Revista Deportes

Todo lo que sube, baja

Por Antoniodiaz
Todo lo que sube, bajaLa sombra del Cid. CABRERA
Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. Novena de feria. Casi lleno. Toros de Alcurrucén, un sobrero, primero bis, de El Torreón, para Uceda Leal, El Cid y Miguel Tendero.
Los animales pertenecientes a los Hermanos Lozano, latifundistas del campo bravo, con cerca de 1700 vacas de vientre, con sus respectivas subvenciones, han sido propicios para el triunfo de los toreros. Lo cual, no quiere decir que hayan sido buenos, pues ya se sabe que hoy, con un cuarto de toro, en Madrid, la gente se hace la ropa jirones. De estos cuartos de toro, han salido tres, que con otra lidia y otra manera de meterles mano, hubieran sido orejeros. Mal presentados, escurridos de carnes, culos de pollo, disimulados por las perchas astifinas. Cabe recordar al aficionado, o al que va a la plaza, el concepto del desusado término del trapío: arrogancia, planta, fortaleza, tipo, finura, excelentes formas. Las guadañas del toro, son de vital importancia para darle seriedad al grave asunto, pero no dejan de ser una parte más. El toro, para que sea Toro, debe ser serio en su globalidad.
Ignacio Uceda Leal se ha propuesto flagelarnos con su toreo en esta feria. No se puede torear con menos ángel: la muleta puesta, el toro pasa, pierdo dos pasos; la muleta puesta, el toro pasa, pierdo dos pasos; y así, hasta la eternidad del aviso. No se dió coba con el inválido del Torreón y con el otro anduvo como alma sin pena, indolente y apático durante la lidia, su concurso en la feria ha dejado mucho que desear.
Hace un porrón de años, Isaac Newton, tras muchas observaciones, planteó una ley física la cual venía a decir que `todo lo que sube, baja´. El Cid está dispuesto a corroborarla con sus dudas, sus respingos en la cara del toro y su ceguera. Manuel Jesus, como Urdiales ayer, es torero que no sabe mentir, se le nota a la legua cuando está apurado o cuando no es capaz de poderle a toros con los que hace un par de años hubiera puesto la plaza boca abajo. En el segundo, con toda la plaza a favor, estuvo más aseadito, aunque se le escapó sin torear por el pitón derecho. En el quinto, que no era bravo pero si rabioso, no terminó de apostar, siendo incapaz de dejarle la muleta planchá en la cara como tantas veces lo hemos visto, en cada briosa embestida que le regala el lozano se le iba esfumando la posibilidad, tan deseada como improbable, de la Resurrección. Como quién más te quiere te hará llorar, el público, de forma excesiva, terminó ovacionando al toro en el arrastre y pitando al saltereño.
El sexto, que tampoco terminó de ser redondo, también se le fue sin torear al mozalbete manchego que ya va camino de ser otra eterna figura. Hay que reconocerle a Tendero, por lo menos, las ganas y disposición, pero eso no es suficiente para medirse al toro moderno, tan falto de ingredientes que muchos los tiene que poner el torero. Y ahí es donde le viene el problema: ni conoce terrenos, el encaste, por lo visto, tampoco lo ha estudiado mucho, los vericuetos de la lidia son todo secretos para él, y por si fuera poco, ni es artista ni quiere meterse en el barro con los luchadores. Está en el limbo de los toreros: donde transitan los que no tienen arte, tampoco cojones suficientes; los que de vez en cuando tocan el cielo y los que hacen los paseíllos en los infiernos de Ceret, Cenicientos o Vic Fezensac. En este sitio, que puede ser cualquier pueblo de Guadalajara, Granada o Badajoz, el alcurrucén, el palmosillo, los dehesillos y todas esas porquerías te valen para hacerte rico, eso sí, a condición de cerrarte las puertas del cielo para siempre y las del infierno hasta que te veas en las últimas.

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