Revista Cultura y Ocio

Torre de Juan Abad (Ciudad Real)

Por Yorga @javieramosantos

Un físico poco agraciado (feo, desaliñado, medio cojo y corto de vista) y su fama de juerguista, mujeriego y pendenciero no le eximieron de ser una de las figuras literarias más destacadas del Siglo de Oro español (XVII). La vida del literato Francisco de Quevedo está irremediablemente unida a la Torre de Juan Abad, localidad manchega en la que pasó más de siete años desterrado por tratar de recuperar el título nobiliario del señorío del concejo que su madre había adquirido con todos sus ahorros para él antes de fallecer. 22 pleitos mantuvo el autor de El Buscón con los vecinos del municipio, sin conocer la suerte.

La caída en desgracia del Duque de Osuna por la pérdida de Nápoles y Sicilia, territorios de los que era virrey (antes se había convertido en el protector de Quevedo en la corte y villa de Madrid), arrastró al literato, que fue desterrado a sus posesiones de La Torre de Juan Abad, de donde procedía su madre. Después, el escritor sufrió presidio en el monasterio de Uclés (Cuenca) y arresto domiciliario en Madrid. Murió finalmente en otra localidad con historia, también de la Mancha: Villanueva de los Infantes.

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Iglesia de San Andrés, en Villanueva de los Infantes, donde se conservan los restos de Quevedo.

Quevedo llegó a La Torre de Juan Abad en 1620, con apenas 40 años de edad. No tardó en marcharse de La Mancha con rumbo a Madrid cuando Felipe IV accedió al trono de España, para adentrarse en las intrigas palaciegas de la Corte de los Austria. En 1632 llegó incluso a ser secretario del rey. Después de unas cuantas peripecias en la capital acabó encerrado en la prisión de San Marcos de León y en 1643 renunció a la Corte para volver, maltrecho, a la Torre de Juan Abad. Durante su presidio, Quevedo compuso alguno de sus mejores poemas, y su pensamiento viró hacia un estoicismo inspirado en Séneca y que frenó por momentos su ambición política.

Antes del desembarco del insigne Quevedo (que también fue caballero de la Orden de Santiago), las primeras referencias históricas de la Torre de Juan Abad se remontan a la Edad Media, en concreto aparecen en las Crónicas de Alfonso VII de Castilla. Con posterioridad, los Reyes Católicos le concedieron privilegios a la villa por el envío de algunos soldados a la conquista de Granada. Y durante la Guerra Civil resultó ser uno de los pocos pueblos en los que no hubo ejecuciones.

Entre ermitas y castillos en pleno campo de Montiel emerge la silueta ortográfica de Torre de Juan Abad, un humilde pueblo con casas de paredes encaladas y otros atractivos de peso. El viajero, que tiene la oportunidad de pasar por el espectacular embalse de la Cabezuela, da casi, en la misma entrada del municipio, con su calle principal, que desemboca en la plaza del Parador. Aquí, una estatua desafiante del propio Quevedo le recibe con gallardía. El aroma de las vides u olivos cercanos llegan hasta la plaza del Ayuntamiento, donde los lugareños pasan las tardes bajo sus soportales.

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Retrato de Francisco de Quevedo.

Como no podía ser menos, La Torre de Juan Abad cuenta con una galería dedicado a su convecino más ilustre. En el Museo de la Fundación Quevedo y Casa de la Cultura el viajero podrá disfrutar de uno de los mayores fondos documentales sobre el más acérrimo rival literario de Góngora. En la casa que ahora sirve de espacio expositivo residió el propio Quevedo. Ahora permanecen aquí manuscritos, facsímiles o correspondencia que mantuvo con políticos y otros autores del barroco español.

Aparte del museo, conviene darse un paseo por el pueblo. De inspiración religiosa aparece en la calle del Calvario la iglesia de finales del siglo XV de Nuestra Señora de los Olmos, de estilo renacentista, que conserva dos bellos elementos: un retablo mayor de corte manierista, y un excelente órgano ibérico del siglo XVIII, de madera policromada y trompetería horizontal.

También merece la atención del viajero, sin duda, las llamativas Torres de Xoray, situadas en las afueras del pueblo, a las que Francisco de Quevedo dedicó uno de sus más conocidos poemas. Son unas peculiares fortalezas musulmanas que dominaban el valle del Alto Guadalén y el paso de Andalucía hacia La Mancha a través del estrecho de las torres, y que se encuentran en el margen izquierdo del arroyo de las Aliagas. En lo que queda de aquel castillo estuvo preso Hisham III, último califa de Córdoba.

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Ayuntamiento de la Torre de Juan Abad./Jesús Romero

También defensivo se alza, de camino al castillo de Montizón, la torre de la Higuera o torre de los Moros, un torreón de planta cuadrada y esquinas redondeadas (siglo XIII) Fue levantado por los cristianos en mampostería y sillarejo, y todavía sigue en pie. Una vez que el viajero llega al castillo, del que fuera comendador el poeta Jorge Manrique, puede disfrutar del entorno y aprovechar para acercarse a la cercana villa de Villamanrique, donde aún se conserva su casa, con un magnífico patio renacentista y algunas portadas del siglo XVIII.

Precisamente, el lugar predilecto de Jorge Manrique y su mujer se encuentra a escasos cuatro kilómetros de aquí. La ermita de Nuestra Señora de la Vega es de origen templario y se enclava en un valle salpicado de huertas y elevados chopos. Un paraje bucólico que invita a la reflexión y al placer de la lectura, cuanto menos. Tras esta serie de recomendaciones, el viajero se habrá hecho la idea de qué es lo que puede encontrar en uno de los lugares con más historia de Castilla La Mancha.

Dónde dormir: Hotel rural Coto de Quevedo; Paraje de las Tejeras Viejas; Torre de Juan Abad (Ciudad Real); teléfono: 926359200.

Dónde comer: El Frenazo; Calle de José Antonio Mayordomo, 2; Torre de Juan Abad (Ciudad Real); teléfono: 926383239.

Mapa Torre Juan Abad


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