Llego al aeropuerto de Sydney después de dormir en el aeropuerto de Brisbane. Aunque dormir es mucho decir porque en realidad el vuelo era a las 6 de la mañana, la facturación empezaba a las 4 y el poco rato que me quedaba para dormir lo he pasado hablando con un chico alemán que trabaja en China. El transbordo entre terminales es de pago pero por suerte he llegado a la terminal de vuelos domésticos, desde ahí puedo caminar un par de kilómetros que separan las estaciones de tren del aeropuerto y el pueblo. Parece un poco absurdo, ¿quién quiere caminar a la siguiente parada de tren cuando tienes una al lado? Sólo por coger el tren en el aeropuerto tienes que pagar una tasa de 12$ que te puedes ahorrar haciendo ese caminito bastante agradable con la buena temperatura de Sydney que no pasa de los 22ºC. Me gusta caminar y me cruzo con varias azafatas de vuelos haciendo lo mismo. Entre una cosa y otra he llegado cansadísima al albergue y apenas rozo mi cama cuando me quedo dormida, por la noche consigo recuperar fuerzas para salir a comprar, cenar y volverme a quedar dormida. Un día productivo.
Al día siguiente me cambio de alojamiento y me voy a un sitio más céntrico, Wynyard. Vuelvo a caminar hasta el sitio y todas las calles me suenan porque tienen su homónimo en Inglaterra, veo a la reina Victoria mirándome desde un pedestal. Tengo el tiempo justo de dejar la mochila en el hotel e ir a buscar a mi amiga Marta a la estación de tren. Después de tantos meses de gente desconocida en una semana voy a coincidir con Marta, una amiga que me acompañará está última semana en Australia y tres más en Nueva Zelanda, Elena una compañera de instituto que casualmente se mudó a Sydney hace un año y dos amigos de Londres que vienen de vacaciones. Marta me trae mantecados de chocolate, limón y otras cosas que había pedido, su llegada cambia un poco la dinámica de mi viaje. En una primera exploración del barrio descubro un local donde venden té con burbujas. Una bebida a la que me he aficionado en el Sudeste asiático y voy a echar de menos. Consiste en té con leche, hielo y bolas gelatinosas de tapioca. Marta se muere de asco al probar el té que a mí me encanta.
El primer día llegamos al observatorio pero no entramos, paseamos por el puerto en busca de lo más icónico de Sydney: La Ópera, patrimonio de la humanidad por la UNESCO, y el puente del puerto. Paseamos por la zona de The Rocks donde vemos barcos gigantes, un Koala y nos decepcionamos un poco al darnos cuenta que La Ópera de Sydney, 1973, está hecha de alicatado blanco y crema y no totalmente blanco y liso como pensábamos. En la ciudad no hay rastro de los entre 4000 y 8000 nativos que vivían en la zona antes que los colonos británicos llegaran cuyo primer contacto fue el 29 de Abril de 1770 por James Cook. Aunque no se asentaron hasta el 26 de Enero de 1788 cuando enviaron 11 barcos con 850 convictos que entre 1788 y 1792 llegaron a ser 4300 castigados a realizar trabajos de transporte, construcción y mantenimiento.
Los siguientes días recorremos jardines, la casa del gobernador, la biblioteca, vamos al cine y hasta nos vamos a la playa de Mainly donde comemos pescado fresco y rebozado. ¿Sabíais que los polvorones al sol se derriten? No es la típica playa de Sydney, Bondy, pero nos la han recomendado y vamos a pasar el día. Al igual que en Perth la gente se baña en un estrecho trozo de playa limitado por las banderas amarillas y rojas, nosotras caminamos un poco más lejos del centro, pasamos la zona súper concurrida, pasamos una pequeña piscina construida al lado del mar y encontramos un pequeño trozo de playa donde asentarnos. El agua está muy sucia y apenas se ven peces pero nos damos un chapuzón rápido para refrescarnos. De vuelta vemos varios surferos esperando para coger una ola, nosotras esperamos, esperamos, esperamos y esperamos pero nadie coge una ola que valga la pena. Me parece todavía más aburrido que ver jugar a fútbol. Antes de volver compramos una bandeja cada una con pescado fresco rebozado, patatas, gambas, calamares y un palito de cangrejo, no nos la conseguimos acabar.
Más que ninguna otra ciudad la arquitectura de Sydney es una mezcla de Londres y Estados Unidos con edificios de hasta 219m (Aurora Place) y una torre que se ve desde casi cualquier sitio con 309 metros y un cartel gigante de Westfield que me hace sentir de vuelta en Londres. Como en Inglaterra la Reina Victoria aparece cada poco rato incluyendo en el nombre del estado de Victoria. No hay que olvidar que Australia pertenece a uno de los 16 reinos de la Commonwealth actualmente reinados por Elisabeth II entre los que se incluye Canadá, Nueva Zelanda, Jamaica etc. Pero también aparecen nombres conocidos como Hyde Park, Oxford Street… Después de un paseo por el parque y siguiendo una recomendación que había leído en Internet acabamos en la biblioteca estatal donde la sala Mitchell, y el wifi gratis, bien valen la visita. Es la biblioteca más antigua de Australia, 1827, y como todas las bibliotecas está llena de mesas y libros. La sala Mitchell, 1880, funciona como una biblioteca independiente, tiene tres niveles de estanterías llenos de libros, una zona restringida con detectores y para encontrar un libro te tienes que dirigir a las bibliotecarias o aventurarte a los armarios clasificadores con cajones y fichas todavía escritas a mano. Las vidrieras, las mesas de madera y el olor a libro te transportan momentáneamente al siglo pasado, hasta que te suena la vibración del móvil. En las otras salas hay recursos informáticos más modernos como ordenadores y registros informáticos, hasta una exposición.
Una tarde aprovechamos para ir al acuario donde estamos dos horas pero podríamos habernos quedado otras dos. Vemos un ornitorrinco que nada como un loco de punta a punta de la piscina, tortugas de cuello muy largo, medusas, caracoles de mar, peces tropicales, yo me emociono con los Dugongs (unos bichos muy parecidos a los manatíes pero más pequeños), hay tres túneles por donde los tiburones de diferentes formas y tamaño, peces gigantes y demás variedades nadan sobre nuestras cabezas y a veces nos muestran los dientes. Acabamos la visita haciendo mil fotos a los peces sierra.
De vuelta al hotel nos paramos en la bahía para hacer fotos de Luna Park escuchamos fuegos artificiales y vemos como algunos sobresalen por encima del edificio de la Opera. Intentamos sacar algunas fotos pero pocas salen decentes. Parecen ser ensayos para el 26 de enero, el día Nacional de Australia un día que celebran tanto como Navidad o fin de año.
Viéndolo desde el otro lado de la bahía e iluminado en la oscuridad me quedo con ganas de ir al Luna Park así que al día siguiente después de quedar con una amiga del instituto que no veía desde hace 13 años, le pregunto cómo se cruza el puente y me voy directa a ver que me ofrece. La boca de una luna sonriente de 9 metros espera que me meta en su interior para transportarme al pasado. Eso sí, con Wifi gratis. Se abrió en el 1935 y como muchos parques de atracciones tiene sus propias historias. Durante la segunda guerra mundial experimentó un auge de visitantes no por la cantidad de niños sino porque los soldados llevaban allí a las chicas. En 1979 se incendió el tren fantasma donde murieron 6 niños y un adulto aunque nunca se han podido descubrir las causas del incendio. Ha pasado por altibajos económicos, quejas por el ruido y cierres por falta de presupuesto hasta que en el 2004 se reabrió. Pero en el 2007 un empleado tuvo que ser ingresado en cuidados intensivos después de golpearse la cabeza con una de las atracciones. ¿Será un parque maldito?
El penúltimo día nos encontramos con los amigos de Londres y volvemos a visitar el edificio de la Opera, algún bar por la noche y finalmente el lunes decimos adiós a los canguros, koalas, sombreros de Cocodrilo Dundee, botas de marca UGG y los boomerangs. Nos vamos un poco más lejos, a las antípodas de España, a Nueva Zelanda!