Revista Arte
“Hemos de dar soluciones nuevas a nuevos problemas” dijo en 1962 el pensador Ignatius J. Reilly, un estadounidense que vivió gran parte de su existencia en la ciudad de Nueva Orleáns, moldeó su filosofía a partir de las obras del pensador medieval Boecio y fue pupilo de John Kennedy Toole. La lógica es uno de los pilares de la tradición filosófica recogida por J. Reilly y sus ideas pueden ser de gran provecho para las naciones al sur del sur de los Estados Unidos.
Ante la coyuntura crucial que vive Colombia por la instalación de siete bases militares estadounidenses en su territorio y el predominio de un modelo guerrerista y dictatorial de gobierno, una de las propuestas de ingenieria social de J. Reilly destaca por su singularidad. Es importante señalar que J. Reilly fue un gran observador de multitudes, trabajó en fábricas donde trató de concienciar a los obreros sobre sus condiciones de vida y por un tiempo manejó un carrito de perros calientes que le permitió recorrer las calles de su ciudad y conocer todo tipo de personajes, entre ellos a los habitantes del Barrio Francés. Es gracias a un encuentro con un homosexual bohemio, llamado Dorian Green, que J. Reilly tuvo una revelación: “Mi inteligencia, indomable y exuberante como siempre, me susurró un plan tan majestuoso y audaz que me estremecí ante la idea misma de lo que estaba oyendo. “¡Alto!”, grité implorante a mi divina inteligencia. “¡Esto es locura!” Pero aun así, escuche el consejo de mi cerebro. Se me ofrecía la oportunidad de Salvar al Mundo a Través de la Degeneración. Allí, en las piedras gastadas del Barrio Francés, solicité la ayuda de aquella marchita flor de ser humano, pidiéndole que reuniese a sus compañeros de fatuidad bajo la bandera de la fraternidad.”
El plan que J. Reilly expuso en sus escritos consistía en reunir a Green y a todos sus amigos “sodomitas” para infiltrar el ejercito y las altas esferas del gobierno: “Nuestro primer paso será elegir a uno de ellos para un cargo muy elevado: la Presidencia, si Fortuna nos es propicia. Luego habrán de infiltrarse entre los militares. Como soldados estarán todos tan continuamente consagrados a confraternizar entre sí, confeccionándose los uniformes de modo que ajusten como tripas de salchicha, inventando trajes de combate nuevos y variados, dando fiestas y cócteles, etc., que no tendrán nunca tiempo de combatir.”
Sobre la capacidad del dirigente del ejercito o del país —coyuntura que nos atañe— J. Reilly dice: “El que al final hagamos Jefe del Estado Mayor, deberá ocuparse sólo de su elegante guardarropa, un guardarropa que le permitirá ser, alternativamente, Jefe del Estado Mayor o jovencita en el día de sus puesta de largo, según sus antojos.”
La propuesta de J. Reilly no se circunscribe a la esfera nacional, es expansionista: “Al ver los éxitos que obtienen aquí sus camaradas uniformados, los pervertidos del resto del mundo también se agruparán para controlar los estamentos militares de sus respectivos países. En aquellos países reaccionarios en que los invertidos puedan tener problemas para hacerse con el control, les enviaremos ayuda, les enviaremos rebeldes que les ayuden a derribar sus gobiernos. Cuando hayamos derribado al fin a todos los gobiernos existentes, el mundo no tendrá ya guerras sino orgías globales realizadas con todo protocolo y con un espíritu verdaderamente internacional, pues estas gentes superan las simple diferencias nacionales. Su inteligencia solo tiene un objetivo; están verdaderamente unidos. Piensan como uno solo… La degeneración, más que indicar la decadencia de una sociedad, como en otros tiempos, indicará ahora paz para un mundo atribulado.”
Colombia es un laboratorio ideal para cocretar las ideas de J. Reilly, las características de su guerra y sus ramificaciones internacionales lo ameritan con inusitada actualidad. Las bases norteamericanas serán parte primordial: es fundamental que los marines que vengan al país sean todos homosexuales declarados, así los militares norteamericanos “sodomitas” contaminaran de alegría a los soldados colombianos, algunos saldrán del clóset, otros expulsaran a los guerreristas de sus filas para enlistar más gays; la guerrilla y los paramilitares también serán infiltrados y sucumbirán al mismo destino, ergo el ejercito venezolano cambiará su razón de ser y a su vez contagiará al ejercitó libio e iraní que extenderá este llamado al mundo árabe, de ahí pasará a Pakistán y Afganistán, el ejercito ruso y norteamericano serán poseídos por este espíritu, no habrá nada que detenga este movimiento “en pro de oportunidades, justicia e igualdad para todos”.
Los militares del mundo se encargaran de mantener la paz, será un ejercito colorido y festivo, se verá una carrera ya no armamentista sino de jovialidad, cualquier “tipo de pleitos o disputas podrían resolverse en el salón de caballeros de unas Naciones Unidas redecoradas. Por todas partes florecerán ballets y comedias musicales a lo Broadway, y entretenimientos de este género, que probablemente hagan mucho más feliz a la gente común que las proclamas lúgubres, agresivas y fascistas de sus anteriores dirigentes… Casi todos han tenido la oportunidad de regir el mundo. No veo por qué ellos no han de tener también la suya. Es evidente que han sido mucho tiempo las víctimas…” concluye J. Reilly.
Es evidente que la audaz propuesta de J. Reilly encuentre una resistencia inicial pues, en palabras de Jonathan Swift, “cuando aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.”