Tercer avituallamiento, 13:24. km 49.
¡Por fin, agua! lo primero que hice nada más llegar al avituallamiento fue rellenar los dos bidones de 800 ml (uno de ellos con las pastillas de electrolitos aguardando en el fondo), de los que fui bebiendo a pequeños sorbos mientras contemplaba mi alrededor.
Parecían los restos de un campo de batalla: corredores estirando, bicicletas descansando en el suelo mientras sus jinetes suspiraban sentados sobre una pila de rocas, voluntarios refugiados del vendaval bajo capaas y capas de ropa, solo con las caras al aire...
Intenté no quedarme quieto, ya que empezaba a enfriarme y la niebla volvía a calarme en el cuerpo; me propuse enmendar el error del anterior avituallamiento y comer más en este (frutos secos y fruta), tomar un par de sorbos de caldo natural Aneto (¿que haríamos los corremontes sin él?).Parecía que no era el único, la subida había causado estragos en el físico y el ánimo de los atletas que allí nos encontrábamos, aunque yo tenía decidido cuando volver al camino.
Había parado a orinar poco antes de emprender la carrera final hacia la cima, siendo el resultado un líquido amarillo intenso y brillante, indicando que comenzaba a deshidratarme, por lo que hasta que no acabase un cuarto de bidón de agua con sales y otro tanto de el de agua, no volvería a reponer y retomar la marcha.
Alterné bocados de fruta y frutos secos, di pequeños paseos por la zona de avituallamiento y deposité en la papelera los restos del gel que había abierto al salir del anterior avituallamiento; en cosa de unos minutos estuve preparado, con renovados ánimos, y emprendí el descenso.
Me fue sencillo, pese al cansancio acumulado durante los primeros casi 50 kilómetros y especialmente en los últimos kilómetros de subida, poner un ritmo cercano a 6 minutos por kilómetro, no obstante, las pulsaciones eran bajas; demasiado bajas.
El GPS me avisaba cada vez que excedía 167 pulsaciones o bajaba de 142, para ayudarme a mantener un ritmo óptimo constante, y mientras que hasta el momento había sido muy sencillo mantenerme en esa franja (tan solo tenía que bajar un poco el ritmo, o cambiar carrera por trote en según que tramo), ahora ni acelerando conseguía evitar que me bajasen las pulsaciones.
Parece ser que mi salida de la zona de avituallamiento animó a algunos ciclistas, que cada pocos minutos bajaban zumbando, algunos avisado con una voz o derrapando un poco para hacerse notar, pero otros bajaban silenciosos como ninjas, y hasta que no los tenía encima no me daba cuenta.
Por culpa del pulsómetro (realmente la culpa fue mía, por ir tan pendiente a él), casi choco contra un ciclista, que ni se inmutó y siguió sin variar la trayectoria ni un ápice.
Me comenzaba a notar acalambrado por apretar el ritmo en la bajada y me agobiaba el GPS, así que lo bajé a 130 pulsaciones, y tras otros dos kilómetros, definitivamente, decidí eliminar la barrera inferior de pulsaciones.
Quizá por el efecto psicológico negativo del pulsómetro en los primeros kilómetros de bajada, por haber apretado en los primeros kilómetros o simplemente porque ya "tocaba", comencé a sentirme exhausto, vacío, y toda suerte de pensamientos negativos comenzaban a inundar mi mente.
Pese a tener la pendiente a favor no conseguía mantener el ritmo, e incluso comencé a andar.
Mi primer pensamiento tras recorrer los primeros 400 metros consecutivos andando en toda la carrera fue "a este paso (10 min/km) tardaría más de 10 horas en acabar la carrera... llevo casi 6 horas y ahora estamos en bajada, en cuanto llegue la subida..."
El mero hecho de pasar la segunda mitad de la carrera caminando, cuando llevaba una hora y cuarto de margen con respecto a mi tiempo de referencia en el kilómetro 50 me horrorizaba, e impulsado entre mi lucha interna contra ese sentimiento y la externa contra el frío, retomé la marcha.
Era un trote lento, "cochinero", pero al menos el ritmo bajó a 8 minutos el siguiente kilómetro, a 7 el siguiente...y una vez bajó de 7 volví a recuperar buenas sensaciones y dejé de mirar el GPS.
Fui recuperando el ánimo y el ritmo, aunque psicológicamente se hacía duro que no parasen de adelantarme ciclistas, a unas velocidades endiabladas.
Aun así no había ningún corredor a la vista, ni por delante ni por detrás...
En el kilómetro 60 comencé a escuchar pasos, y mi motivación se desvaneció; un corredor de mediana edad bajaba a grandes zancadas por el serpenteante descenso, justo cuando aprovechaba un breve repecho para beber y tomar sales caminando, y antes de superar el mismo, lo tenía a mi lado.
Sabía que no podría con su ritmo, así que tras saludarlo y seguirle durante unos 200 metros le deseé suerte y aproveché que había puesto un buen ritmo para continuar el descenso.
Estaba a punto de alcanzar el ecuador de la carrera, y al ritmo que llevaba llegaría al próximo punto de avituallamiento con 15 minutos de margen sobre mi tiempo de paso estimado, para mi sorpresa.
El rápido vistazo a la chuleta me sirvió de revulsivo contra los malos augurios, aumenté el ritmo y por primera vez en varios kilómetros, rompí a sudar.
Me tuve hasta que quitar los guantes, no me había dado cuenta, pero un poderoso sol se elevaba sobre nosotros, asolando el recientemente regado suelo, del que ya no quedaban prácticamente charcos.
Terminamos de descender al yermo y me encontré de frente con un vehículo de protección civil, desde el que me preguntaron si iba bien o necesitaba algo.
Les dije que fenomenal, y antes de darme tiempo a extenderme más me respondieron "de acuerdo, coge la rambla a la derecha y tras un poco de sube y baja llegarás al siguiente avituallamiento, suerte"
Agradecí las indicaciones y me adentré en la rambla, agradeciendo el cambio de tacto del terreno, del duro y compacto suelo de la pista al blandito lecho; ¡que gozada!
Volvía a estar muy animado, pero me notaba falto de fuelle, y no era por la acción de calambres, así que con cautela, decidí echar mano de mi segundo gel; cierre a la mochila, pequeño sorbo y pequeño sorbo de agua.
"Activé" nuevamente mi juego mental: cada 500 metros daría un sorbito pequeño al gel (esta vez de frutas del bosque, mi favorito), y si era capaz de bajar el ritmo medio de un kilómetro al siguiente, un sorbo largo.
Con esa motivación, la energía que poco a poco me fue aportando el gel y la distracción mental, pese a afrontar ahora tramos con pendiente en contra en lugar de a favor, me estaba moviendo más rápido que en los últimos tramos de bajada.
"¡Ahora sí!", pensé, y cuando me quise dar cuenta había llegado a una bifurcación de caminos donde me desviaron a la derecha; "izquierda corta derecha larga, avituallamiento a 500 metros".
¿Ya? ¡había ido tan concentrado con el juego del gel que ni si quiera me había dado cuenta de cuantos kilómetros llevaba!
Para mi sorpresa me encontré con el equipo de Santi, que justo dejaba el avituallamiento al llegar yo, y el corredor que me acababa de adelantar hacía menos de 30 minutos.
Llevaba los bidones casi a tope, pero aun así di un buen sorbo a ambos, eché una nueva pastilla de sales al derecho y, con la ayuda de la voluntaria, a la que el viento estaba desmontando el chiringuito, reposté.
Me comí varios pedazos de fruta, y mientras el otro corredor seguía repostando, yo avisé a Mayte de mi posición, tiempo y sensaciones y recuperé la marcha.
Un kilómetro después me alcanzó, y recorrimos juntos un par de kilómetros intercambiando sensaciones sobre la prueba.
Me di cuenta de que el agua rebotaba de un lado a otro de su camelbak, y comencé a contarle el "truco" que justo hacía un año Marcos, del Club Media Trail Mijas me contó en el HOLE, ponerla del revés nada más llenarla y succionar el aire sobrante.
Ya lo conocía, pero el pobre estaba tan exhausto que no tenía ánimo de perder tiempo en eso, así que ni se había molestado.
Tocaba emprender una leve subida, aunque no se veía todavía y el terreno jugaba a nuestro favor, pero como estaba viendo que nuevamente bajábamos el ritmo más de la cuenta (aunque las pulsaciones se mantenían bajas) le comenté a mi acompañante que si me encontraba con fuerzas mas adelante le vería, y que si no, tuviese mucha suerte.
Poco a poco nos fuimos distanciando, y cuando llegamos a la subida él ya se había perdido en la distancia.
El sol apretaba con fuerza, no había sombra alguna donde refugiarse y el terreno serpenteaba de un lado para el otro, trazando amplias curvas que en una carrera de asfalto hubiesen hecho las delicias de cualquier recortador; pero en un ultra no, y menos a esa altura, uno sencillamente seguía el centro del carril mientras avanzaba hacia el horizonte.
Las marcas de bicicleta en lo que horas antes habían sido charcos eran ahora surcos resecos... ¿cómo puede ser que hace unas horas lloviese e incluso hiciese frío con doble capa y ahora estuviese sudando más que cuando me movía un tercio más rápido?
Psicológicamente comencé a notar un nuevo bajón, pero dado a que me había ido tan bien la estrategia de los geles y a que en esta hora tocaba sólido (iba alternando), abrí una barrita de PowerBar (Banana Punch, de los sabores de esa marca mi favorito), y repetí el juego.
La aparición de un todoterreno del que se bajó un fotógrafo termino de animarme (postureo puro) y irrumpí de nuevo en una elegante marcha con amplias zancadas (si alguien conoce al fotógrafo, que le pase esta dirección, tiene que ser una fotaza).
Hasta después de dejarle atrás seguía escuchando el disparador, y llegó un momento en el que por distancia era imposible que siguiesen echándome fotos, pero no me quise girar para mantener el buen ritmo que me había autoimpuesto.
Vi a lo lejos un ambulancia desde la que vislumbraba a algunos corredores sentados en su interior, y unos voluntarios de Protección Civil resguardados del solano.
Me preguntaron si necesitaba agua, réflex o algo, pero negué con la mano (estaban muy lejos y tenía la garganta seca del cambio de ritmo) y me interné en el lecho de un arroyo seco con bastante vegetación.
Fue un tramo muy divertido, con saltos entre ramas, esquivando rocas y observando las múltiples posibilidades de avance que ofrecía el mismo, infestado de marcas de bicicleta ya secas que indicaban que horas atrás, el terreno estaba mucho más blandito.
Desde atrás comencé a escuchar pasos, y sin girarme, incluso encontré las fuerzas necesarias para apretar ligeramente el ritmo.
Se extendía campo a nuestra derecha e izquierda, ya fuera del arroyo, y el corredor, un hombre mayor (bastante, pero llevaba un ritmo buenísimo) se puso a mi lado.
Como había acelerado de más ahora tocaba parar un poco, beber, caminar y recuperar el ritmo, así que le dije que estaba bien y dejé que se escapase poco a poco.
No llegué a perderlo de vista, y me propuse volver a alcanzarlo antes de llegar al avituallamiento.
Cuando estaba a punto de darme por vencido, él también se paró, a beber, y me puse a su altura en un rápido cambio de ritmo; "ahora o nunca...".
Comenzamos a charlar sobre esa parte del circuito y la prueba en general, coincidiendo ambos en que menos mal que no habíamos llegado de noche a ese tramo, ya que era bastante accidentado y sin visibilidad cruzarlo no hubiese sido tan divertido...
Pasamos, yo doblado sobre mí mismo, bajo un túnel muy bajo, sobre el que discurría la nacional 340 y al salir nos mujeres nos animaron indicándonos que ya estábamos casi en el avituallamiento.
Kilómetro 80, ¡fenomenal! ya iba quedando menos...
Me relajé y cambié el trote por marcha, dejando que mi compañero se fuese adelantando; cuando llegué estaba sentado en una silla y se preparaba un bocadillo.
Para mi sorpresa (tenía grabado a fuego que la prueba era de 109 kilómetros) vi en un cartel que tenía 112, y uno de los voluntarios me comunicó que a algunos les había salido alrededor de 113.
Fue un poco difícil de sopesar a priori, pero decidí ampliar en 2 horas mi tiempo previsto de llegada a meta; llegaría bien entrada la noche y no quería que Mayte ni Marina estuviesen esperando porque si en Tabernas.
Les mandé un whatsapp indicándoles mi posición y ánimo ("apretando los dientes") y me dispuse a repostar.