De los héroes infantiles que pueblan nuestros primeros contactos con las figuras literarias universales, mis preferidos eran Marco y Pinocho. El primero por su enorme capacidad para enfrentarse a lo peor: ser abandonado y quedarse sólo, y del segundo, todo lo contrario: comportarse egoístamente, sin pensar a nadie, y disfrutar de la vida como un calavera. Supongo que un psicoanalista se lo pasaría en grande analizando esta opción.Dos historias, casi del mismo año, adaptadas al cine, a la televisión, al teatro, hasta, incluso comedias musicales… Marco, de los Apeninos a los Andes, breve relato incluido por Edmundo de Amicis en su novela Corazón (1886) y Las aventuras de Pinocho, escrito por Carlo Collodi y publicado en Italia en una revista infantil entre 1882 y 1883. Estas narraciones nacidas con el séptimo arte eran tan cinematográficas que no podían escapar a revisiones, versiones y adaptaciones. El último en aventurarse es el maestro italiano de la animación, Enzo D’Alo, que desde hace 10 años, nos tenía a pan y agua.Dubitativo ante el riesgo de adentrarse en tal figura, ha sido precisamente la muerte de su padre lo que impulsó a retratar a este anti-modelo de hijo: “necesitaba comprender y justificar mi actitud de hijo desobediente pero también comprender sus expectativas hacia mí, tan frecuentemente decepcionadas…”. Durante todo el relato archiconocido de las peripecias de este trozo de madera, dos elementos estéticos marcan el tono de la narración. Los paisajes de la Toscana, envolventes, sin límites en su grafismo, repletos de curvas y arabescos, en los que Pinocho disfruta de su libertad, conquistada a un enorme precio, establecen su lado honesto, su ingenuidad ante los otros, y la parte tierna, que despierta entre el público, la inmensa necesidad de prevenirle, para que no cometa en la ficción, los mismos errores que nosotros hemos sufrido en la realidad.Y por otro lado, los límites de las figuras y personajes son casi cortantes, se diría que trazados con regla, rígidos e inmutables, inflexibles ante cualquier circunstancia e invariables pese a los cambios de decorados y situación. Pinocho no deja de ser un niño caprichoso, de carácter imprevisible y mentiroso. Las ganas de sacar la lija y darle una buena pasada a sus bordes tampoco nos abandonan durante la película.Quizás en eso consista la intemporalidad y actualidad del personaje: su comportamiento tan cercano a las aventuras de los “adultescentes” actuales (léase si exceptuamos el alcohol, Resacón en las Vegas, Juerga hasta el fin o Bienvenidos al fin del mundo) que, pese a sus 130 añitos, sigue siendo un niño. Excelente película que compite, en 2013, por el título de mejor film de animación europeo, frente a The Congress y Jasmine. Difícil lo va a tener el jurado.