Revista Cultura y Ocio
"El día que cumpla ochenta años, quiero matar un novillo". Esas palabras se las dijo mi abuelo, con setenta y nueve años, a dos de sus hijos, mis tíos José Ignacio y Rodrigo. Enseguida, añadía que "es que sin eso, no se puede vivir". ¿Sin "eso"? ¿Qué es "eso"? Pues yo se los voy a decir: es el sentimiento de la sangre bullendo en la vena misma, es la pasión con todas sus letras y el más puro y entregado goce de vivir haciendo lo que uno más ama y rodeado de las personas que a uno más le importan. Es, en fin, lo que lleva a una persona de setenta y nueve años a decir que, por su cumpleaños, quiere matar un novillo en el ruedo.Mi abuelo nunca vería en la arena ese novillo, sin embargo. Hace apenas unos días, en la noche del domingo, sus ojos se cerraron por última vez -como dicen las canciones- estando él en su casa, lejos del ruido de la ciudad, al lado de mi abuela y rodeado de paz. Llevando sobre sí, de paso, la memoria de setenta y nueve largos años en los que se dedicó, ante todo, a disfrutar de la vida con sencillez, tal y como le iba saliendo al frente, amando a la gente que lo rodeaba, enseñando siempre con el ejemplo y la palabra. Mi abuelo no fue sólo eso, sino también un amigo, un compinche, un padre, un ídolo, un modelo y una leyenda. Y no sólo para mí, ni para mis tíos, primos y allegados, sino para casi todas las personas que lo conocieron, desde sus amigos de toda la vida hasta algunos que apenas si charlaron con él por unas pocas horas en una o dos ocasiones. Tenía ese don, el de hacerse querer enseguida, el de calar en el cariño de las personas como el vino en una esponja: muy rápidamente, y dejando un calorcito en lo más íntimo. Sus hijos, nietos y hermanos hemos sido, por ende, muchísimos, aunque lleven apellidos tan distintos del "Bullard" que nos legó como pueden serlo "Aramburú", "Simpson", "Del Campo" o "Goicochea". Sólo esto es, para muchos, más que suficiente.Pero mi abuelo tenía esa sed vital que lo empujaba a rebosar con creces eso, contagiando así sus aficiones a quienes lo rodeaban. Fue, en todos los sentidos, una figura. A los doce años, ya decía que quería llegar a torero, y aunque juró que colgaba los trastos hace cosa de un par de años, no han pasado ni dos semanas desde la última vez que lidió una vaquilla. Cuando era joven, fue "crooner" de una banda de mambo, y como era muy fanático de José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas, y tenía oído suficiente como para hacer suya una guitarra, compuso y escribió algunas rancheras, uno que otro bolero, temas que hoy son, para casi todos los que lo conocimos, un himno. Fanático de los "cowboys" y de los westerns, era un jinete de primera línea, y alguna vez me lo topé por Lurín, de pura casualidad, mientras él cabalgaba con sus amigos (sin ir más lejos, y como para que se hagan una idea, hoy asistió a su entierro Hispano, su caballo predilecto, con el que más correrías ha vivido en los últimos años). Y, claro está, y porque no hay que dejar las virtudes en entredicho, hay que recordar que nunca se negó sus buenos tragos, y más de una vez hemos recibido juntos a la aurora, compartiendo un whiskey (que era nuestra común debilidad) y muchas, pero muchas, charlas, de las que he aprendido muchísimo más de lo que podrían enseñarme todas las bibliotecas del mundo. Podría contar montones de anécdotas, llenar este texto de palabras y palabras que, al final, igual se quedarían cortas. José Alfredo Bullard fue un hombre que lo rebasó, literalmente, todo, y he aprendido demasiado de él como para confiar sus enseñanzas a los pobres diccionarios. Pero, en vistas al contexto, sí me gustaría sacar a relucir una de las cosas que aprendí de él, y esto es a gozar de la vida con sencillez, a agradecer siempre lo bueno, a resistir lo malo y a encarar a la muerte como lo que es: uno de los tantos gajes que trae consigo este oficio de vivir. Y con dos cojones. Ahora, sólo queda dejar su voz para que suene entre nosotros, entonando el Himno de la ATA (Asociación de Toreros Aficionados, de la que él mismo fue miembro fundador) y levantar, muy alta, una copa, con un "Olé" bien claro y muy alto vibrando tanto en la boca como en el pecho. Salud.