
Cine. Porno. Gay. Sólo son tres palabras, pero fijo que más de uno se lo piensa antes de hacer click. Bien pensado, y tal y como anda la cosa esta del internet, no habría que descartar la posibilidad de que por el contrario, esto se convierta en un auténtico imán para las visitas. No en vano, el término “gloryhole” sigue siendo una de las búsquedas a través de las cuales más gente ha llegado a estas páginas, lo cual dice muy poco en favor de este que las escribe, y mucho, y muy significativo, respecto al vicio que tenéis algunos… en fin ¿por dónde iba?…ah, sí: cine porno gay. Aclararemos esto desde el principio, y así no hacemos perder el tiempo al amable visitante que lo buscaba era darse una alegría al cuerpo: esto es The Songs We Love, un blog sobre canciones mucho mejores que los textos que a ellas se dedican, y vamos a hablar de una de esas canciones sin enseñar culos ni rabos. Si acaso, algún bigote.
El bigotazo (no se le puede llamar de otra manera, pero qué envidia me da lo bien que le quedaba al tío) en cuestión era el que lucía Patrick Cowley, un artista mucho más importante de lo que a primera vista pudiera parecer. Para los no entendidos (aclaro: me estoy refiriendo sólo a la cuestión musical), estamos hablando del firmante de algunos de los temas más importantes del llamado hi-nrg, una modalidad efectivamente más energética (generalmente, el tempo estaba entre 130 y 140 BPM) de la música disco, que durante los últimos 70 y primeros 80 arrasó – y no sólamente allí- en las discotecas de público eminentemente homosexual. Su asociación con Sylvester fue una de las más fructíferas de la historia de la música de baile -probablemente no hay nadie leyendo estas líneas que no haya escuchado alguna vez el celebérrimo”You Make Me Feel (Mighty Real)“, o la futurista remezcla que hizo para el “I Feel Love” de Donna Summer y Giorgio Moroder- mientras que sus trabajos en solitario (de títulos tan rotundos como “Megatron Man” o “Menergy“) quizás son tan sólo recordados hoy en día por los más fieles de aquel sonido. En fin, el caso es que lo de la entrada de hoy es algo aún más oscuro, y si se quiere, también más sórdido: en 1982, el joven Patrick Cowley llega a un acuerdo con Fox Studio, una productora de San Francisco orientada hacia la realización de porno gay, para poner fondo sonoro a películas que habían sido rodadas en 16 mm y sin micrófono. Lo habitual era que luego, sobre la mesa de montaje, se añadieran a las escenas toda suerte de gemidos falsos y jadeos enlatados, pero el caso es que John Coletti, propietario de Fox Studio, decidió seguir en aquella ocasión la recomendación de Sylvester y dar una oportunidad a la música de Cowley: bien por él.
Atendiendo a la duración de los temas (en algunos casos, por encima de los 10 minutos), alguno tal vez podría pensar que la misma venía dada por la necesidad de dar el correspondiente acompañamiento a las escenas, y sin embargo, la escucha deja una sensación de extrañeza. Los oscurísmos temas oscilan entre el electro-funk, algo muy parecido al minimal techno (aún no se había inventado la etiqueta, claro), el ambient y el sonido industrial: quizá si repetitivos y monocordes, conforme al uso que se daría de ellas, pero desde luego no el sonido insustancial arrancado a sintetizadores baratos que cabría esperar de una banda sonora de esas características. La explicación es muy sencilla: en lugar de componer nuevas piezas, Cowley decide tirar de archivo y presenta una colección de composiciones instrumentales que, bajo la influencia de gente como Tomita, Wendy Carlos (no os riáis, hatajo de ignorantes: es el que firmó el score de Tron) o Giorgio Moroder, había grabado en sus años de estudiante. Ahí viene lo alucinante de la cuestión: pensar que estos temas -utilizados finalmente en las películas School Daze y Muscle Up- fueron registrados entre 1971 y 1983, da una idea muy precisa de lo avanzadísimo que fue su compositor, anticipándose a sonidos que no llegarían a consolidarse hasta pasados unos cuantos años. Así, en “Mockinbird Dream” o “Nightcrawler” se deja seducir por patrones rítmicos que aún mantienen unas ciertas capacidades lúbricas, mientras que “Pagan Rhyhtms” es una pieza de ruido industrial, de esas que (hablo sólo de mi entorno) gente como mi hermano D. o yo gustamos de repetir una y otra vez. Los nueve minutos de “Tides Of Man” son buena muestra del modo en que Cowley iba por delante, aunque como ya digo es más que probable que su hipnotizante secuencia, apenas punteada por los sonidos salidos de los sintetizadores analógicos, no sea manjar para todos los paladares: dejad que alcance los cuatro minutos, y alguno más se pasa seguro a la fila de los conversos.
Y vamos, por fin, con “School Daze“. El tema presta su título a la recopilación de Dark Entries Records (cada vez me interesa más lo que saca este sello, creo recordar que ya lo comenté a propósito de Trek With Quintronic), y no es por nada: se trata de una estupenda joya de proto-electrónica, que más que a cuerpos sudorosos enlazados en gimnástica ejecución (el resultado de superponer imagen y música tenía que ser una cosa bien rara, la verdad), a lo que retrotrae es a los avanzadísimos experimentos de pioneros como Jean-Jacques Perrey o Pierre Henry. Una maravilla que clama por el reconocimiento de la audacia de su malogrado creador: el pobre Patrick Cowley fallecía en noviembre de ese mismo 1982, sin poder disfrutar del éxito de sus últimas producciones (“Do You Wanna Funk” de Sylvester, o “Right On Target“ de Paul Parker), víctima de un SIDA que por entonces empezaba a cobrarse el peaje de todos aquellos años salvajes.
Publicado en: Canciones EscondidasEtiquetado: Bandas Sonoras, Dark Entries, Electro-funk, Patrick Cowley, School DazeEnlace permanenteDeja un comentario