Tú te distancias, yo me distancio, nosotros nos distanciamos...todos vivimos periodos de introversión dentro de la pareja, pero ¿qué ocurre cuando cada uno se encierra en su mundo y la intimidad se evapora?
El trabajo, el paro, los hijos, las crisis personales, los problemas familiares…si alguna vez creíste que la pareja tenía que ser un remanso de calma y felicidad que te protegiese contra la angustia, el vacío, la inseguridad o el miedo, olvídalo: solo o acompañado, los retos nunca terminan.
Si la relación ha sido buena, positiva, correspondida y sobreviene un periodo de apatía en el que parece que nos apetece más irnos de compras, sumergirnos en internet o desperdigarnos en otras actividades, lo que nos viene a la cabeza en primera instancia es lo siguiente:
¿Cuando el enamoramiento pasa, se pierde la chispa para siempre?
¿Es posible que el amor se acabe y sólo quede el conformismo?
¿Esto es lo que me espera para el resto de mi vida?
Y a partir de este punto es cuando aparece es nuevo y atractivo compañero de trabajo, o ese ex novio/a del Pleistoceno, o el profesor de Pilates, o cualquier otra persona que reúna las características necesarias como para volver a generar ese aleteo de ilusión y anticipación que anticipa la posibilidad de volver a conectar con alguien.
Si te has enamorado locamente, has encontrado a la persona con la que coincides, que te mueve por dentro y por fuera y con la que irías al fin del mundo sin pensártelo dos veces y que además te corresponde, te animo a vivir ese amor tan especial y no perder más tiempo (ni hacerlo perder) con una pareja que ya no te inspira nada.
Ahora bien, ¿y si sólo es una evasión? ¿Y si la cantidad de mariposas que tienes en el estómago es directamente proporcional a tu necesidad de que alguien te haga caso?
El desafío se inicia a partir de aquí. ¿Vivo una aventura y al diablo con las consecuencias? ¿Tomarlo como un aviso y devolver la atención a mi relación de pareja? ¿Pedir un tiempo y pensar en lo que quiero hacer con mi vida? ¿Resignarme, no hacer nada y seguir aguantando? ¿Y si me voy? ¿Y si me quedo? ¿Y si me equivoco? ¿Y si acierto?
Vamos a dejar aparte por un momento todo este incesante martilleo mental y volvamos a la casilla de inicio en el supuesto que tu primera opción sea intentar encauzar las cosas con tu actual pareja.
¿Qué es lo hacías constantemente con tu pareja cuando empezasteis a conoceros?
Dejando aparte el sexo: hablabais largo y tendido.
Os contabais vuestros sueños, vuestros traumas infantiles, vuestros miedos, vuestros proyectos, vuestras inquietudes y una larga serie de etcéteras…Al hacerlo os sentíais conectados y comprendidos: el sentimiento era compartido, mutuo, se desplegaba y crecía con estas conversaciones. De hecho, si hay ahora mismo una nueva ilusión en tu vida, comprobarás que estás repitiendo esa maravillosa conexión que una vez tuviste con tu pareja.
Cuando nuestra relación empieza a enfriarse, lo primero que se pierde, es la comunicación íntima: uno tiene la impresión de que el otro está convirtiéndose de nuevo en un desconocido. Cada cual se vuelca en exceso en alguna otra cosa: los niños, el trabajo, las aficiones…ambos acaban ocultándose en la casa cerrada de su individualismo con un imaginario cartel de No molestar en la puerta.
Comerte la cabeza en realidad no te va a proporcionar ninguna información que ya no sepas. Lo que está en ti, ya lo conoces de sobra y sin un feedback del exterior, difícilmente aprenderás nada nuevo. Para lograr avanzar en alguna dirección, lo primero es establecer un plan de acción. ¿Has decidido intentar retomar la comunicación con tu pareja? Perfecto, pero antes que sentarse a hablar, ten claro tu compromiso y lo que estás dispuesto a poner de tu parte. Por ejemplo, tomarse un rato todos los días para apagar los móviles y volver a construir un espacio para los dos; o reservar una noche a la semana para tener una cita.
Importante: una relación es cosa de dos. Por muy heroicos que sean tus esfuerzos, si la otra persona no está dispuesta ni abierta a hablar sobre estas sensaciones y problemas ni desde luego, a solucionarlos, tampoco puedes hacer milagros. En estos casos, tomarse unos días de reflexión fuera del entorno habitual y apoyarnos en otros seres queridos, nos ayuda a ver la situación desde fuera para poder abordar de nuevo el problema ya sin la cegadora distorsión del miedo a la pérdida.
El distanciamiento es un proceso que se vive de una manera tan paulatina, que muchas veces, no lo reconocemos hasta que la pérdida se vuelve palpable e inminente. Empieza un día cualquiera, cuando nos apetecía darle un beso a nuestra pareja y lo procrastinamos porque estábamos absorbidos en cualquier otra cosa. Y le vamos sumando más días, en los que seguimos dejando para otro momento un abrazo, un cariño, una atención, un ¿cómo estás?, una charla personal…hasta que de repente hemos pasado de acostarnos con una pareja a despertarnos con un compañero de piso.
Es probable que necesites más de una relación y más de una ruptura para interiorizar eso tan trillado de el amor es una planta que hay que regar todos los días. Lo que acostumbra a suceder es que regamos la planta con miedo, y no con amor, lo que finalmente nos recluye en un indivualismo utilitarista que nos vacía por dentro e impide una verdadera conexión con el otro.
Si quieres a tu pareja y sufres porque os estáis distanciando, actúa con el corazón, no con la cabeza. Establece lo que tú quieres. Haz lo que sientas. Pide lo que necesites. Propón aquello que te apetezca. En resumen: ama como un niño, actúa como un adulto. No al contrario.