Revista Cine
Ganador, con toda justicia, del Ariel 2011 a Mejor Documental, La Historia en la Mirada (México, 2010), del veterano especialista egresado del CCC José Ramón Mikelajáuregui inicia con una mágica toma de dos minutos de duración. La cámara, colocada seguramente sobre un automóvil, avanza por las calles de San Francisco y Plateros, hoy Madero, rumbo al Zócalo de la Ciudad de México. Alguien en bicicleta nota la presencia de la cámara y saluda a la posteridad; otros no ponen atención: cruzan, atareados, las calles; unos más rodean un automóvil aparentemente descompuesto... La cámara llega, finalmente, al Zócalo que, en ese año de 1910 aún tenía árboles... No se ven, por ningún lado, manifestantes encuerados ni en huelga de hambre ni quemando nada... Qué atrasados estaban en esa época, me cae.Tomando como base horas y horas de pietaje tomados principalmente por los hermanos Alva y restaurados por la Filmoteca de la UNAM, La Historia en la Mirada nos muestra, en 78 minutos y a través de prístinas imágenes cinematográficas, 10 años claves en la vida de México, desde 1907 -con las "vistas" de la inaguración del ferrocarril del Istmo por el mismísimo Don Porfirio- hasta la promulgación de la Constitución de 1917 en Querétaro -con la inevitable imagen de los diputados constituyentes- documento que, nos informa un texto desprovisto de ironía, aún sigue vigente hasta el día de hoy.Yo he visto algunas antologías fílmicas de esos años -la clásica Memorias de un Mexicano (Toscano y Toscano, 1950) y la menos conocida Epopeyas de la Revolución (Carrero, 1963)- pero La Historia en la Mirada se distingue no sólo por la calidad de sus imágenes -nunca había visto con tanta claridad algunos rostros y escenarios del México de hace un siglo- sino, también, por lo inédito de algunas de ellas, como la ceremonia del entierro de la cápsula del tiempo en 1910 presidida, para variar, por Don Porfirio, pero con la presencia notable y clarísima de Justo Sierra en el presidium. O las imágenes de la chiquillería que, ¿en Chapultepec?, ¿en la Alameda?, hace caras, gestos y dengues para llamar la atención de la cámara que los está tomando: niños centenarios que reaccionaban con mayor naturalidad ante el lente que sus estirados papás que nos miran, todos ellos, muy serios y circunspectos.Esto es, al final de cuentas, el centro estilístico/moral de este notable trabajo documental/arqueológico: la mirada de quienes están frente a la cámara. Las reacciones de quienes se saben tomados por la lente son fascinantes: he aquí al avejentado gobernador de Oaxaca Benito Juárez Maza -hijo del Benémerito, por supuesto- que nos mira desde la majestad de su nombre; vea con cuidado -la ralentización de la imagen ayuda- la mirada de soslayo que nos lanza un desconfiado Emiliano Zapata; sienta la electricidad cuando Francisco Villa voltea hacia la cámara y nos clava sus taladrantes ojos de serreño mientras, a su lado, un joven José Vasconcelos, mucho más dueño de sí mismo, voltea a la cámara, sonriente, sin darle (ni darnos) mayor importancia.La cámara tambien capta, sin querer, cómo era el México de ese entonces en lo superficial y en lo profundo: los agentes vestidos de paisano que, en uno de los desfiles de 1910 para festejar el centenario quitan a una niña desarrapada que se atraviesa frente a la cámara o jalan a un ranchero que afea el encuadre; las escenas después de las batallas del Bajío de 1915, cuando los vencedores practican la rapiña sobre los muertitos -a uno le quitan hasta el cinto, literalmente- mientras los heridos -mutilados, desfallecientes- son atendidos en tiendas improvisadas; la dantesca toma en plano general de los restos inhumados de Belisario Domínguez, mandado asesinar por Victoriano Huerta. .Mikelajáuregui, director, guionista y editor de las "vistas" tomadas hace un siglo por los hermanos Alva, se apoya en el trabajo de recomposición de cuadros de Hugo Mendoza Cruz, en la espléndida música ad-hoc escrita por Eduardo Gamboa, en el discreto pero eficaz diseño sonoro -sí, hay sonidos claves agregados a las imágenes de hace un siglo- y, por supuesto, en la admirable labor de restauración realizada por el equipo de la Filmoteca de la UNAM y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Nunca antes había visto tantos primeros planos tan nítidos de los caudillos de la Revolución -¡esa imagen de Villa, de perfil, frente a la tumba de Madero!, ¡esas manos de Madero y Carranza encontrándose en Ciudad Juárez cuando la Revolución había triunfado!-, aunque debo extender una queja: los fotogramas con el rostro de Victoriano Huerta son, por desgracia, demasiado oscuros. Me quedé con la duda: ¿cómo será la mirada de un traidor, de un criminal, de alguien sin alma? ¿Se notará en la mirada si alguien es un des-almado? Quería ver clarito a Huerta para escupirle el rostro... Aunque luego tuviera que limpiar mi televisor.
La Historia en la Mirada se exhibe hoy martes en la Cineteca Nacional a las 16, 18 y 20 horas.