Revista Cultura y Ocio
Benjamín Prado jura que, algunas noches, Ángel González olvida que está muerto, y que en esas ocasiones va y habla con él, y habla más de lo que solía cuando en vida. ¿Que eso es imposible? Pues, a decir verdad, cuando la poesía está de por medio, hay muchos imposibles que quedan para ocupar el lugar del silencio, en algún baúl al que van a parar las cosas que no existen. Compañía de madrugadas de insomnio y de una que otra tarde en que la melancolía insiste en hacerse un lugar en el pecho y por entre los bronquios, la obra poética de Ángel González merece un lugar muy especial en el canon de la poesía española. Se me dirá que no exagere, que es una summa con muchos altibajos... y pues claro: tiene altibajos, pero las cimas son tan altas que bastan para pasar la manga y borrar los pecadillos y los versos que pudieran sobrar aquí o allá. Y ya lo digo: que estamos hablando de un poeta muy en serio, muy de su oficio, y que promete más de un momento de inolvidable entrega al silencio del que, de alguna forma, suele estar preñada la poesía. Que este es un homenaje tardío, lo admito. Ángel González murió hace ya más de tres años, y nos hemos tardado mucho (demasiado, digo) en invocar su presencia por estos lares. Pero más vale tarde que nunca, dice el refrán, y no voy a negarme el gusto de traer a habitar por aquí algunos de sus maravillosos versos, esos que parecen llegar desde muy lejos, pero que en realidad dicen las cosas al oído, entre susurros. Tarde, sí, pero de todos modos alzo esa copa. Que no se diga que, aquí, dejamos que los olvidos se perdonen. Así que ya lo saben: yo me retiro, dejo las teclas en paz, y los dejo con el maestro, que a él sí que vale la pena leerlo.
A vecesEscribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:
"Lo digo y no me corro".
Pero él disimulaba.