Revista Cine

Una nueva amiga

Publicado el 08 junio 2015 por Pablito

En cine pocas cosas hay más fáciles que distinguir a un provocador del que pretende serlo. Por mucho que se esfuerce el segundo, el espectador no tardará en detectar sus trucos y ver como intenta vendernos originalidad cuando lo que nos está ofreciendo no es más que un chapucero intento por llamar la atención. El director provocador, en cambio, no tiene que hacer ningún esfuerzo por resultar brillante, genial, único, porque le viene de raza. Lo lleva grabado en su ADN. Esa falsa originalidad de la que presumen los que intentan dárselas de vanguardistas, suena a risa cuando se ponen al lado figuras como Almodóvar, Haneke o François Ozon, directores que destilan originalidad por un tubo como si no les costara lo más mínimo. Ozon se ha ganado a pulso figurar dentro de esta categoría desde su primera película, reafirmándose título tras título como un cineasta con ganas de incordiar, siempre conjugando la sutileza más extrema con un marcado carácter explícito. Con Una nueva amiga (2015), film que certifica que su cine sigue en un perfecto estado de forma, ha terminado de confirmar que sólo él podría convertir una película que en otras manos hubiera quedado burda y ridícula en un espectáculo fascinante.

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Con ecos del mejor Almodóvar -esos labios que abren la película, ese desnudo en la funeraria…-, la nueva película escrita y dirigida por el máximo responsable de En la casa (2012) o Joven y bonita (2013) trata sobre una mujer (Anäis Demoustier) que se dispone a cumplir la promesa que le hizo a su mejor amiga desde la infancia antes de morir: cuidar a su marido y a su bebé. Sin embargo, cuando llega a la casa de su amiga, se encuentra una sorpresa que cambiará su vida. Al igual que lo que ocurre con buena parte de la -intachable- filmografía de Ozon, no es fácil definir Una nueva amiga, una película transgénero por la que circula el drama, la comedia, el cine social e, incluso, el musical y la intriga. Una extraña conjunción que se mantiene siempre en alto y que logra tener al espectador atrapado de principio a fin. Algunos podrán tacharla de increíble y absurda, pero lo que no es en ningún caso Una nueva amiga es aburrida. Al revés: estamos ante un espectáculo tan adictivo que por momentos te cuesta despegar los ojos de la pantalla. Hay una constante que se repite en todo el cine de Ozon y que aquí se lleva a un nivel superior, y es ese aura hipnótica que recorre de punta a punta sus films, junto con la máxima de no tratar al público por imbécil, otra de las claves de su éxito.  

Fascinante criatura ésta que, aún sabiendo que algunas situaciones bordean o directamente traspasan el umbral de la credibilidad, consigue que nos la tomemos (muy) en serio. Que nos sintamos fascinamos ante una película que parece que no está contando nada pero que, al mismo tiempo, lo está contando todo: la integración, la libertad, la sexualidad… todo a partir de lo que empieza a construirse y a constituirse el ser humano está aquí. Y de qué manera. Desde esos primeros diez minutos que son todo un prodigio en cuanto a exposición y concisión narrativa -así como una excelente carta de presentación de los personajes-, la perfectamente pulida en todos y cada uno de sus apartados Una nueva amiga se gana la complicidad del público por ser honesta a decir basta y por mostrarse ajena al qué dirán, que es precisamente el principal mensaje  que se pretende transmitir, junto a la superación de la pérdida o la búsqueda de la identidad personal. 

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Las virtudes de esta película nominada a 2 César -mejor actor y mejor vestuario- y presentada a concurso en el Festival de San Sebastián, son de campeonato: la gran compenetración entre sus dos actores principales, la gran labor de ambos –especialmente de Romain Duris que, a pesar de sus marcados rasgos masculinos, consigue hacer creíble el rol femenino-, la especial atención que una vez más el director vuelve a prestar a una banda sonora estratégicamente seleccionada y la constante apelación del factor sorpresa de su narración. Pero es que hay más: la lágrima de Virginia en el espectáculo de cabaret y un plano final -después de una de las más acertadas elipsis del cine reciente- que constituye uno de los cantos a la integración, respeto y reivindicación familiar más potentes que ha parido el cine en el último siglo. Pocas veces a través de los fotogramas se ha gritado con tanta fuerza y tanta sutilidad a la vez que la moral no es patrimonio de nadie. 


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