechuga.

Con ese perfil de interlocutores, un@ entra en un debate inútil que puede durar minutos o prolongarse años bisiestos. Hay que tener mucho empeño ganador para perseverar en la polémica. Si eres de a quienes les da igual ganar que no, tirarás pronto la toalla, porque aparte de resultarte el contrincante cansino, de tomar conciencia de estar perdiendo tu tiempo y de invadirte una tristeza vieja mil veces vivida, el tipo o la tipa te empezará a caer mal, cada vez peor.  Mejor zanjar el desencuentro con cualquier excusa, por el bien de tu salud mental (y la integridad física del contrario).

¿Por qué hay personas tan poco solidarias, tan intransigentes y, hemos llegado, que se creen en posesión de la verdad objetiva? Cuando la verdad objetiva -esto es de primero de Periodismo- no existe, desde el momento en que es un sujeto quien la describe. Como mucho y presuponiéndole la mejor de las intenciones, el susodicho puede defender la veracidad, su veracidad, pero no negar la mía. Veraz tú, veraz yo y los dos en discordia.

Con el paso de los años, estas personas me producen más aburrimiento que cabreo y trato de evitarlas, porque, a quien no es competitivo no le importa ganar o perder. Déjalos ganar, para él o ella la perra gorda. Eso sí, la tristeza por no haber sido capaz a llegar a su corazoncito empático (sencillamente no lo tiene) no te la quita nadie.  Qué pena. Qué pena de humanidad. Cómo somos. Unos, dioses atrincherados; otros, ingenuos de la vida.


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