Cuando se visita París por primera o segunda vez, hay visitas que son obligadas: La Torre Eiffel, Nôtre-Dame, el Louvre, un crucero por el Sena en uno de los bateaux-mouches, los Campos Elíseos, el Barrio Latino o Montmartre. Es inevitable acercarnos a ellos, aunque estén plagados de turistas y en algún caso hayan perdido el encanto que hace tan sólo 25 años ofrecían, como es el caso de los architurísticos, y repletos de franquicias, Campos Elíseos.
Como sabréis soy una enamorada de Francia, y puede que París, aunque dude entre ella y Londres, sea mi ciudad favorita. Siempre tengo motivos para volver, un fin de semana o 4 ó 5 días, escapadas que, de alguna forma, sacian mis verdaderas ganas de pasar allí temporadas más largas, mucho más largas. Un año sabático, para mí sería un sueño, pero me conformaría con trasladar mi trabajo una larga temporada a esta bella ciudad.
Cuando vuelvo a París, hay veces que no visito ningún museo, ni paseo por los Campos Elíseos, los evito y simplemente los atravieso para pasar a otro quartier, simplemente callejeo, paseo, hago kilómetros en la ciudad con más encanto que conozco. Los franceses a esto lo llaman flâner y yo no encuentro mejor traducción para ello que la descripción que acabo de hacer.
En mi última visita me comporté como una auténtica flâneuse, mis pies estuvieron una semana recordándomelo. Me empapé, al igual que un Babá au Rhum lo hace con ron, de las calles parisinas, de sus bistrots, de sus terrazas, de sus mercados, de sus pequeñas tiendas e intenté huir del París más turístico. Aunque no sé si eso es posible.
Hemos comido en los mercados, donde nos ha pillado o donde de alguna forma lo hemos provocado. Nos hemos deleitado probando la cocina de Alain Ducasse en el Jules Verne, en la segunda planta de la Torre Eiffel y disfrutando de unas magníficas vistas sobre el Sena y el Trocadero. Y he aprobado una asignatura que tenía pendiente, comer en dos restaurantes tradicionales muy parisinos que llevan abiertos desde el s. XIX: el Bouillon Chartier y el Polidor.
Id abriendo vuestra agenda de viajes por que estoy segura que vais a anotar estas dos direcciones para vuestra próxima visita a París.
Los restaurantes “Bouillon” comenzaron a abrir sus puertas en la segunda mitad del 1800. El objetivo era ofrecer una comida caliente a precios asequibles a los trabajadores de la zona.
De los “Bouillon” que todavía existen, es el único que ha mantenido de alguna forma su orientación popular y no resulta difícil realizar una comida completa con entrada, plato principal, postre y vino, de la carta y que la cuenta ronde los 15 – 20€. Recordar que en París no hace falta pedir agua mineral, el “agua del grifo” es buena, por lo que en los restaurantes no resulta extraño solicitar “une carafe d'eau”.
Bouillon Chartier se encuentra en el patio de un edificio de vecinos y sorprendre, al atravesar su puerta giratoria, la amplia sala que alberga donde han mantenido la decoración original y por un momento te transportas a un ambiente de película donde París flota en el ambiente, creo que no hay mejor definición de esta ciudad.
Los camareros visten a la manera tradicional con un gran delantal blanco y en las paredes laterales se conservan las originales boisseries, espejos y unos grupos de pequeños cajoncitos que se utilizaban para guardar las servilletas de los comensales que visitaban el bouillon a diario. ¡No puede ser más auténtico! ¡Ah! Y tanto la comanda como la cuenta, se anota en el mantel. Indescriptible, pero se anota.
Las mesas se comparten y ubican a los comensales donde hay sitio, por lo que si vas sólo o en pareja, será más que probable que compartas mesa con “extraños” con los que entablarás conversación en cuanto pidas que te pasen la mostaza o la sal. A nosotros no nos resultó nada violento, sino divertido.
En la primera parte de la cena compartimos mesa con dos jovencitas que, pensando que no hablábamos francés, hicieron un comentario sobre nosotros y que, al salir de su error y advertir su metedura de pata, se apuraron bastante y no alargaron su sobremesa. A nosotros, lejos de molestarnos, nos resultó divertido. ¡Ay, es importante aprender idiomas! ;-)
Seguidamente, se sentaron con nosotros una pareja parisina de lo más amable, asiduos del Bouillon Chartier. Casi que terminamos de cenar a la vez, nosotros si alargamos nuestra sobremesa.
Este bouillon lo frecuentan tanto parisinos, como gente de paso “no turista”, como turistas y a pesar de que tiene horario ininterrumpido, las colas que se forman, dependiendo de la hora, pueden ser bastante largas, por lo que es recomendable ir temprano.
Horario
Abre todos los días del año, de 11.30 am a 10 pm (este es el horario oficial, nosotros salimos de cenar un viernes alrededor de las 10:30 pm y la cola de espera era muchísimo más larga que cuando entramos)
Dirección:
7 rue du Fauboug Montmartre ( Metro Grands Boulevards)
En la otra orilla del Sena, en la rive gauche, se encuentra el Polidor, anterior al Bouillon Chartier, ya que abrió sus puertas en 1845. En una estrecha calle que parte del boulevard Saint Germain hacia el Parque de Luxemburgo, entre l'Odéon y la Sorbona está ubicada la Crèmerie-Restaurant Polidor. Como reza en su fachada, todavía guarda esta denominación con origen en la segunda mitad del s. XIX, ya que en sus inicios vendía leche, huevos y quesos, para acabar convirtiéndose en un pequeño restaurante.
Pequeño, como la mayoría de los restaurantes parisinos, donde, como ocurría en el Bouillon Chartier, también se comparte mesa, algo de lo más habitual en París.
Local de ambiente parisino, con una decoración de época que parece no haber sufrido ninguna remodelación, y al que, en la actualidad, acuden en su mayoría turistas a disfrutar de una aceptable cocina francesa en un ambiente muy de la capital gala.
En otros tiempo fue frecuentado por artistas e intelectuales de la talla de Hemingway, Rimbaud, Verlain, Victor Hugo o Cortazar, quien escogió el restaurante Polidor, escenario como punto de partida de su novela 62/Modelo para armar.
Años más tarde, Woody Allen también eligiría el Polidor para alguna de las escenas de su película Midnight in Paris.
La carta es amplia, platos típicos de la gastronomía francesa, algo más copiosos que los del Bouillon Chartier, aunque también algo más caros, aunque aceptable para lo que es comer en París. Además, todos los días ofrecen un plato especial de la cocina tradicional francesa.
Como curiosidad, y también como aviso, en el centro de la sala cuelga un cartel que indica que llevan más de 150 años sin aceptar tarjetas de crédito como medio de pago, por lo que se justifica que sigan sin aceptarlas.
Otro detalle a tener en cuenta son las toilets, o mejor dicho la toilet, por que sólo hay una. Aunque en alguna reseña de las redes sociales invita a “no te lo pierdas”, mi consejo es todo lo contrario, “piérdetelo, si es posible”.
Si la decoración de la sala no ha sufrido remodelación alguna desde su apertura, cosa que le da encanto al sitio, la toilet ha corrido la misma suerte, y me sorprende, como en pleno s. XXI, a un local que ofrece comidas, no se le exige algo más en este aspecto, ya que mientras la sala te sumerge en el París más auténtico, el baño te transporta a un humilde restaurante de un país tercermundista. Curiosidades que a veces te encuentras en Francia.
Horario
Abre todos los días del año, de 12h a 14:30h y de 19h a 0:30h (salvo los domingos que cierra a las 23h)
Dirección:
741, Rue Monsieur Le Prince ( Metro: Cluny – La Sorbonne - Odéon )
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Para finalizar os dejo con una cita de Julio Cortázar que define, y de qué manera, a esta maravillosa ciudad:“… Uno cree conocer París, pero no hay tal; hay rincones, calles que uno podría explorar el día entero, y más aún de noche. Es una ciudad fascinante; no es la única… Pero París es como un corazón que late todo el tiempo; no es el lugar donde vivo; es otra cosa. Estoy instalado en este lugar donde existe una especie de ósmosis, un contacto vivo biológico. Yo digo que París es una mujer; y es un poco la mujer de mi vida…”
Bon Appétit, Bon Voyage!