Revista Cocina
La piña tiene su origen en la cuenca del Amazonas, entre Brasil y Paraguay, donde se le llamó “Ananás”, palabra de origen guaraní que significa “fruta excelente”; sin embargo, en Brasil se le llama abacashí, nombre que deriva de la palabra tupi guaraní abacaxí. Los nativos sudamericanos regalaban el fruto en señal de amistad.
Acostumbrada al calor y a la humedad se aferró a la vida, adaptándose de continente en continente. De Sudamérica fue llevada a través del tiempo por los indígenas que se atrevían a viajar con los pocos medios existentes en ése entonces a otras regiones del continente incluso hasta Centroamérica y al Caribe, de tal manera que cuando Cristóbal Colón arribó en una de las islas caribeñas, entre muchas de las maravillas estaba la “piña des Indies” o “naná”.
En su preciosa carga Colón llevó a España algunas piñas. De Europa las carabelas y galeones españoles diseminaron dicha fruta por el mundo pues la llevaban para prevenir el escorbuto común de la época, teniendo como resultado que germinara en aquellos lugares con climas y tierras parecidas a las latinoamericanas.
La introdujeron en las islas Filipinas en el siglo XVI, dominio que administraban desde la entonces Nueva España. Desde Filipinas llegó al resto de Asia, siendo los portugueses quienes la introdujeron en la corte del Rey de Siam, Narai (el rey más famoso de la historia de Ayutthaya.); allí, en la actual Thailandia, se le denominó “sapparod”.
El nombre de “piña” se le dió por su parecido con las piñas de los pinos y se convirtió, tal y como la denominaron antiguamente, probablemente en alusión a su corona de hojas, en la “Reina de las frutas”.
De hecho, es el segundo cultivo tropical en importancia mundial después del plátano; siendo Thailandia el principal productor, seguida de lejos por Filipinas, Brasil, China e India.
Las piñas tailandesas en general son pequeñas, como si el tamaño fuera hecho a propósito para concentrar el dulce que las caracteriza. Nunca antes, de aquel viaje del año 1994 yo había probado una piña tan dulce, amarilla como el oro que salpica todos sus monumentos y templos, jugosa, con un aroma como toda su cultura, simplemente mágico.
En Thailandia, cada comida, cada bocado abre la puerta a una experiencia fascinante, inolvidable, momentos únicos que deben vivirse con intensidad….así lo hice, así quedó grabado en mi memoria, en mi vida…cada instante de mis viajes al país de los hombres libres, al país de la eterna sonrisa….
un pueblo que rinde culto a la naturaleza, cuya gastronomía es un estallido permanente de aromas, colores, sabores, donde sus platos son impensables sin las especias.
Una gastronomía que ocupa un lugar especial en Mi Cocina……donde llega una jugosa piña y preparo éste delicioso postre tailandés, con especias y al horno, eso sí, acompañándola con un refrescante helado…
¿Cómo lo hice?
Ingredientes para dos personas:
Media piña madura, 50 grms. de mantequilla, 4 cucharadas soperas de miel, dos cucharadas pequeñas de canela molida, una cucharada pequeña de nuez moscada en polvo, cuatro cucharadas soperas de azúcar moreno, una cucharada pequeña de sésamo.
Para acompañar: helado (En éste enlace pueden encontrar algunas recetas)
Los pasos a seguir:
Precalentar el horno a 180º C.
Con un cuchillo afilado, cortar la piña por la mitad
pelarla, desechar la parte central (ya que ésta, está demasiado dura) y cortarla en trozos pequeños.
En una cacerolita poner la miel, la mantequilla, la canela, la nuez moscada y el azúcar y calentarlo a fuego lento, sin dejar de remover hasta que la mantequilla se derita.
Echar los trozos de piña en una fuente especial para hornear y añadir la preparación de las especias sobre la fruta.
Introducir la fuente en el horno y dejarlo hornear durante unos 20 minutos, removiendo de vez en cuando, hasta que la piña se dore (cuidado de que no se llegue a quemar).
Servir acompañado de helado y espolvoreado con el sésamo.