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Un monstruo viene a verme

Publicado el 03 octubre 2016 por Pablito

Cuando terminé de leer “Un monstruo viene a verme” pensé que ahí había un inmejorable material para rodar una película sobre el poder de la fantasía y lo difícil que resulta reunir el valor para contar la verdad. Mi alegría fue mayúscula cuando me enteré que la celebrada novela de Patrick Ness había caído en manos de J. A. Bayona, director que ya demostró su exquisita sensibilidad tras la cámara en El orfanato (2007) y Lo imposible (2012), y que éste había decidido llevarla a la gran pantalla. Así nació la tercera película del director catalán y la primera inspirada en un libro, de título homónimo. Y lo cierto es que no pude tener mejores impresiones al salir del cine: me sentí reconfortado por haber visto plasmado en imágenes de forma meticulosamente fiel todo el poderoso universo visual, artístico y sentimental ideado por Ness -guionista de la película-, envuelto, como no podía ser de otra forma firmándolo quien lo firma, en una coraza técnica inmejorable y con un plantel de actores de primera fila -y grandes descubrimientos, como el pequeño pero no por ello menos superdotado Lewis MacDougall- dando vida a todos los personajes. 

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A través de la historia de un niño de 12 años que se ve obligado a recurrir a la fantasía y la imaginación para superar su dura situación personal -padres separados, madre enferma, abuela fría y rígida, maltrato escolar…- J. A. Bayona cierra su particular trilogía de películas sobre las relaciones

Un monstruo viene a verme
maternofiliales: su proyecto con más vocación internacional hasta la fecha, el más personal y el más rico en texto y subtextos. Sin embargo, no termina de ser una película perfecta por cierta arritmia narrativa en algunos de sus tramos o lo innecesariamente largos que resultan sus -por otro lado, bellísimos- relatos animados. Males menores, en todo caso, para una película de la que pocas cosas malas se pueden decir. Algunos, la minoría, la acusan de manipular las emociones de los espectadores -Bayona ya debe estar acostumbrado a este tipo de críticas, sobre todo tras ese espectáculo de alto voltaje emocional llamado Lo imposible– y otros van más allá y tachan su nuevo proyecto de pornografía sentimental. Ni caso. Quienes vean en la pulcra y bellísima estampa de un niño abrazando su madre enferma -bien enfocada, iluminada, dirigida, interpretada y ambientada musicalmente- el menor indicio de sensiblería o exceso de azúcar es que directamente no tiene sensibilidad.

Producción 100% española, es imposible hablar de la película sin mencionar la poderosa campaña de promoción por parte de Telecinco Cinema, que convirtieron a este proyecto de 25 millones € de presupuesto en todo un fenómeno social. Un ejemplo más que certifica que lo que verdaderamente necesita el cine español -una industria en la que, como en todas, hay buenas, malas y regulares películas- es promoción. Que la gente conozca las películas que se hacen. En este sentido Telecinco Cinema, claro referente en cuidar y mimar sus productos, hizo un trabajo impecable. Marketing aparte, mencionemos algunos de los centros de interés de este proyecto que tantas lágrimas ha hecho derramar en las salas de cine -especialmente por su poderoso tercer acto-: a la espléndida banda sonora de Fernando Velázquez -que sigue demostrando que su tándem con Bayona sigue más en forma que nunca-, se le suma la decidida importancia que el director le presta a la estilización de la imagen, ofreciendo un producto muy atractivo para la vista, con un montaje visual y sonoro de primera magnitud. También merece la pena destacar cómo el director sigue explorando, de forma muy pulcra y nada maniquea, algunos de sus temas de cabecera como la pérdida, la infancia, o la madurez temprana, a los que se les suma en esta ocasión otros más espinosos como el cáncer o el acoso escolar. Y, como no podía ser de otra forma, ahí está Geraldine Chaplin en ese cameo marca de la casa enriqueciendo el conjunto -y esa Sigourney Weaver demostrando que no hace falta hablar para ser una excelente actriz: basta la impagable secuencia del salón para comprobarlo-. 

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Un monstruo viene a verme gustará a todo tipo de público

Un monstruo viene a verme
porque habla de temas universales, temas que nos interesan a todos: la importancia del arte a la hora de sanar las heridas, el poder de la imaginación para superar nuestros miedos y fobias o la necesidad de creer en uno mismo, aun cuando nadie lo hace. La emoción está más que garantizada en esta película llena de magia y de fuerza confeccionada para conectar con el corazón de los espectadores que se atrevan a sentirla. Porque esta no es una película que se ve, se siente. Si el cine se mide por la capacidad de provocar emociones en el público, Un monstruo viene a verme es CINE en mayúsculas. 


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