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Tony Soprano: o, por lo menos, querible...

Publicado el 17 marzo 2011 por Manuelmarquez
* Esta entrada fue publicada en mi antiguo blog, bajo la etiqueta "Medios", el 31 de enero de 2006.-
Aunque no se trata de un fenómeno nuevo –ya había un número considerable de ellas editadas en soporte videográfico-, ha sido el DVD el que ha provocado una auténtica eclosión de ediciones de series televisivas, hasta el punto de que se hace inimaginable a día de hoy que una serie de televisión medianemente exitosa no sea lanzada al mercado, en un plazo de tiempo relativamente corto, para gozo y disfrute de aquellos televidentes que la hayan seguido en su emisión catódica.
Tony Soprano: o, por lo menos, querible...
Ante tal avalancha de ofertas, se hace preciso aplicar un criterio bastante selectivo, so pena de encontrarse, más pronto que tarde, en dos situaciones nada recomendables: primera, la de no encontrar ni un hueco en todas las estanterías de casa para poder encasquetar un simple cenicero; y segunda –y no por ello menos grave-, la de tener que escarbar en unos bolsillos esquilmados, al borde de la extenuación absoluta, para poder comprar una baguette integral con la que acompañar la pitanza diaria. Como ven, amigos lectores, situaciones ambas dos a las que nadie en sus cabales desea verse abocado, pero a las que no es nada complicado llegar –aunque no les hable por experiencia propia, los casos en mi entorno cercano son tan numerosos y horripilantes que darían para un artículo monográfico tremendamente jugoso-; se hace al respecto lo que buenamente se puede, y, hasta este momento, se ha conseguido, al menos, minimizar los daños, lo cual no es poco. De hecho, puedo presumir, con un puntito de vanidad, de que la única serie (concretamente, sus tres primeras temporadas) que ocupa un lugar en mi videoteca particular es ésa que ustedes pueden imaginar, a tenor del título que encabeza este artículo: sí, efectivamente, Los Soprano
Que mi fascinación por el universo bizarro y lunático en el que se desenvuelve esta caterva de indocumentados que pueblan el "territorio Soprano" no es algo exclusivo ni personalísimo, ya me consta sobradamente, no en balde estamos ante una de esas series que se suelen calificar como "de culto". Lo que me cuesta más trabajo entender es de dónde puede partir tal fascinación, si tengo en cuenta que el personaje de Tony Soprano, esa especie de Rey Sol alrededor del cual giran todos y cada uno de los personajes –tanto los de su esfera, digamos, "profesional", como los del ámbito familiar- que pululan por su peculiar mundillo –y un personaje con el cual su intérprete, el simpar James Gandolfini, ha alcanzado un grado tal de simbiosis que se me hace imposible, a estas alturas, verlo creíble en un registro diferente-, viene a resultar un compendio de todos aquellos atributos que, de concurrir en un ser real, una persona de carne y hueso, harían que la misma me resultara alguien absolutamente abominable.
Tony Soprano es un hombre que, en un plano consciente, carece de la más mínima capacidad reflexiva acerca de su moralidad: él asume, de manera estricta, los códigos heredados de la más rancia tradición mafiosa, y entiende que el mantenimiento de su estatus –no tanto frente a sus adversarios (externos) como frente a sus potenciales enemigos (internos)- depende, básicamente, de dos factores: su capacidad para llevar a cabo un ejercicio totalmente brutal –desproporcionado, siempre, y gratuito, llegado el caso- de la violencia física (no hay imperio sin una demostración permanente de poderío: el amedrentamiento como vía hacia el respeto; ¿les recuerda a ustedes, amigos lectores, a algún país actualmente presente militarmente en suelo iraquí?), y su convicción de que todo aquello que cualquier mortal entiende que no es susceptible de transacción económica –la dignidad, el honor, la integridad y cualesquiera otras menudencias por las que se preocupan las gentes pequeñas-, se puede comprar con dinero.
Tony Soprano es capaz de apalear –por sí o por persona interpuesta, tanto da- a todo aquel que no se pliega a sus exigencias –generalmente, relacionadas con sus pingües (e ilegales) negocios-; Tony Soprano es un diligente esposo que no ve incompatible tal condición con el mantenimiento de una amante (más o menos estable) e innumerables ligues ocasionales (aquellas que han de dar cumplimiento a esas fantasías sexuales a las que no está bonito que dé rienda suelta una casta y cristiana madre de familia, la ejemplar y sufrida Carmela); Tony Soprano asimila el amor a sus hijos con la concesión de cualquier capricho (en lo material) contrapesado con un férreo control de todo aquello que atañe a sus deseos o anhelos (en lo afectivo). En conclusión, Tony Soprano es, parece, una auténtica joya.
Pero, ¿qué es todo eso que Tony Soprano exhibe tan impúdica como brutalmente? Fachada, sólo la fachada tras la que se esconde un hombre vulnerable, un hombre que duda, un hombre que sufre. Ellos, esas personas que integran su mundo, no pueden verlo, porque él lo esconde; nosotros, sí: es la magia de la ficción televisiva. Por eso, porque sabemos que el oso no es el oso feroz, sino un grandullón y enorme osito de peluche, nos compadecemos de Tony Soprano. Por eso, porque sabemos que, aunque no sea blando, sí que puede que sea tierno, sentimos lástima por Tony Soprano. Y por eso, porque podemos reconocernos en su vulnerabilidad, en su debilidad, en su sufrimiento, nos identificamos con Tony Soprano. Eso, nada más (y nada menos) que eso, es lo que lo hace (como al elegido de la canción de Silvio Rodríguez) querible, ¿besable, amable...? Todo un tipo, mi Tony...
* APUNTE DEL DÍA: a día de hoy, las estanterías siguen estando atiborradas, y, entre ellas, luce, más bonita que ninguna,  la serie completa...* Antecedentes penales (El viejo glob de Manuel) X.-

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